CAPÍTULO 78

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Con pesadez en los párpados y las punzadas internas en la cabeza, Mila comenzó a abrir los ojos. Emitió un quejido ante la luz del sol y rápidamente se giró al lado contrario del resplandor.

Limpió su nariz con las mantas sin importar lo empapadas que quedaron y se llevó las manos a la cabeza en un intento de disminuir las fuertes punzadas en su cabeza: dónde parecía habitar un ave carpintero, picoteando constantemente hasta haber formando un hueco cada vez más grande en dónde todas sus preocupaciones se acumulaban.

Aunque el frío no se disipaba por completo, la calidez de los rayos de sol a través de la ventana eran más que suficientes y las mantas que la cubrieron durante un par de horas, lograron que entrara el calor.

Repitiendo una y otra vez que lo sucedido en la madrugada no era más que una horrible pesadilla, quiso obligarse a aceptar que no había sido más que eso. Sin embargo, el cansancio en todo su cuerpo y, nuevamente, el acelerado latir de su corazón, le indicaba lo contrario.

Miró el reloj sobre la pequeña mesa de noche.

Ocho de la mañana.

Apartando la mirada del objeto, sin moverse de dónde estaba, buscó la presencia de alguien más: Damian. Pero supuso que había pasado tiempo desde que se fue de su lado.

Esperando que quizás funcionara, se centró en cómo los segundos transcurrían en el reloj, cómo si sirviera de distracción para no recordar nada. Pero el objeto al lado, le impedía concentrarse en los números.

Un collar.

Era el collar que Jason le había regalado y yacía en la mesa de noche. Sintiendo cómo sus ojos empezaban a humedecerse, se cubrió el rostro y movió la cabeza con agitación para desaparecer cada pensamiento.

Según lo que Bruce le había dicho, ese día se marcharía a un lugar dónde estaría más protegida. Pero se rehusaba a irse sin ver a Jason una última vez.

Lo único que pedía era estar con Jason. Su Jason.

Solamente quería sentir el peso en la cama el cual le indicaba que ahí estaba. Esa sonrisa adormilada luego de despertar. O el brazo que la atraía hacia él. Incluso quería escucharlo hablar por horas sobre su libro favorito con tal de ver iluminados aquellos hermosos ojos cerceta. Esos ojos que en la madrugada habían perdido aquel distinguido brillo que le hacía saber que nada estaba bien.

—Perdón —sollozó con el firme deseo de que esas palabras llegaran hasta Jason.

Con la mano izquierda buscó una almohada para poder sujetar entre sus brazos. Y cuando la encontró, ni siquiera se dio cuenta de la fuerza con que la aferró contra su rostro hasta humedecer por completo la fría tela.

El sonido de la cerradura hizo que limpiara sus lágrimas rápidamente. Y creyendo que tenía la suerte suficiente, fue atrapada en el intento de fingir que continuaba durmiendo.

Ante la presencia de Bruce, tomó asiento nuevamente. Y con la mirada hacia abajo, esperó a que el hombre hablara.

—Mila —murmuró poniendo una mano en el hombro de la joven quien no tuvo las suficientes fuerzas para apartar—. ¿Cómo te sientes?

Lyudmila se encogió de hombros. El nudo en la garganta le impedía hablar y junto al dolor de cabeza, todo en el lugar daba vueltas hasta el punto de marearse.

—Hoy irás con los Kent —la voz de Bruce se encontraba apagada, así cómo su mirada—. Yo personalmente te llevaré con ellos.

Aunque el hombre no lo había dicho y el único sabedor era Alfred, no quería que Mila se fuera de su lado. Había tardado mucho tiempo en tenerla junto a él y lo último que quería era alejarse de ella.

SorrowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora