CAPÍTULO 25

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Los pasillos estaban desolados, ni un alma en pena le hacía compañía y, lo único que se hacía presente, era el asqueroso olor a sangre que manchaba las paredes por doquier.

Esa sensación la había percibido hace años; quedarse sin palabras y la opresión que limitaba su falta de aire; le emitía una muerte lenta y dolorosa.

Nada. Eso era lo que sentía en esos momentos. Nada. Su mente se encontraba en blanco y no podía pensar en nada más.

Solo podía sentir la pesadez de su cuerpo y como sus piernas le impedían movilizarse. Los pasos cada vez se escuchaban más cerca y esa estúpida risa se volvía más frenética.

— ¿Dónde estás?

Esa suave voz que a cualquiera podría confundir con alguien amable, hizo que quien se encontraba en el escondite se estremeciera aún más.

La sombra del sujeto se plasmó frente a sus ojos y lo único que optó por hacer, fue cubrirse la boca con sus manitas y suprimir el llanto que estaba por derramar nuevamente.

La persona que estaba enfrente, no se movía y ya no decía nada para encontrarla. La sombra desapareció poco a poco y, al sentir seguro el lugar, respiró con un poco más de tranquilidad.

—Te encontré—, exclamó la tétrica voz, al mismo tiempo que la puertecita de su escondite era abierta.

Mila se sentó de golpe y miró la almohada que estaba un poco húmeda a causa del sudor; terminó de limpiarse, pasando las sábanas por su rostro y quedar completamente atónita, procesando en lo que había soñado.

Le resultaba estúpido el simple hecho de odiar a una persona que ni siquiera le había visto la cara y no sabía más que de su mera existencia.

Con un poco de esfuerzo se levantó de la cama y, apoyándose de las muletas, se encaminó hasta llegar a la puerta; al abrirla, se dio cuenta de que todo estaba oscuro y, lo más seguro es que era de madrugada.

Indecisa de si continuar con lo que quería hacer o regresar a la cama; se quedó parada bajo el marco de la puerta, divisando ese pasillo, el cual en esos momentos le daba un poco de miedo.

Retomando su camino, cerró la puerta y siguió avanzando hasta llegar a la recamara de la par. Con un suave golpe a la madera, esperó a que le abrieran y le dieran paso a la habitación.

—Mila, —expresó un Damian adormitado, que se movió para dar espacio a que la chica entrara—; ¿no podías dormir?

—Me desperté—, se limitó a responder.

El ojiverde comprendió de inmediato a lo que se refería la Romanov y sin insistir, asintió un par de veces, para acercarse donde ella.

— ¿Te quedaras? —, inquirió nuevamente.

La peliplata contestó con un casi inaudible "si" y, cojeó hasta la cama, para recostarse. Siempre que tenía una pesadilla, acudía con su papá; quien la consolaba hasta quedarse dormida y brindándole un sinfín de palabras que le prometía siempre cuidarla. Pero como ella decía, "no prometas cosas que no puedes cumplir".

Sintió como la cama se hundía poco a poco y al girar, se encontró con los ojos verdes de Damian; una sonrisa se le formó en el rostro y como acto reflejo, los dos se abrazaron. Nada más eran envueltos por la oscuridad y sus firmes brazos, que emitían protección; y eso bastaba para ambos.

—Sabes que eres como un hermano para mí, ¿verdad?

El joven Wayne sonrió sin dejar de ver a la nada y ejerció un poco más de presión en su abrazo, —lo mismo puedo decir.

SorrowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora