CAPÍTULO 85

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El sonido del monitor al lado de la cama, hizo suspirar con cansancio a Mila. Desde el lunes en la madrugada no había podido cerrar los ojos. Aunque los sueros que Bruce había inyectado lograron tranquilizarla, el cansancio aún permanecía en su cuerpo.

Soltó un bostezo y sintió la aguja enterrarse más en su antebrazo. Pero ni siquiera el pinchazo fue suficiente para hacerla reaccionar.

Víctor rondaba cada rincón de su traicionado corazón. Deseaba sentir odio, pero lo único que sentía por el hombre era lástima: Víctor Zsasz nunca conoció el amor y en sus últimos momentos de vida había implorado por verla una última vez.

Aunque el hombre de las cicatrices ya no se encontraba, todo lo que había hecho, no merecía perdón. Pero cada vez que intentaba maldecirlo, simplemente no podía. Al recordar la forma en que una vez cuidó de ella, los mimos, las palabras de aliento, su protección y lealtad: todas las mentiras que alguna vez creyó de él.

Había perdido la cuenta de las veces que las lágrimas escapaban de sus ojos y se obligaba a retenerlas.

Los deseos por vomitar se esfumaron cuando no contó con la suficiente fuerza y se removió en la cama dónde las frías cobijas cubrían su adolorido cuerpo.

Sabía que sus pensamientos harían eco en el nombre de todos los que perdió y, cómo una tormenta que azotaba todo a su paso, le impedía dormir aunque fuera por su propio bienestar.

Varya —murmuró cómo si estuvieran ahí—. Mamá. Papá...

Se detuvo unos instantes, siendo su respiración y el pitido que indicaba la estabilidad de sus signos vitales, el único ruido en la habitación.

Dónde quiera que estuviera, no quería cargar con ese dolor que Víctor había causado. Pero vivir con el odio no le permitiría continuar con su vida. La historia dónde Víctor Zsasz había formado parte, terminaba ese día. No planeaba olvidarlo, quería afrontarlo y solo lo haría siendo ella misma.

A su manera retorcida, Víctor había sufrido durante mucho tiempo. Un hombre vacío que no tuvo tanta suerte de conocer algo como el amor. Debía ser triste no poder sentir y ser como un cascarón vacío que debía llenar su vida con el horror de lo desconcertantemente entre los humanos para poder sentir algún tipo de emoción. Su vida nunca tuvo sentido hasta que ella apareció y se aferró a la falsa idea de un amor irreal que lo llevó a la perdición.

Lo comprendía. Sentía pena por Víctor. Sus últimos minutos, desesperado por ver a la única persona por quien creyó sentir algo y la única persona quien mostró compasión ante él, no estuvo para despedirlo.

Aunque hubiera querido, no tenía el valor suficiente para mirarlo a los ojos en aquel momento. Después de todo, ambos se habían fallado a su manera: uno por devoción y otro por aversión.

Pero el corazón de Mila se rehusaba a teñirse de oscuridad.

Para avanzar debía perdonar.

Víctor —susurró—. No puedo odiarte... pero no voy a perdonar todas las vidas que has arrebatado —dijo Mila entre sollozos—. Dónde quiera que estes... espero que busques la redención... y... encuentres la paz que nunca conociste en esta vida —con las mejillas rojas y las lágrimas recorriendo su rostro, cerró los ojos intentando controlar la respiración—. Al final, tú también fuiste víctima de tu propia oscuridad.

Los rayos del atardecer atravesaban las cortinas de rosa pastel. Sin embargo, no eran suficientes para iluminar las penumbras de la habitación de Mila.

Mientras el frío y la oscuridad del lugar se volvían uno solo, los sonidos del monitor junto a ella eran opacados por los susurros del viento en las afueras de la mansión.

SorrowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora