CAPÍTULO 17

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________••Laceración••_______

Marcus

El arma suelta los disparos que se clavan en la cabeza del sujeto que después arrastro y lanzo en el gran tanque lleno de ácido. Veo como se consume y deshace. Me limpio la frente con el dorso de la mano y me guardo el arma.

—¿Ya? —Mario aparece con el otro sujeto, aún sigue vivo, pero con casi todo el rostro desfigurado— Abrió la boca, pero no lo suficiente. Sácale la lengua.

—Debo ir por el otro. Házlo tú.

Rueda los ojos, desfunda la navaja y lo manda al piso pisandole la traquea con el zapato. Le abre la boca y le saca la lengua antes de torcerle el cuello y arrojarlo al ácido.

—¡Date prisa! ¡Necesito un trago!— me habla.

Desato al último, forsejea y como no estoy para retrasos, le quiebro las muñecas y lo tomo del pie arrastrándolo hasta el tanque. Vivo lo arrojo, los gritos me ensordecen pero se apagan rápido cuando se termina de consumir.

—Creo que estamos listo por hoy —revisa el teléfono y me acomodo los guantes.
—Un trago estará bien. Aprovechemos antes de ocuparnos de nuevo.

Salimos de la abandona fábrica, buscamos el auto que está aparcado en un área escondida. Son 10 minutos de camino hasta el bar. El ambiente y la música me atrapan rápidamente, sacándome de la burbuja en la que astaba atrapado, trabajo, eso de lo que no me desconcentro nunca, pese a que últimamente pienso en lo que no debería, pero ya no hay vuelta atrás, dejaré que fluya libremente aunque no pueda.

Si es de arrepentirme, lo haré en su momento, pero por ahora no puedo desconcentrarme.

Tomamos asiento en la barra, la chica que atiende toma nuestras órdenes y no pasan ni siquiera dos minutos cuando dos mujeres se posan al lado de Mario, mirándonos en todo momento y riéndose en voz alta para que les prestemos atención.

La música está alta, la luz es baja y el ambiente algo caluroso por la cantidad de piernas que hay en las mesas, la pista y la segunda planta.

—Hace dos meses fui a dónde me dijiste. Oye, buen lugar, pero no sé, creo que mis gustos son menos, ya sabes —me comenta.

—¿Menos qué? Oh, ya. Dices que no te gustan las mujeres tan atrevidas.

—Puede ser. Eso o qué en ese lugar casi salgo sin pene. Me debes una.

Suelto una carcajada burlona.

—¿No les llevaste el ritmo?

Me mira mal.

—Son devoradoras de penes. ¿Tú sigues teniendo el tuyo?

—Sí, intacto —aunque talvez no por mucho.

—No dirás lo mismo cuando Venus acabe contigo.

—No hablemos de ella, ¿vale?

—¿Por qué? ¿No eres su pareja de sexo?

Alzo una ceja.

—Eso no tiene cabida en la conversación que estamos teniendo.

—Si la tiene. Y más cuando no sabes en dónde te estás metiendo.

—¿No sé? Puede que tengas razón. Sin embargo, a esa mujer la reconstruí y aunque sea difícil de descifrar, para mí no lo es.

—¿De dónde sacaste ese sentido de humor?

Le doy un sorbo al vaso.

—Algo me dice que me quieres decir algo que no sé, pero no lo harás, seguirás lanzándome indirectas y eso sólo me confirma que tú también habías caído en su garra.

ARMAGEDÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora