Me debatía internamente entre quedarme, o irme de inmediato como alma que lleva el diablo. El cerebro no me daba para más, así que quité el freno y puse primera hasta que la residencia Park quedó fuera de mi vista y entonces fui acelerando. Cuando ya iba a mitad de camino reduje la velocidad, tanto que otros carros comenzaron a rebasar y a tocar sus bocinas, molestos, pero los ignoré mientras mis manos se aferraban al volante. Al final llegué al último semáforo que me separaba de casa, el cual estaba en rojo, por lo que me detuve.
Esperé. No tenía ganas de hacerlo, pero no me quedaba más opción, aunque me daba la impresión de que el semáforo se estaba tomando su tiempo para cambiar de color sólo por fastidiarme y no aguanté más: golpeé el volante con todas mis fuerzas, subí el volumen del estéreo al máximo y grité hasta que me dolió la garganta, golpeando mi cabeza contra el volante. Escuchaba a alguien sonar su bocina detrás de mí y por el rabillo del ojo le vi adelantarme, gritando algo que no alcancé a escuchar y tampoco me interesaba.
Enderecé mi cuerpo, respirando hondo para calmarme y muy a tiempo para ver cómo el semáforo, ahora en verde, volvía a ponerse en rojo.
Me sentí muy tentada de ignorarlo y continuar mi camino, pero me contuve por poco; lo último que necesitaba era una multa y sobre todo decirle a Mina, así que volví a esperar, rechinando los dientes. En cuanto vi el brillante color esmeralda aparecer arranqué tan rápido que quedé pegada al asiento. Llegué a casa, metí el vehículo en la cochera y apagué el motor. El silencio me resultó molesto y me apoyé en el volante, recargando la cabeza sobre los antebrazos. Me quedé así un par de minutos y salí, suspirando al tiempo que cerraba de un portazo y subía corriendo las escaleras.
Lo primero que hice al llegar a mi habitación fue echar el seguro, cerrar las cortinas y arrancarme la ropa con tanta brusquedad como si me estuviese quemando. Arrojé mi camiseta hacia un lado y me enredé entre mis pantalones, hasta que me los pude sacar y me metí a la regadera, abriendo ambos pasos de agua y sintiendo cómo poco a poco me empapaba desde la coronilla hasta los dedos de mis pies. Estuve muy quieta, cabizbaja y sin escuchar nada más que el ruido del agua salpicando las baldosas. Tardé un rato en darme cuenta de que ese sonido ahogado que reverberaba entre las paredes era el de mis propios sollozos.
Fue como un gemido al principio... Después fue subiendo de intensidad hasta que incluso sentía la vibración de estos en mi piel, como si se cerraran sobre mí, reduciendo aún más el espacio en el que estaba atrapada. La piel me escocía; el agua caliente me la había enrojecido, como si tuviese un bronceado muy malo, pero no le daba importancia ni porque empezara a dolerme. Sólo quería quedarme ahí y llorar a mis anchas hasta que ya no quisiese o no pudiese más, lo que pasara primero. Lo peor del caso es que ni siquiera sabía por qué lloraba... ¿Era porque ya me esperaba el desenlace y aun así me arriesgué? ¿O acaso porque una pequeña parte de mí tenía esperanza?
¿Esperanza? ¿En serio?
Cerré las llaves y sólo unas cuantas gotas más cayeron, salpicando a mis pies, los cuales eran objeto de estudio por parte mía. Ahora que ya no había agua resbalando por mi piel era consciente de mis propias lágrimas, así que tomé la toalla para frotarme la cara con fruición. Salí del baño, secándome el cuerpo con calma, abrí un cajón para sacar ropa y me tiré boca abajo sobre la cama después de vestirme. Todo era silencio en mi cuarto, pero afuera se escuchaba bullicio: dos mucamas platicando por aquí, alguien riendo por allá y otro más gritando el nombre de no sé quién. Era como si el exterior fuese otro mundo muy ajeno a mi cama, a la cual comenzaba a comparar con una pecera.
Me di la vuelta cuando me cansé de llorar. Parpadeé varias veces, tratando de aclarar mi visión borrosa y miré al techo como por una hora o tal vez más. Al final terminé durmiéndome sin notarlo, hasta que se me hizo rutina durante toda esa semana entera.
Al octavo día ya había perdido un poco la noción del tiempo. Dormía, despertaba y volvía a dormir enseguida sin fijarme en la hora ni correr las cortinas para ver la posición del sol. Tampoco recordaba responder cuando alguien tocaba la puerta para preguntarme si iba a comer algo, pero seguro que lo hacía aún sumida en mi sopor. Yo sólo recuerdo haberme levantado para ir al baño, tambaleante y a punto de tropezar, y regresar de inmediato a mi cama, desplomándome como un edificio que acaba de ser demolido y de cierta forma así me sentía. A veces soñaba cosas extrañas y no precisamente placenteras, aunque sí tengo presente haber soñado con Chaewon. En una ocasión me desperté justo en un sueño en el que ella decía corresponderme y tuve que reprimir el impulso de golpearme la cabeza para quedar inconsciente de nuevo.
Cuando ya tenía la sensación de no poder dormir más me senté en la orilla de la cama, encorvada y con las manos entrelazadas. Miré hacia una esquina, donde tenía mis instrumentos y caminé hacia mi guitarra. Volví a sentarme e improvisé, algo engarrotada al principio, pero soltándome más mientras seguía rasgando. Estuve así un par de horas sin parar en ningún momento, como si algo malo fuese a pasar si me detenía, hasta que perdí una nota y cerré los ojos al tiempo que resoplaba, molesta. Respiré hondo varias veces, y volví a tomar la guitarra, esta vez tardando mucho más y notando el tiempo que llevaba tocando hasta que sentí un ardor en la mano.
— ¡Agh! ¡Mierda!
Había sangre en mis dedos. No era mucha, claro, y tampoco era la primera vez que me sucedía, pero no estaba de humor para ver tal cosa en ese momento.
Dejé la guitarra a un lado y me lavé las manos, dejándolas bajo el agua tibia más tiempo del necesario, sólo para realzar la sensación de dolor. Estaba en esto cuando alguien tocó la puerta y di un respingo, como si me hubiesen cachado haciendo alguna trastada y me golpeé la cabeza contra la gaveta que estaba encima del lavabo.
Ahora tenía dos dolores: el de la mano y el de la cabeza... O más bien tenía tres, si contamos el dolor de mi alma.
— ¡Ya voy! —grité frotándome con ambas manos y tratando de contener las lágrimas.
Al abrir la puerta me encontré con una de las cocineras sosteniendo un plato con un sándwich y papas en una mano, y un enorme vaso en la otra. Tenía el ceño fruncido y no pude evitar hacer una mueca.
—No tengo hambre.
Ella no me hizo caso y me puso el plato en las manos, igual que el día anterior.
—Volveré por el plato después, y más vale que hayas comido.
No esperó a que le respondiera y ella misma cerró la puerta.
Dejé todo sobre el escritorio y me puse a rebuscar en los cajones hasta que encontré una libreta de espiral y un bolígrafo. Me dejé caer sobre la silla, mordí el sándwich y tragué casi sin masticar, escribiendo tan rápido que apenas si podía distinguir mis garabatos.
Pero tan rápido como llegó el impulso se fue. Al final todo lo que quedó fue una maraña de rayones que ahora carecían de sentido alguno.
—Mierda, Chaewon. —murmuré con enojo mientras aventaba la libreta contra la pared. De nuevo me fui a la cama, poniéndome las palmas de las manos sobre los ojos para aventarme sobre esta, boca arriba. El enojo me duró tanto que me provocó dolor de cabeza y no hice más.
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Cherry Popper | Hyewon
General Fiction[AU] Park Chaewon es la presidenta de Blockberry Creative, una importante cadena comercial de golosinas, quien hace declaraciones homófobas en estado de ebriedad. Cuando esto afecta la imagen de su compañía, ¿qué desesperada acción puede cometer ell...