CAPÍTULO 84

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Una sonrisa se dibujó en los labios de Víctor. Dando media vuelta, encaró al antihéroe y su sonrisa terminó por ensancharse al ver cómo aún continuaba con vida.

—Adelante. Dispara —rió mostrando sus desprolijos y amarillentos dientes con rastros de sangre. Sangre de Mila y que para su paladar era lo más exquisito que nunca creyó probar—. No tengo miedo a morir. Pero si muero, ella se va conmigo.

En un ágil y brusco movimiento a ojos del antihéroe, Víctor tomó del cabello a Lyudmila como rehén, quien ya no tenía las fuerzas suficientes para forcejear.

—¿Ya no piensas disparar? —siseó con sorna el psicópata al ver que Red Hood no bajaba el par de pistolas—. Vamos. ¡Dispara!

Aunque no era sonoro, el del casco soltó un suspiro ante el sentimiento de miedo que sintió cuando vió el rostro golpeado de Mila y las lágrimas cayendo por su pálido rostro. La mirada de súplica y terror en sus, ahora apagados ojos verdes, lo transportaban a escenarios inimaginables en dónde Víctor hacía hasta lo imposible por doblegarla y con solo pensarlo le hervía la sangre.

—Suéltala —por primera vez sentía la pesadez de un arma entre sus manos. Siendo dos, parecía casi imposible mantenerlas firmes por tanto tiempo—. No lo repetiré una puta vez. Suéltala.

Pero lo único que obtuvo a cambio fue una risotada que le puso los pelos de punta.

En otro momento no habría dudado en jalar del gatillo. Pero en esos instantes había un problema: Lyudmila Romanov. Un mal movimiento y el disparo iba hacia ella. Un movimiento preciso y mataba a Víctor, pero luego de retirar el casco sería visto como un monstruo: el monstruo quien siempre se consideró.

—Dispara o lo hago yo.

Los ojos de Jason se abrieron cuando Víctor mostró una pistola e inmediatamente reconoció las características del arma que Mila le había obsequiado para navidad. Se maldijo a sus adentros por no haber ido por ella y ahora yacía en las manos del psicópata que apuntaba hacia la cabeza de quien amaba.

—Tengo una mejor idea, ¿por qué mejor tú no bajas las pistolas? No quiero que mi avecita muera hoy.

Los intestinos de Jason se revolvieron lentamente hasta que la acidez se acumuló en la entrada de su boca antes de soltar un par de groserías que se vio obligado a contener.

—¿Qué opción prefieres? ¿Una dónde le vuele los sesos o quizás una en dónde ambos podamos vivir felices? Tu decides —aquella burla disfrazada de orden resonó en su corazón y su mirada se dirigió al golpeado rostro de Lyudmila quien mantenía sus ojos en el antihéroe deseando que fuera lo último en ver—. Tic. Tac. Tic. Tac.

El antihéroe bajó las pistolas, pero antes de reposar en el frío suelo de cemento, las órdenes de Víctor le indicaron lo que debía hacer. Una de sus pistolas tuvo que desarmarla y lanzar el cerrojo y el cañón por la ventana, mientras que el cargador fue deslizado directo a un gran armario de metal. Frunció los labios en una sola línea cuando se vio obligado a empujar la otra pistola hacia el hombre y retroceder un par de pasos cómo lo había indicado Víctor.

—Bonita —murmuró Víctor guardando la otra y apuntando a Mila con la nueva arma—. Creo que me la quedaré como regalo de éste grandioso día.

—Ahora suéltala —era una orden. Una temeraria y ferviente orden en la que se veía capaz de cubrir a Mila con su cuerpo si era necesario—. Suéltala.

El rostro de Víctor cambió por una expresión seria y sin sentimiento. Asintió y dió una última mirada a Mila. Su hermosa avecita. Tan pequeña. Tan dulce. Tan suave cómo la recordaba. Él sólo quería lo mejor para ella. Verla feliz. Dichosa de su vida. Y él era el único que podía brindarle aquel futuro.

SorrowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora