CAPÍTULO 63

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•• Desmoronarse ••

Venus

Dos días después

Son pocas las veces que me mantengo despierta, pero en todas ellas hago lo posible por tomar los tés que me prepara la señora Doina. «Le estoy muy agradecida»

Saben horrible, pero han podido controlar mis vómitos y fiebres. Los único que no deja de amedrentarme son los dolores de cabeza y el cansancio físico.

Es necesario ir al pueblo o que la señal telefónica funcione. Pero desgraciadamente, la interferencia creció hace unos días debido a una especie de temblor que hubo. Eso me explicaron ellos.

Cosmin a intentando reparar la camioneta e ir al pueblo, ya lo hubiera hecho si no fuera porque el auto es antiguo y hace mucho que no tienen dinero para mandarlo a reparar con alguien especializado.

Si tan solo pudiera levantarme y caminar sin desvanecerme mentalmente, la lo habría ayudado en lo que pudiera. O ido al pueblo así tuviera que caminar dos horas. No me importa.

Trago grueso.

Muevo los dedos de los pies. Estoy entumecida y ya sabiendo todo lo que he sentido, me da ansiedad pensar que en cualquier momento volverá el mareo y la debilidad muscular que dejaron las constantes calenturas de fiebre.

Respirar duele, debo hacerlo despacio y tomar impulso hasta levantarme, caminando lento.

Abro la puerta y salgo, caminando por el pasillo. Veo algunos de los retratos, curiosa por como Doina me ha tratado y lo que me suele decir. Hay muchas dudas que quisiera saciar. Sus anécdotas sirven para mantenerme despierta.

Con sumo cuidado bajo las pequeñas escaleras. En la cocina no hay nadie. Salgo por la puerta trasera, decidida a tomar aire fresco y que mi piel pruebe los rayos solares. Estos días he estado como un murciélago en las sombras.

Para mi disfrute visual, compruebo que el jardín es más hermoso de lo que se puede divisar a través de la ventana.

Un pequeño acercado está lleno de flores rosas y amarillas. Debajo de una ventana más de tres macetas con rosas blancas. Para ser una granja que carece de agua, las plantas se ven muy rebosantes. Claro, las lluvias tienen mucho que ver.

El aire es muy fresco, la brisa choca contra mi rostro y por inercia cierro los ojos, respirando hondo. Necesitaba salir un rato.

Tanto estar de pie es agotador. Camino hacia un gran árbol rodeado por gravilla perfectamente cortada. Me siento contra el tronco, soltándome el en busca de disminuir el dolor de cabeza.

Quizás sean cosas de mi imaginación o la desesperación que siento de que mágicamente se me quiten todos estos males.

El señor Cosmin sí que se esmera en su granja. Por lo que puedo ver, las extensiones de tierra no son extensas, pero si llenas de árboles que proveen sombra y pastizales para que los animales coman.

La vista es hermosa y tranquila.

Y aquí es cuando pienso qué hubiera sido mi vida si no hubiera entrado de nuevo a La Fortaleza. Probablemente estaría... ni siquiera puedo pensar en algo así. Los recuerdos buenos regresaron, pero también es una desventaja.

Ahora estoy más aferrada a algo que la última vez me destruyó.

Son tantas cosas que siento. Por un momento quisiera continuar, parar o desaparecer. Creo que nunca antes en mi vida había sentido tanta indecisión.

De mi único que estoy segura es de hacer dos llamadas. Recuerdo cosas que habían quedado demasiado pendientes.

La falta de medicamentos deja que mi cerebro trabaje al 100% y se centre no solo en el dolor y odio, sino que también en cosas que, por ley aplicada en la rehabilitación psicológica, deberían menguar porque son una debilidad. Esos recuerdos estaban ahí en lo profundo de mi cabeza, solo que, al ser menos necesarias según la reconstrucción mental, debían quedar de lado.

ARMAGEDÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora