CAPÍTULO 36

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— ¡Apresúrate!, —Jason, quien se encontraba tocando la pequeña corneta de su motocicleta, comenzó a acelerar, fingiendo que estaba por irse.

—No importa la hora a la que lleguemos, —respondió Damian acomodando la mochila en su espalda—, no puede salir de la mansión.

—Sí, sí. Como sea, —se quejó el mayor entregando el casco a su acompañante—, date prisa, enano.

El menor, solo se limitó a poner los ojos en blanco y colocar el casco es su cabeza. A causa del bochorno que tenía por las miradas de sus compañeros de la Academia, sus mejillas se habían pintado de un tenue rojizo. Para su suerte, cualquiera que lo viera en ese estado, pensaría que era por el sol, el cual se encontraba en su máximo esplendor.

—Ya vámonos, idiota, —las ansias que le producían las miradas de los demás, hacían que Damian comenzara a sudar helado. En definitiva, socializar nunca había sido su fuerte y, mucho menos, ser el centro de atención—, ¡vámonos ya!

Jason rió por lo bajo. Solo tuvo que poner en marcha la motocicleta para hacer caso omiso a cualquier señalización de transito habida y por haber. Pese a los quejidos de su hermano menor, no se detuvo en ningún alto y sobrepasó el límite de velocidad establecido hasta encontrarse frente a la mansión.

La piel de Damian, había degradado a cinco tonos del natural; sin contar el suave pero persistente dolor de cabeza que tenía en esos momentos.

—Por eso mi padre no te confía el batimovil, —murmuró, esperando a estabilizar todo su cuerpo—, no entiendo cómo pudieron darte licencia de conducir, —continuó lanzando quejas a diestra y siniestra.

—No tengo, —dijo con orgullo el mayor—, iba a tenerla pero morí, —éste se encogió de hombros y bajó de la motocicleta para sacar con cuidado el regalo—, y cuando volví de la muerte, consideré que ya no era necesario.

—Diría que hiciste un favor a la sociedad, —Damian seguía reprochando a su hermano desde un par de metros atrás—, pero casi atropellas a cinco personas.

Jason miró de reojo al menor y le dedicó una sonrisa nerviosa—, los accidentes pasan.

—Y no menos importante, la velocidad a la que íbamos, —los ojos de Damian, se veían más verdes de lo usual a causa de las pupilas dilatadas, al igual que la notable vena que se marcaba en medio de su frente—, en menos de cinco minutos pasaste por alto veinte señalizaciones e ignoraste el semáforo peatonal, además...

— ¿Se murió alguien?

La preocupación que reflejaba el rostro de Jason, hizo que Damian relajara su cuerpo y negara con desdén.

—No.

—Entonces no hay de qué preocuparse, enano, —con eso, dio un par de palmadas a la espalda del más joven y continuó su camino a la mansión con mucha tranquilidad—, ahora, vamos.

—Por eso mi padre no te confía el batimovil, —se quejó, alzando la voz.

— ¿Y es por eso que te lo confía a ti?, —Jason sacó las llaves del bolsillo de su chaqueta y comenzó a abrir la puerta principal.

—Para tu información...

—No, Damian, —el mayor interrumpió abruptamente al menor, dejándolo con el sinfín de palabras en la boca—, robar el batimovil no cuenta, —Jason rió al recordar esa vez en la que el más pequeño de todos los hermanos, se fue a una misión sin avisar y se había llevado consigo, aquel elemento tan valioso e importante para El Caballero de la noche.

—Lamento interrumpir su acalorada plática, —Alfred, quien salía a recibirlos con aquel pulcro uniforma, realizó un ademán para que los jóvenes pasaran, dando espacio a su llegada—, pero el almuerzo los espera.

SorrowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora