CAPÍTULO 40

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Mila, jugueteaba con los dedos de sus manos. Dejó de mirar la pared frente a ella y posó sus grandes y destellantes ojos verdes, sobre la corpulenta figura de Bruce Wayne. Tragó grueso por tercera vez y respiró hondo, tratando de tranquilizarse.

—Te pongo nerviosa, —espetó Bruce. Y aquello que quiso formular como pregunta, resultó siendo una afirmación.

—N-no es eso.

Bruce torció sutilmente los labios. Y el intento de una sonrisa se plasmó en su rostro. Observó cada detalle de la joven. Nunca se había percatado de lo pequeña que era. Ni mucho menos, de lo frágil que se podía llegar a ver. Sin embargo, eso no era razón para pensar que ella era alguien débil. Y era algo, que por experiencia propia podía afirmar. No cabía duda alguna de que Lyudmila Romanov era alguien fuerte. Pero ella, aún no sabía valorar todo lo que podía llegar a ser, por lo que sabía que necesitaba protección.

—Quisiera hablar contigo, —prosiguió el hombre.

El ambiente era tranquilo. No obstante, ambos sabían que esa serenidad no tardaría mucho en desaparecer y daría paso a una detestable y odiosa incomodidad.

—Ya lo estás haciendo, —murmuró la joven. Quiso aligerar la situación de aquel modo. Pero segundos después, se percató que lo único que había hecho era acelerar el disgusto entre ambos—, lo siento.

—No te preocupes.

Mila, observó a Bruce acercarse hasta ella y tomar asiento en la orilla de la cama. Traía puesta una camisa negra, mangas largas y con cuello de tortuga. Por un instante, la joven recordó a su padre, Roman. Vino a su mente, el par de veces que lo vio en ropa casual. Parecía alguien normal. Instintivamente sonrió sutilmente. Pero reprimió la risita que estaba por soltar y respiró hondo.

—Lo recordaste, —dijo Bruce, como si hubiese leído la mente de la persona frente a él.

La sonrisa de la joven se terminó por desvanecer al escuchar aquellas palabras. Por un instante, sintió como el pecho se le comprimía y generaba un pequeño pero persistente dolor en ella. Aquel sentimiento que la invadió, fue el mismo que floreció en Bruce al comprender lo que ella pensaba.

No hacía falta leer la mente de los demás para saber que podían estar pensando. Y mucho menos con Lyudmila. Para Bruce, ella podía llegar a ser un libro abierto sin que ésta se diera cuenta.

—N-no es...

—No te preocupes, —respondió Bruce. Una imperceptible sonrisa se formó en sus labios y, como acto seguido, los relamió para poder continuar hablando—, hizo un gran trabajo como padre.

Al igual que él. Mila se relamió los labios y se removió nerviosa en el mismo lugar. Volvió a jugar con los dedos de sus manos. Pero tantas fueron las emociones que la estaban afligiendo, que comenzó a jalar involuntariamente, el contorno de sus uñas.

—Deja de hacer eso, —pidió Bruce con tranquilidad, posando su gran mano sobre las de ella—, te estás lastimando.

La vista de la joven, paró directamente en los zafiros que Bruce tenía por ojos. Sin duda, hermosos. Sin embargo, no supo si aquella oscuridad que él llegaba a emanar, era por su simple presencia. O era el color grisáceo que se escondía entre el azul de sus ojos.

—Perdón. No me di cuenta.

Con más detenimiento, Mila se percató de las ojeras que se marcaban debajo de aquellos hermosos ojos. Una de sus manos se soltó del agarre del hombre y la llevó al rostro de éste para acunarlo. Se permitió sentir cada pequeña parte de él. Su piel no era tan suave como imaginaba, sin embargo, tampoco era desagradable a su tacto. Era un poco seca, pero estaba bien. Se imaginó que todo eso debía ser producto de las largas jornadas de trabajo en la empresa. En su delgada mano, se permitió sentir la sutil comezón que generaban los pequeños bellitos, dando indicios a lo imperceptible barba de unos cuantos días.

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