EXTRA

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Sentía que la respiración pronto cesaría y los acelerados latidos del corazón le decían que ya estaba llegando al límite.

Dándose palabras de aliento, logró llegar a su destino en cuestión de segundos, aterrizando cómo si saltara de un gran edificio. Agitado y rojo por la adrenalina, rápidamente limpió su cabello azabache con el dorso de la capa, mientras movía con sumo cuidado una pequeña caja entre sus manos.

A un par de metros se encontraba Alfred. Aunque su expresión se mantenía serena, la acción de aquel niño le había causado mucha gracia y ternura, por lo que se obligó a desviar la mirada cómo si no lo hubiera visto llegar, logrando dibujar en él una imperceptible sonrisa de gracia.

El niño infló los mofletes al percatarse que Bruce Wayne aún no terminaba de ponerse el traje de Batman. Con el ceño levemente fruncido y la mirada hacia abajo, intentó esperar con paciencia al mayor. Sin embargo, el tamborileo de desesperación en el pie derecho y las miradas fugaces a su alrededor, decían todo lo contrario.

Se llevó las manos a su espalda y en ellas la pequeña caja que había encontrado tirada hacía un par de días pero que resultaba perfecta para lo que la necesitaba.

El sonido de unos pasos acercándose cada vez más hizo que el niño levantara la cabeza por instinto y sus ojos se iluminaran con asombro ante la gran figura de su padre con el emblema del murciélago. Sin embargo, ante la expresión estoica del hombre, decidió imitarlo cómo un acto de admiración y respeto, tratando de demostrar que estaba a su nivel y era lo suficientemente fuerte cómo él.

La prominente figura del hombre murciélago se posicionó frente al niño, quién ya se encontraba preparado con el traje de Robin y lo miraba con sus brillantes ojos cerceta mientras, con una mano, sacaba la pequeña caja de su escondite y lo elevaba a la altura de Bruce hasta que fuera visible.

—¿Qué es?

En ese instante fue inevitable mantener toda rectitud, por lo que, una tierna sonrisa terminó por formarse en los labios del niño.

—Un regalo de cumpleaños. Ábrelo —guardando silencio, vio al hombre tomar la pequeña caja con una mano y mirarla con detenimiento. Por instinto, el niño hizo un leve puchero y también analizó la caja con sutileza cómo si tuviera algún defecto—. A menos que quieras ser el gran detective que ya eres y trates de adivinar qué hay adentro.

Los azulados ojos del más alto se alternaron entre el niño y la caja. Era liviana y la sujetaba a la perfección en una de sus manos.

Antes de hacer esperar al pequeño frente a él, la abrió con delicadeza en busca de lo que había adentro.

Sus ojos se abrieron de par en par y un inusual brillo se instaló en ellos junto a los acelerados latidos de su corazón.

—Es... es el reloj de mi padre —susurró sin poder dejar de contemplar el objeto.

—¡Sí! —respondió el niño con una sonrisa mientras se mecía con la punta de los pies cómo si pudiera alcanzar al mayor.

Aún con la mirada en el reloj, Bruce tragó en seco y dijo:

—Estaba dañado.

En ese instante, el niño dejó de tambalearse y sintió cómo todo el lugar se volvía pequeño al mismo tiempo que se encogía de hombros.

—¡Cierto! Pero lo reparé... más o menos —rió con dificultad—. No es la gran cosa.

—Lo estuvo reparando durante cinco meses —dijo la voz de Alfred a espaldas de Bruce mientras se alejaba con una sonrisa de complicidad.

El niño tomó la caja con rapidez y sacó el reloj con impaciencia.

—De hecho fue una locura encontrar todas las piezas, porque es un reloj viejo. Traté de construir las más difíciles pero no funcionaba bien.

SorrowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora