CAPÍTULO 87

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••Sucesión••

Dan

Montreal, 18 de febrero del 2024.

Crecí en un barrio pobre de Mersin, Turquía.

Deambulaba en busca de comida y la mayoría del tiempo dormía bajo bancas de parques o en callejones malolientes, en un cartón al lado de un bote de basura. Ahí siempre esperaba que alguien aventara su basura y con suerte encontraba algo para no morir de hambre.

Me enfermé muchas veces, nunca pude ir a un hospital y una vez recibí una paliza de un vagabundo que quería el suéter que tanto me costó conseguir.

Recuerdos que siempre vienen a mi mente cuando estoy desocupado. Creo por cosas así prefiero mantenerme en constante labor, cumpliendo órdenes o haciéndome cargo de algo. Lo prefiero antes que perderme en los deja vú.

Podrí decir que La Fortaleza fue un infierno, pero me salvó de morir de hambre, me hizo evolucionar y un día corrí con la suerte de ser seleccionado para cuidar al adolescente que se preparaba para ser Alpha. Este tenía tan solo 14 años y puedo asegurar que vivió cosas peores de las que yo viví en mi niñez.

Recuerdo muy bien el día que me reclutaron, todo lo que me esforcé para sobresalir y que la comida nunca se me negara. Era uno de los mejores. Cuando me enteré de que trabajaría para el futuro Alpha, fue el mejor día de mi vida.

Claro que no fue fácil mantenerme al margen cuando le hacían daño o golpeaban a la persona que se supone debía proteger. Yo tenía que quedarme al margen. Eso me indicó Dwayne Blackwood.

Claro que varias veces rompí esas órdenes. En varias oportunidades tuve que llevarle agua a su hijo a una jaula, cuando lo dejaban bajo el sol trotando o haciendo flexiones hasta desmayarse.

Empero, me siento muy orgulloso de la persona que ahora es. Le soy muy leal. Moriría con tal de salvarlo.

Vi sus peores momentos y lo duro que fue el camino que le tocó. Nunca se venció. Yo tampoco lo hice y ahora mi recompensa es trabajar para él y pronto convertirme en su mano derecha.

Una decisión en la que también influyó su esposa. Ambos están de acuerdo. Las leyes dicen que debe haber una mano. Ya Venus tiene una posición más alta.

Debo admitir que estoy nervioso y para calmarme no me queda de otra que sujetar las manos contra la pared mientras la embisto desde atrás. Jadea, me pide que la siga cogiendo. El calor se desliza por mi espalda, baja mojándome la elástica del bóxer que no alcancé a bajarme del todo.

Empujo con fuerza. Todo ese remolino de placer me tensa las piernas, cada músculo se contrae y no dejo de susurrarle que volveré a cogerla luego.

El climax se acerca, tan agasajador como un trago de coñac o un par de tetas entre mis manos. Se las toco por encima de la camisa.

Me estoy aguantando para no destrozar los botones.

No podemos sobrepasarnos.

—¿Te gusta que te coja? —le sujeto los brazos detrás de la espalda. Alza más el culo, gimoteando—Eres una perra sucia.

—Me gusta ser una perra —suelta risitas entre jadeos.

—¿Conmigo o con cualquiera?

—Con cualquiera. Pero solo cojo contigo a menos que me olvides de nuevo —me mira por el rabillo del ojo.

Le doy la vuelta y la subo al lavado. Me rodea la cintura con las piernas, sujetándome en mis hombros. Vuelvo a meterlo, viendo cómo entra y sale.

—¿Quién dice que te olvidé? —apoyo las manos en el espejo, moviéndome el compas de sus caderas.

ARMAGEDÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora