CAPÍTULO 45

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El incesante parpadear de la escasa iluminación del lugar fue suficiente para que Damian abriera los ojos lentamente. Se sentó en la camilla con algo de dificultad y se restregó la cara tratando de esfumar el cansancio. Pero aquel acto resultó casi imposible con el dolor que recorría su cuerpo a causa de los golpes.

Todo estaba en silencio. Lo único audible de la baticueva era el inquietante sonido de las lámparas titilando y el chillido de alguno que otro murciélago. Fue en ese instante que se dio cuenta de algo. Estaba solo.

Decidido a no pasar ni un minuto más en ese lugar. Sin siquiera cubrir su torso con una camisa, salió a paso lento de la baticueva y se dirigió a las escaleras donde tuvo que apoyarse del fino pasamano de cedro que adornaba el lugar; evitando a toda costa intensificar el dolor de los golpes que tenía regado en su cuerpo. Sin embargo, una suave pero persistente punzada que recorrió su espalda, lo paralizó por completo al punto de hacerlo tomar asiento en el tercer escalón y así no forzar su cuerpo a más de lo que realmente podía.

—Maldición, —murmuró a sabiendas que solo él y nada más él, sería el único que escucharía sus lamentos y podría responder a ellos ya que todos se encontraban dormidos.

Sin poder decir ni una sola palabra más se recostó en las gradas y comenzó a tomar bocanadas de aire, esperando que así el dolor se atenuara. Pero sucedió todo lo contrario. Por lo que se vio obligado a decir un largo listado de insultos.

—Mierda, —se volvió a quejar por lo insoportable que se volvían esas punzadas en su cuerpo—, mierda, mierda, mierda.

En esos momentos no tenía a nadie que lo ayudase. Dick debía estar ocupado en una llamada con una chica o simplemente perdiendo el tiempo y, posiblemente lo único que iba a conseguir si lo veía en aquel estado deplorable, era un regaño de su parte. Jason debía estar descansando, tomando en cuenta la gran pelea a la que se habían enfrentado y los daños que también había recibido, por lo que no era una opción molestarlo. Por otra parte, Mila no era una opción ya que posiblemente estaba en un trance llamado sueño del que no despertaría hasta el mediodía. Y Tim. De él no tenía nada que decir más que una simple palabra: <<Idiota>>.

A pesar de sus constantes quejas mentales, logró levantarse y llegar a la sima de las escaleras sin caer. Sin embargo, el dolor que volvió a invadirlo, lo hizo retractarse y abstenerse a soltar aquel grito que iba a ser escuchado hasta Metrópolis. Con pesar, llevó su mano derecha a la espalda, mientras con la izquierda se ayudaba a mantener en pie todo su cuerpo, esperando que eso fuera suficiente.

Al levantar la mirada, lo único que disipo fue el desolado y oscuro pasillo. Fue en ese instante que un cosquilleo le recorrió la espina dorsal, seguido de un escalofrío que desencadenó una sonrisa maliciosa en la comisura de sus labios.

Damian se caracterizaba por ser alguien muy fuerte y obstinado; al igual que curioso y astuto. Y esa noche no había sido la excepción. Demostró ser alguien capaz de hacer frente a uno de los hombres más temidos de Gótica; aunque su terquedad lo había llevado al estado en el que se encontraba. A pesar de eso, se sentía orgulloso de cada hematoma que adornaba su cuerpo y sobre todo, el trabajo que había logrado junto a Jason.

Esa terquedad fue el impulso perfecto para recorrer el oscuro pasillo y manipular las pinzas con las que se dio el lujo de abrir sin ningún problema la gran puerta de caoba; adentrándose a aquella habitación de la que había sido espectador de su interior solo dos veces de su larga estadía en la mansión.

Consciente del castigo que se ganaría después de su repentina intromisión y, con el sermón del año en el que le invadir propiedad ajena era delito; decidió terminar su trabajo a pesar de sentir aquel intachable sentimiento de culpa y ateniéndose a las irremediables consecuencias que debía afrontar.

SorrowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora