CAPÍTULO 35

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El agua se mezclaba con el tinte negro hasta acumular un gran charco en el lavabo.

—Quédate quieto, —reclamó Damian, el cual no paraba de restregar la cabeza de su hermano.

—Vas a ahogarme, —Jason evitaba con todas sus fuerzas que su cara fuera a sumergirse en el agua a causa de la fuerza con la que el menor lavaba su cabello—, no seas pesado.

Un quejido por parte del ojiverde resonó en toda la habitación haciendo que el mayor tambaleara en el mismo lugar.

—Por si no te has dado cuenta, —la voz de Damian iba aumentando de volumen, con cada palabra que decía—, ¡hago lo que puedo!

—No lo parece, —reprochó Jason sin dejar de ver su rostro apenas perceptible en el agua estancada—, esfuérzate más.

Damian soltó un bufido. Separó su mano izquierda de aquellas hebras que ya estaban tomando un color oscuro y la estampó con brusquedad sobre la coronilla del contrario, continuando con el trabajo de aplicar bien el tinte.

— ¡Idiota!, —se quejó el mayor.

El más joven soltó una risita que le fue música para sus oídos y prosiguió a seguir masajeando la cabeza de su hermano—, si fuera un idiota, —la sorna con la que se expresaba hacía que el ambiente se volviera más irritante—, me llamaría Jason Todd.

Damian brincó hacia atrás al ver como el cuerpo de su hermano casi lo golpeaba. En el proceso, un par de gotas cayeron en su abdomen descubierto. Una mala mirada por parte del mayor fue suficiente para salir corriendo de donde estaba y encerrarse en su habitación.

—Mocoso, —murmuró, vaciando el lavabo.

Con un poco más de calma; continuó pintando su cabello, haciendo caso omiso a las carcajadas que provenían desde el otro lado de puerta.

Damian escuchaba a su hermano tirar algunas cosas por accidente y una que otra maldición que retumbaban en todo el apartamento.

—Idiota, —se burló, llevándose una mano a la boca.

Eran casi las cinco de la tarde. La mayoría de personas la estaban pasando de maravilla ese domingo veintitrés de octubre, por lo que la ciudad no se encontraba en aquel movimiento incesante que era muy cotidiano para esa zona.

Al igual que la mayor parte de Gótica. La mansión de los Wayne estaba más silenciosa sin la presencia de Jason y Damian. Sobre todo éste último, quien no perdía la oportunidad de pelear con Tim y hacer su día completamente infortunios.

—Tim, —llamó a la puerta cierta joven—, Tim.

El sonido de unos pasos se detuvieron y el pomo fue girado, dejando la puerta abierta y a su vez, un muchacho de cabellos despeinados que llevaba su mano a la boca para no ser irrespetuoso.

—Hola, —murmuró exhausto—, ¿qué sucede?

Una oleada de calor invadió el pecho de Mila; quien llevó toda su atención a sus manos que jugueteaban entre sí.

—Perdón. Creí que estabas despierto.

Tim negó—, no te preocupes. Dime, ¿qué necesitas?

—Solo quería saber si, ¿quieres hablar?, —pero al ver que el pelinegro mantenía la boca entreabierta y sus ojos estaban por cerrarse nuevamente, tragó grueso al sentir culpa por haberlo despertado—, podemos hablar más tarde. Yo...

— ¡No! No, —interrumpió a la fémina—, solo, dame cinco minutos, —la emoción podían percibirse en sus brillantes ojos azules, junto a esa sonrisa que solo podía dedicarla a quien se encontraba frente a él en esos instantes. Y fue entonces que cerró la puerta con mucha fuerza, al punto de quedar a escasos centímetros del rostro de la joven—, ¡lo siento!, —se escuchó al otro lado.

SorrowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora