CAPÍTULO 47

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Bruce caminaba por la sala. Se guiaba por el sonido de la melodía que se escondía en aquel lugar. Ese momento cobró vida en su memoria. Por un instante sintió los cálidos brazos de su madre protegiéndolo, haciéndole saber cuánto lo amaba.

De pequeño, siempre se acercaba al regazo de su padre, viendo como movía ágilmente los dedos sobre el teclado del piano y a su mamá moverse majestuosamente con el violín.

Uno nunca sabe cuan feliz es hasta que solo quedan los vagos recuerdos de lo que algún día significó una verdadera sonrisa.

Una lágrima se deslizó en su mejilla al ver la silueta de sus padres. Pero nada era real. Ellos ya no estaban. Solo eran un recuerdo. Quienes se encontraban ahí eran Damian y Mila.

Instintivamente limpió su rostro y desvió la mirada. Cerró los ojos con fuerza y desvió toda su atención a sí mismo, obligándose a recobrar la compostura.

Entró al gran salón con paso firme y elegante. Lyudmila fue la primera en distraerse. Dejó de tocar y observó al hombre que los miraba atentos. Damian, quien seguía tocando el violín, abrió los ojos y con miró a Mila con desaprobación. Sin embargo, al percatarse de otra presencia, lo llevó a una irritante desentonación.

—Padre, —exclamó el muchacho con notable asombro.

El aludido inclinó la cabeza en forma de saludo y los observó. Vio detenidamente a ambos jóvenes con instrumentos en mano. Se prometió agradecer a Alfred por el mantenimiento de aquellos objetos con gran valor sentimental. Aún mantenían la apariencia de cuando sus padres los utilizaban.

—Nos vemos mañana Damian, —esta vez fue Lyudmila quien habló. Sin siquiera sostener la mirada del mayor de todos, se despidió de los presentes y continuó caminando.

—Necesito hablar contigo, Mila.

La joven apuñó su ojo derecho y se detuvo de golpe mientras se encogía de hombros, al escuchar la voz de Bruce.

—Entendido, —respondió en un murmullo.

Lo cierto es de Mila no tenía deseos de hablar con Bruce. Sin embargo, no quería ser grosera después de la forma en que le había hablado. Lo siguió hasta su dormitorio y antes que el hombre cerrara la puerta para mayor privacidad, vio a Damian llamar a la habitación de Jason. Supuso que el par había hecho algo muy malo, más ignoraba la razón. Solo sabía que después de que Bruce hablara con ella, era el turno de los muchachos. La forma en que se había dirigido a Damian logró provocarle escalofríos.

—Mila, —habló Bruce—, quería disculparme por lo de aquel día.

—No, —dijo Mila recordando las palabras de Damian. También tenía que poner de su parte—, yo lo siento. No debí hablarte de esa forma. Sé que lo estás intentando y yo...

—Es difícil. Comprendo.

Lyudmila guardó silencio y se mordió el labio inferior. No supo cuanta fuerza puso en esa acción que un sabor metálico se impregnó en su paladar.

—Deja de lastimarte, —habló Bruce con el entrecejo levemente fruncido y aquella mirada de súplica—, no te hagas más daño. Por favor.

—Lo siento.

Bruce negó y se acercó hasta la joven. Dudó un par de segundos; sin embargo, se armó de valor y palmó con lentitud la cabeza de Mila. Se había acercado con la intención de darle un abrazo, pero aún no consideraba que fuera oportuno. Solo quería el bienestar de ella. Aún si eso le costaba la de sí mismo.

—Confía en mí. Prometo que todo estará bien.

La joven se preguntó cuántas veces había escuchado aquella frase. No tenía una respuesta. A pesar de todo, sabía que siempre fallaban.

SorrowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora