CAPÍTULO 62

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••Contradicciones••

Herodes

Horas después, Transilvania 11:05am.

Tengo un tedioso tic nervioso en el brazo derecho, justo un poco arriba del codo. Cada vez que aprieto los puños se intensifica con agresividad.

Solo me calma un poco ver como la cuenta regresiva disminuye al pasar el tiempo. Mi inhumanidad sale a flote con cada segundo, causando turbulencias en mis pensamientos.

—Las autoridades no van a venir. Solo se harán cargo los guardias —me informa Mara— Están sacando un historial de cuántas prisioneras quedan. Muchas escaparon, algunas murieron quemas...

Viajé inmediatamente luego de que me avisarán lo que pasó. Dejé de lado la idea de citar al traidor de Loukas y pedirle explicaciones.

—Una vez que usted se vaya, empezaremos a monitorear la zona. No debe haber llegado muy lejos —sigue.

«No está» Adler no está en esta porquería de prisión. Desapareció anoche entre tanto caos y desastre.

Sinceramente, quisiera gritar y sacar un poco lo que tengo atorado en la garganta. Lo que más se repite en mis pensamientos fue lo que me escupió la escoria de Braden. La inestabilidad se apoderó de mí y solo quiero hablar con ella, verla a los ojos y... «No sé en dónde está»

—Inspeccionamos el perímetro más de cuatro veces, señor. La vamos a seguir buscando —me asegura Radovan.

Estoy haciendo un gran esfuerzo mental para no dejarme manipular por mis instintos y hacer lo que mi subconsciente grita.

Enola Saldana fue sacada. Pero para mí mala suerte, Adler no aparece y ya mi genio está a nada de colapsar.

—Te quedas aquí —le ordeno a la rubia— Vas a ayudar con la búsqueda.

—A sus órdenes, mi Alpha.

—Dan —lo llamo—, Necesito agua.

La garganta no deja de dolerme. Una incalculable rabia está en mí, algo imposible de explicar. La última vez que me sentí así fue cuando... Para qué ocultarlo. «Fue cuando se la llevó la mafia rusa»

Estaba menos intrigado al saber su paradero, ahora no sé una mierda.

—A 10 minutos para llegar —Arturo me va avisando.

Vuelvo a mirar la prisión. La distancia es tanta que tengo una vista panorámica del lago y grandes extensiones de bosque verde y abundante.

Por mi cabeza pasan varias imágenes. Todas acompañadas de sangre y destrucción. Por más que busco paciencia en el baúl de mis pensamientos, se vuelve una tarea difícil.

Dimitri está tan ansioso que debo aferrar bien el agarre en su correa, queriendo que esté a mi lado una vez que Arturo me avisa y miro al cielo, viendo como pasa uno de mis SU-75, soltando los dos misiles que caen directo en la prisión, volando todo. La explosión es discreta, pero el impacto no. Por lo tanto, el suelo vibra y una capa de viento pesado remueve los árboles y mi cabello. Si no fuera porque me tenso, estaría tambaleándome.

Es majestuoso ver como la tierra se levanta y el fuego se alza hasta dejar todo en escombros y un hoyo gigante.

Ya ese lugar no sirve. Y así como se hicieron cargo de apresar lo mío, yo me hago cargo de desaparecerlos del mapa.

En lo que me llegó el aviso de que mi novia ya no estaba aquí presa, no me costó nada hacer una llamada y pedir que equiparan la aeronave, dispuesto a bombardear todo.

ARMAGEDÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora