CAPÍTULO 8

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Maratón: 4/5

El sol alumbraba gran parte de la habitación. Eran las 11:47 de la mañana, ya casi hora de almuerzo y Lyudmila iba despertando a duras penas. No era mucho de desvelarse y eso era notorio gracias a las ojeras que colgaban debajo de sus ojos verdes. No tenía ganas de bañarse ni cambiarse su pijama así que sólo optó por lavar su rostro con jabón y cepillar sus dientes.

Al salir de la habitación sintió algo bajo su pie derecho, era una flor. Rápidamente quitó su pie del tallo de la flor para no seguirla dañando. Se agachó y al recogerla se percató que era una Gardenia. Miró hacia ambos lados en busca de respuestas pero sólo encontró el pasillo desolado. Entró nuevamente a su habitación para poner en agua la flor.

Bajó hacia el comedor pero no había nadie. Posiblemente Bruce estuviera en su empresa y Damian estuviera en la Academia estudiando, al fin y al cabo era lunes. Caminó hasta llegar a la cocina y ver a Alfred haciendo el almuerzo.

—Buenos días señorita Romanov—, el mayor le dedicó una cálida sonrisa a la joven que se encontraba parada en el marco de la puerta.

—Buenos días Alfred. ¿Qué está preparando?

—Pollo con salsa blanca. ¿Come carne verdad?

—Sí. Digo ¿a quién no le gusta? —, observaba con gran interés la agilidad del mayordomo al cocinar.

Alfred la miró y levantó una ceja en respuesta al comentario que había hecho Mila.

—Damian—, dijeron al mismo tiempo la joven y el mayor.

Lyudmila comenzó a reírse por la sincronización que habían tenido al momento de confirmar lo obvio. —Por cierto, ¿cómo supo qué las galletas que iba a preparar eran para Damian?

—A lo largo de la vida he aprendido a comprender a las personas sólo viéndolas, por medio de sus acciones y su forma de ser.

La muchacha lo miraba atento a todo lo que el señor decía, le gustaba escucharlo hablar. Su voz era muy placentera de escuchar y transmitía paz y sabiduría. Era una persona de admirar desde su punto de vista.

—Alfred ¿le gustaría que le ayude en algo?

El aludido asintió y señaló a un estante. —Solo coloca los platos en la mesa junto a sus cubiertos.

Mila se dirigió al estante y sacó siete platos grandes.

— ¿Por qué tantos platos?

Lyudmila lo miró con confusión ante la pregunta que el mayordomo había hecho. —Uno para cada uno. Bruce, Damian, Tim, Dick, Jason, tú y yo—, enumeró.

—Ellos no estarán aquí hasta la hora de cena, señorita.

La joven bajo su rostro con tristeza observando los platos en sus manos. —Entiendo. Almorzaremos juntos ¿verdad?

—Si así lo desea.

Mila asintió con mucha emoción, regresó los platos a sus sitios y llevó los dos sobrantes al comedor. Llegó corriendo con entusiasmo a la cocina esperando la siguiente indicación de Alfred.

— ¿Qué le gustaría de postre señorita?

—Sorpréndame.

El adulto sonrió ante la respuesta de la jovencita y comenzó a sacar unos materiales para hacer el postre. Estuvieron trabajando en la cocina por una hora hasta que la comida estuvo lista. Almorzaron en silencio, uno a la par del otro. Y nada ni nadie interrumpieron ese momento de suma tranquilidad. Al terminar de comer Alfred y Mila lavaron los platos y ordenaron la mesa en la que hace minutos habían comido.

SorrowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora