CAPÍTULO 76

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••Compromiso••

Herodes

No me estoy arrepintiendo de nada, pero estoy a punto de enloquecer. Ya no sé cuántas veces Adler va a emocionarse por el anillo que tiene en el dedo. No supera que le haya pedido matrimonio, tampoco la joya o a donde vamos.

El ego lo tiene por las nubes, también su modo posesiva y tóxica.

Respira Herodes. No enloquezcas por todas las veces que te pregunta cuándo decidiste hacer la propuesta y si no recuerdas todas las veces que aseguró tu rendición ante ella.

Tenía razón. Hace dos años, alardeó que caería por ella, y lo hice. Ahora estoy en un estado más peligroso, negado a soltarla.

Me costó mucho que el viaje se diera de tal forma. El anillo ya lo tenía en mis manos desde hace unos días.

—Es hermoso —acerca la mano para que lo vea.

—Ni siquiera te no has quitado para comprobar si tiene o no alguna dedicatoria.

Explaya los ojos.

—¿La tiene?

—Revisa.

Se saca el anillo y lee la inscripción que pedí agregar.

Para mi Adler —una sonrisa adorna los labios.

Sino fuera porque sus sonrisas me relajan, ya la estaría besando para que se calle. Ser más humana la vuelve extrovertida solo conmigo, cuando no está molesta.

Su euforia se debe más a qué está en sus días. Es la primera vez que lidio con ella así. Es como un huracán emocional «Y yo debo quedarme con las ganas de hundirme en su sexo, o eso dice ella»

Bajo del auto, espero que avance primero para yo seguirle el paso. No tarda en aferrarse a mi brazo.

—El antiguo Alpha odiaría esto que hiciste —sigue con eso— Le pediste matrimonio a la guardaespaldas que tantas veces quisiste matar. Que lindo karma te regaló la vida. Ahora te toca aguantarme.

Y sí que tendré que hacerlo. Está loca.

—Cambiemos el tema —medio.

—Bien. Solo porque me trajiste aquí y veo que todo está mejor que antes —toca el timbre.

Tanto contacto físico me hace olvidar que antes lo detestaba.

Cuando estuvimos en Kyushu no dio tiempo de traerla aquí, y ahora que rompí con mi itinerario, debo tratar de que la visita no se alargue. Hay mucho que hacer el Montreal.

—¡Que sorpresa verlos aquí! —la señora Doina nos recibe, abraza a Adler y a mí me sonríe con amabilidad— ¿Por qué no avisaron que vendrían?

—Fue algo imprevisto. Una visita rápida porque tenemos que regresar ¿Y Cosmin? ¿Cómo van las cosas?

—De maravilla. Pasen, hay que aprovechar el tiempo entonces. Mi esposo está supervisando a los trabajadores.

—Me alegra escuchar eso y más ver lo próspera que se ha vuelto la finca.

—Tu novio es un ángel. Su ayuda y la tuya la vamos a agradecer toda la vida —ahora no se limita, viene hasta mí, abrazándome.

Es enana. Yo me quedo estático sin corresponder porque a la única que le acepto eso es a la mujer que me reprende con la mirada, pidiendo tolerancia y que me comporte.

—Una inversión justa —limito a decir.

—Gracias por eso, niño. Mi esposo está muy feliz. Vamos, tienen que ver todo.

ARMAGEDÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora