...

196 34 1
                                    

Me tomó once años, pero al fin lo admití y mi corazón palpitaba al pensar en esto: estaba enamorada de Hyeju. Yo sé que después de todo lo acontecido esta revelación suena tan innecesaria como decir que el agua moja, pero es menester decirlo, porque es tan liberador que podría gritarlo. Estuve enamorada de ella a los diecisiete, casi dieciocho años, y volvía a estarlo ahora. No era como si hubiese durado once años enamorada, pero un pequeño vestigio de ese sentimiento siempre permaneció ahí, latente, totalmente ignorante de que volvería a crepitar con más fuerza que antes, ahora ya con el realismo y sobriedad de la adultez, más conservando ese algo que me provocaba rememorar aquellos lejanos días de la adolescencia, que el día de ayer me parecieron tan foráneos que hasta se sentían como ocurrencias de otra vida, o tal vez cosas que nunca sucedieron.

Pero en el proceso herí a más de uno e hice partícipe de mis mentiras a otros. Reflexionaba acerca de esto cuando la puerta de la casa se entreabrió ligeramente y distinguí uno de los ojos de Mingyu mirándome un segundo antes de asomar medio cuerpo y echar un vistazo furtivo a cada lado, tan paranoico como sólo él podía estarlo en esa situación...

—Bien... Yo me voy ya. Le he dicho a Jin que el entrenador me llamó para algo súper urgente. Pero por favor, traten de no matarse ahí dentro, ¿sí?

—Mingyu, de verdad muchas gracias, y le convenceré de que esto fue completamente mi idea y que te obligué a ayudarme.

—Eso ayudaría. —parecía impaciente por irse. —Uhm... Una cosa más.

— ¿Qué pasa?

Bajó la voz y tuve que acercarme más a él.

—Jin ha estado muy rara todos estos días... Y no es sólo por lo que pasó entre ustedes, es por algo más, estoy seguro.

Esto captó mi atención.

—No estoy segura de que vaya a perdonarme, pero...

—Claro que lo hará. —afirmó. —No sé si hoy, o cuando, pero lo hará porque le hace falta su mejor amiga.

Me habría echado a llorar ahí pero sólo asentí. Mingyu me puso una de sus enormes manos en el hombro y me sonrió antes de marcharse. Yo tomé aire y entré, cerrando la puerta tras de mí.

Jin estaba en la cocina; la escuché rebuscar en la alacena y maldecir en coreano porque al parecer no encontraba lo que buscaba. Me paré en el umbral y ella me vio. Sus ojos se abrieron como platos por un segundo, pero apretó los labios, molesta.

—Hola. —saludé tímidamente.

—Estúpido Mingyu. —dijo ella cerrando la alacena de golpe.

—No lo culpes a él, esto...

—No trates de convencerme de que lo obligaste a ayudarte, porque no soy estúpida y no me lo creería ni por un segundo. —me cortó. Yo estaba muy dócil y no me atreví a tratar de contradecirle. —Vamos al supermercado. Quiero cocinar algo para él y no tengo nada de lo que necesito.

Caminó y yo la seguí como una mansa oveja.

Jin traía un carrito de compras y ni siquiera prestaba atención a lo que echaba dentro de este, sino que tomaba cosas al azar, a veces examinándolas y otras sólo añadiéndolas a sus compras sin más. Su expresión era furibunda y ansiosa; yo ni siquiera sabía por dónde empezar.

— ¿No me vas a decir nada? —preguntó mientras tomaba tres cajas de harina para panqueques.

—Estoy pensando qué debería decir primero. —admití.

—Podrías empezar pidiendo perdón por portarte como una reverenda perra con todos a tu alrededor.

—También por ser tan ridícula. —añadí.

Cherry Popper | HyewonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora