CAPÍTULO 02

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_________✧✧Turbulencia✧✧________

Venus

Días después.

Mi mamá me decía que tenía que preocuparme más por el dolor interior, porque duele diferente al exterior y cuando se agranda, puede destruirte más rápido.

Esas palabras llegan a mi cabeza haciéndome levantar de golpe, sudando y con el corazón palpitando demasiado rápido. Me voy al baño, me lavo la cara en el lavamanos y salgo evitando mirarme al espejo. Estoy sola en la habitación, al parecer mi compañera salió súper temprano, o tendría algún entrenamiento especial, aún no son las 5 am.

Me siento en la esquina de la cama, mirando un punto específico, pensando que tal vez tantos golpes y entrenamiento innecesario me terminará de dañar las pocas neuronas que me quedan «No debe faltar mucho para eso». Prefiero estar muerta a tener que quedarme completamente loca y sin saber que soy.

Me froto el rostro, tengo sueño, debería seguir hundida en la pereza, pero en algún momento vendrá Marcus y probablemente me vista él mismo y me saque a seguir con lo de estos días «Le tengo miedo, no debo llevarle la contraria». La primera vez me arrancó cada prenda y me llevó a las duchas, no quiero imaginarme lo que haría ahora que ya me ha dejado claro que no repite las cosas.

Salgo, como de costumbre está recostado en la pared, me mira de pies a cabeza y echa andar. Me abrazo a mí misma y lo sigo. Hace algo de frío o tal vez tengo es fiebre. Mi sistema inmunológico es un asco, mis defensas deben estar por el suelo y eso no es sorpresa, mi piel siempre está reseca, mi cabello y los labios. Además que la fatiga no se quita ni siquiera durmiendo.

Estos días habían sido más prácticas de boxeo que alguna otra. Hoy parece que será lo mismo, es lo primero que hacemos durante varias horas. Caigo al suelo infinidades de veces, ya no hace falta golpes, la falta de energía es la que me hace caer y ya el suelo deber estar casado de mí, parezco un tapete, un saco de boxeo que muele a golpes porque no los sé interceptar, son muy rápidos o mis reflejos no sirven como deberían.

—No veo progreso, no lo veo —ataca mi hombro—. Cúbrete, cuídate de los golpes, al menos haz eso.

No siento las costillas, tampoco el estómago. Tengo la boca rota, un ojo probablemente hinchando y se me dificulta mover un brazo. Parezco un muñeco, solo medio me muevo y sus golpes no fallan, tampoco son suaves, los manda con todo.

—Arriba, en guardia— se molesta.

Quedo vuelta un ovillo, me duele demasiado la cabeza, no puedo levantarme, no tengo ni un solo gramo de fuerza. Me deja aquí tirada, bajo la mirada de los dos sujetos que me vigilan en el largo rato que estoy en la misma posición maldiciendo para mis adentros el ser una inútil.

Él regresa, de mala gana me quita los guantes y su molestia me causa el miedo que me pone de pie saliendo al campo de entrenamiento a correr por un largo rato, hacer flexiones, cruzar obstáculos y sudar debajo del candente sol. Soy la risa de todos, hay niños y las cosas les salen mejor que a mí que con el mínimo esfuerzo ya estoy jadeando a punto de sufrir un ataque en el corazón.

—¿Esa huesuda sigue viva? —uno pasa por mi lado riéndose— Su aspecto es horrendo.

—Casi se le ve el esqueleto. Da asco verla— alega otra.

Me muerdo el labio conteniendo las ganas de llorar. Sigo atravesando la pista de charco, no es fácil, absorbe mis botas como arena movediza y si me quedo por mucho tiempo sin moverme, me traga.

Mis pies palpitan, las viejas heridas las tengo untadas, seguramente ya infectadas porque no estoy metida en nada limpio.

—¡No te detengas!—  me grita Marcus.

ARMAGEDÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora