CAPÍTULO 37

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Todo apestaba a alcohol mezclado con un tenue perfume varonil. La silueta de una persona se encontraba postrada en aquel viejo y desgastado sofá.

Zatanna caminó hasta estar frente al sofá. Con un ademán, solicitó un poco de paciencia a sus acompañantes. Ni siquiera se esforzó en apuntar con el dedo a aquel sujeto y lanzar un par de chispas.

—Hasta que despiertas, —se mofó la pelinegra al ver al hombre que había caído al suelo.

— ¿En serio me electrocutaste?, —se quejó el rubio—, ¿en mi propia casa?

Damian, se mantenía detrás de su hermano. Con el ceño fruncido y un silencio abrumante que hasta Jason podía sentir aquella incomodidad.

—Necesito tu ayuda, Constantine—dijo la maga con una sonrisa, extendiendo la mano hacia el anfitrión—, bueno... necesitamos.

Después de aquellas palabras, se movió un par de centímetros para mostrar a quienes la acompañaban.

El rubio negó reiteradas veces. Con un suave movimiento, rechazó la mano de la mujer y se puso de pie por su cuenta. Como si fuera un depredador, comenzó a caminar de un lado a otro, examinando al par de encapuchados. A paso lento se acercó hasta el más bajo e invadió el espacio personal de Damian.

— ¡Mierda!, —Constantine sujetó su pierna, intentando aliviar el dolor de aquel punta pie que le habían propinado—, ¿Robin?

—Tenemos prisa, tarado.

Definitivamente era Robin.

—Necesitamos tu ayuda, —esta vez, fue el turno de Jason para hablar; trataba de aminorar la tensión del momento pero era casi imposible—, lamento la actitud de...

—Sí, sí. No importa, —Constantine bostezó. Se acercó a la mesa frente a él y comenzó a buscar alguna botella que aún tuviera aquel líquido amargo que le generaba placer—, escuchen, estoy muy ocupado, así que pueden regresar otro día.

Damian, soltó un gruñido. Con paso determinado, se acercaba cada vez más al hechicero pero al instante en el que iba a dejar ir un golpe en limpio, un portal frente él se hizo presente y reapareció donde se encontraba en un principio.

Jason, quien logró esquivar el golpe, vio a su hermano gritarle a Constantine un sinfín de insultos. Sin embargo, todo parecía un bucle de como Damian intentaba agredir al hechicero y éste con un simple hechizo, hacía que regresara a dónde estaba.

— ¡Deja de hacer eso!

—No, —el rubio, alargó aquella respuesta—, hasta que quieras dejar de golpearme

— ¡Imposible!

Zatanna los veía pelear. Lo que en un principio le causaba gracia, ahora solo le irritaba.

—Los detienes tú o lo hago yo, —manifestó Jason, quien trataba de ignorar los gritos a su alrededor.

La maga se levantó molesta. Se preguntaba qué tan severa debía ser con el castigo que les daría a ambos. ¿Solo les gritaba?, ¿realizaba un hechizo verbal? ¿O se limitaba darles una leve descarga eléctrica?

En definitiva no ayudaría en nada si gritaba. Soltó un suspiro con la esperanza de ser escuchada, pero aquellos gritos predominaban en aquel lugar.

Esnagneted, —soltó de repente.

— ¿Qué pasó?, —Jason se acercó a la pelinegra con asombro—, increíble, —murmuró al ver a Damian y Constantine estáticos—, parecen estatuas.

Aquella molestia que Zatanna mantenía reflejada en el rostro, cambió por una sonrisa y tranquilidad.

En definitiva, no era una mujer a la que debían hacer enojar.

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