CAPÍTULO 23

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Nada. Eso era lo que Jason había conseguido en toda la noche. Ya iba a ser hora de almuerzo y ni siquiera una mísera palabra que le ayudara a entender ese estúpido collar, apareció en toda su búsqueda.

Ya fatigado de todo, echó su cuerpo hacia atrás, sintiendo como se hundía en la cama. Restregando con un poco de fuerza su rostro, se levantó de un salto y buscó entre sus pertenencias, buscando así despejar su mente.

Al salir al balcón, divisó el extenso patio, que cada vez, se tornaba anaranjado. Al bajar la mirada, vio a Alfred plantando unas flores que no distinguía, pero al cabo de unos segundos, comprendió que se trataban de unas delicadas rosas, las cuales hacían contraste con el ambiente.

—Espero que tampoco sean cortadas, joven Jason—¸habló el mayordomo, sacando de los pensamientos al mencionado.

Éste sonrió y negó un par de veces—, esperemos que no, Alfred.

Sin borrar ese gesto, entró nuevamente a su habitación, solo para tirarse en la cama y mirar hacia el techo.

—Rosas, —susurró—, rosa, risa, risas...— al ver esas flores, se le había ocurrido algo que posiblemente le diera pistas para el collar—, risas, ri...

No recordaba el nombre de la mamá de Lyudmila. Pensaba en ir a preguntarle, pero sería muy evidente y sobre todo vergonzoso al no recordar algo importante sobre ella.

—Me sabe a risa, —continuó pensando—, risa, raíz, ra...

Se sentía como estúpido, intentando descifrar un nombre, como si se tratara de un juego de palabras.

—Rai, —prosiguió—, ¿Raisa? —, dudó por unos momentos, pero se sentó, colocando la laptop entre sus piernas—, Raisa.

Al fin tenía un nombre, solo esperaba poder encontrar algo. Ingresó <<Raisa Romanov>> en el buscador, pero lo único que apareció, fue la imagen de una mujer idéntica a Lyudmila.

—Que buenos genes—, expresó, buscando más fotos, pero al parecer, eran muy escasas.

Pese a que ingresó a todos los enlaces existentes, no encontró nada. Las opciones se estaban agotando, así que tendría que recurrir a medidas más extremas.

Todo sería más fácil si Bruce le permitiera usar la baticomputadora, pero era algo imposible, viniendo de su tutor.

—Vamos, contesta, —dijo, apretando más el celular en su oreja —, vamos.

Pero no hubo respuesta del otro lado. Resignado, lanzó el aparato hacia la cama y fue directo a su compartimiento para colocar su traje de Red Hood.

A pesar de que no acostumbraba a usar el traje cuando el sol estaba puesto, ese día sería la excepción. Rápidamente, salió por la ventana, para movilizarse por el tejado y bajar en el balcón que pertenecía a Mila.

Todo estaba solo y, si sus cálculos no fallaban, ella estaba en el baño, la única duda que le quedaba era ¿cómo se había levantado?

"Necia", pensó al escuchar el agua de la regadera cayendo. Un tanto intranquilo, se sentó en la cama, viendo de un lado a otro, para después recostarse y mirar hacia la izquierda, donde estaba la mesita de noche.

Una suave melodía provino del baño. Mila estaba cantando.

El encapuchado se removió en la cama, desordenándola un poco más. Como si de un niño pequeño se tratara, empezó a mirar hacia todos los lados y ya cansado de esperar a la joven, abrió el cajón de la mesita, encontrando el cuaderno que le había regalado.

Inconscientemente sonrió al sujetarlo y hojearlo. Unas cuantas páginas ya estaban tatuadas por la delicada letra de la Romanov, la cual le daba un aspecto minimalista.

SorrowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora