CAPÍTULO 67

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•• Aquí estoy ••

Herodes

Kyushu, 02 de octubre del 2024.

Llegué hace 8 horas y no sé lo que es sentarme, tomar agua o relajarme. Estoy caminando de aquí para allá, es la única manera en que los temblores de mis manos disminuyen, apretándolas contra mis brazos cuando los cruzo, guardando la calma.

—Tiene mucha fiebre —Yuriko tampoco se ha separado de esa cama, sigue ahí poniéndole trapitos fríos en la frente a la persona que me tiene aquí con un desequilibrio jamás visto.

Desde que llegué no me había hablado. Por su tono e ignoradas visuales, se nota que está molesta y furiosa.

—¿Eso que le pusieron la mantendrá? ¿Por cuánto tiempo? —indaga.

—Hasta que llegue el equipo médico.

—¿Por qué está así? ¿Qué le hicieron y por qué no la cuidaste como te lo pedí? —sus regaños empiezan. Ya estaba tardando.

—No empieces con los sermones.

—Estoy en todo el derecho de dártelos. Tenías solo una tarea. Y mírala ahora —arroja el trapo en el cuenco— Me rompió el corazón verla llegar y desplomarse en el suelo a llorar. No es la mujer que conocí. Esta es frágil, tiene pesadillas y está muy mal.

—¿Y crees que me hace feliz verla así?

—¿Por qué está así? ¿Qué le hizo tu maldita organización?

Aprieto la mandíbula, me siento como un crío regañado.

—No eres la única que se preocupa —replico— ¿Crees que me gusta ver así a la mujer de mi vida? —mi garganta arde— Estoy moviendo cielo mar y tierra para que el equipo médico llegue y empiecen a tratarla. No me culpes a mí por lo jodido que ha sido el destino con nosotros.

Ya en estás fechas debería estar mucho mejor si no la hubieran apresado o ella escapado a ejecutar una venganza que podía esperar un poco más. Pero ya está hecho, y ahora yo debo tragarme la molestia. Ayudarla, cuidarla. Eso haré.

—Si ella muere, tu alma ahora sí que no tendrá la salvación —sus ojos llorosos me miran— He rezado mucho para que las llamas de la desgracia no los tocaran, pero ya lo hicieron.

—No se va a morir —aprieto los ojos «No pueden arrebatármela»

¿Y si lo hace?

—No será así.

—Haz hasta lo imposible por ella. Si significa más de lo que puedo ver, no la dejes sola. Te necesita.

—No me voy a mover de aquí —espeto.

—Por tu bien, espero que no —recoge el segundo cuenco y se levanta—. Usa los trapitos tal como yo lo he hecho.

Se aleja de la cama y mis pasos me acercan, tembloroso. No me creo capaz de tocarla sin sufrir un ataque de pánico como el de hace unas horas. «Debes mantenerte de pie, por ella»

—¿La amas? —pregunta.

—Eso es algo que no te concierne.

—No, pero quiero estar segura de que, si yo voy a preparar algo de comer, tú vas a ser fuerte por los dos y sabrás lidiar con cualquier inconveniente.

—Solo ve y tráeme agua.

—Ella te necesita. Perdió a un bebé, me lo dijo. Esa es una cicatriz que no se borra, solo cicatriza y la marca estará ahí para que lidie con ella. No sabe cómo hacerlo, los sentimientos que tu organización le eliminó, ahora la tienen en un estado incontrolable. Está pasando por duelo, resignación, dolor, felicidad, confusión... Es una bomba de tiempo mental.

ARMAGEDÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora