CAPÍTULO 44

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Ese miércoles en la noche, los vientos golpeaban toda Ciudad Gótica. Desde lo más alto de un edificio, se encontraban dos hombres viendo la tétrica ciudad a sus pies. Uno de ellos comenzó a caminar con fusil en mano mientras observaba su entorno procurando que todo estuviera en orden. Sin embargo, algo llamó su atención. Con curiosidad se acercó hasta la cámara del ala sur de la gran torre; verificando que estuviera encendida aquella lucecita verde que indicaba estar siendo grabado. Pero se equivocó.

—Carajo, —murmuró. Con desespero, trató de llamar a su compañero en busca de apoyo pero lo único que obtuvo fue un dolor que recorrió su cuello al punto de nublarle la visión y desequilibrarlo. Lo último que pudo ver fue el corpulento cuerpo de alguien más que lo recostó con suavidad en el suelo.

—Que conste que no lo deje caer para no armar un escándalo, —mencionó Red Hood con indiferencia—, si hubiera sido por mí, estaría tres metros bajo tierra.

—Sí. Sí, —pronunció Robin tecleando el dispositivo que se encontraba en su brazo—, yo también me hubiera deshecho de ellos.

Con un par de tecleos más, logró cambiar con éxito la imagen de todas las cámaras, sustituyéndola por unas en las que mostraban un panorama tranquilo y fuera de peligro.

—Te lo dije, —se jactó Robin con diversión—, siempre tengo un plan.

—Vaya, —dijo Red Hood adentrándose a la torre, seguido de su compañero—, cada día te pareces más al murciélago. Que miedo.

— ¿Qué puedo decir?, —mencionó con burla el más joven—, mi inteligencia atrae a las chicas. Es parte de mi encanto

— ¿Cuál encanto?, —contraatacó el del casco—, espanto, tal vez.

—El único espanto que conozco en Ciudad Gótica, es al maldito de El Espantapájaros.

Al bajar un par de niveles caminando por las gradas, los dos muchachos se detuvieron y miraron hacia abajo. Parecía no tener fin y tampoco estaba entre sus planes cansarse antes de pelear contra los malos. En primera instancia habían optado por entrar en la puerta principal, pero las zonas bajas estaban muy custodiadas y llamar la atención era lo que menos necesitaban en esos momentos con Batman fuera de la ciudad; por eso habían optado entrar desde lo más alto de la torre, donde no serían vistos con tanta facilidad. Si querían conseguir el collar en el menor tiempo posible y sin vidas de por medio, debían trabajar con suma discreción. Sin embargo, la sutileza no estaba en su vocabulario.

— ¿Dónde está?, —habló Red Hood refiriéndose al collar.

Al ser un lugar completamente protegido era casi imposible determinar siquiera donde comenzar a buscar. No obstante, eran Red Hood y Robin trabajando juntos; así que lo único de lo que debían encargarse era no asesinar a nadie en el transcurso de la misión.

—Nivel veintiocho, —respondió con calma el menor—, dentro de El Salón Imperial.

—Carajo, hay que bajar veinte niveles más—dijo Red Hood mientras enganchaba un cable para agilizar el recorrido. Observó el panorama colgado desde el arnés y sintió un poco de alivio al ver que todo estaba desalojado ya que eran las gradas de emergencia—, ¿hay trampas?

—Eso es lo que me preocupa, —respondió el pelinegro imitando la acción de su compañero—, parece estar descuidada. En esa área no hay rastro de ningún tipo de vigilancia o protección. Es como una fachada.

Antes de bajar, Red Hood se quedó rígido pensando en las palabras de su hermano. Se meció un par de segundos, aún colgado del techo y movió la cabeza como si eso fuera ayudar a desvanecer sus inquietantes.

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