1: Lunes

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John termina de cerrar su maleta.

—Suerte, Jack— dice su madre con su melodiosa voz, dándole un beso en la frente.

—Lleva cuidado— recuerda su padre.

En pocas horas ha tomado un avión a Londres. Es la primera vez que viaja solo y le da un poco de miedo. ¿A quien debería acudir en caso de emergencia? Además, es la primera vez que pisará una universidad y lo que es peor, la primera vez que tendrá compañeros de clase.

No se puede decir que nunca haya salido de su casa, pero no ha explorado demasiado su ciudad y mucho menos otras. Sin embargo, a viajado con su familia a un montón de partes del mundo. ¿Tener que comprar algo? En su vida. Por suerte, esa universidad le ofrece tres comidas diarias y habitación. Al menos no se debe hacer cargo de eso.

Echa de menos a su gato, pero según sus padres es mejor que cambie de aires. ¿Eso implicaba también separase de su mascota? Sabe que su madre la cuidará bien, pero... ¿Y si le echa de menos? En el fondo, John sabe que ese gato le cambiaría por un mísero trozo de pescado.

El frío de Londres no se compara con el de Carolina del Sur. Ambos son fríos, un grado más que menos no hará gran diferencia en John, pero el clima si es diferente.

—¡Venga ya! ¡Acaba de terminar el verano!— Maldice mientras sale del aeropuerto y llueve a cántaros.

Ahora llega lo complicado, tomar un autobús. ¿Cómo lo hará? No tiene ni idea. ¿Podría tomar un taxi? Sí. ¿Sin conocer al chófer? Ni loco. ¿Por qué la universidad no tiene chóferes para recoger a los alumnos? Qué mal servicio.

Consigue el primer autobús. Ahora solo necesita otro para poder llegar a la universidad.

Ha terminado en una calle que, le genera rechazo. ¿Cómo alguien puede vivir ahí? El agua se sale por todos los lados e inunda la acera. Lleva unos botines, que no han sido suficiente para mantener sus pantalones secos. Mejor ni habla de la maleta. Espera que no se haya filtrado ni una gota de agua por algún sitio.

Si pensaba que el primer autobús era malo, imagina el segundo, que iba tan lleno que la gente iba de pie. Ha tenido que ir hasta la otra punta de la ciudad, donde en las afueras está el campus universitario. Genial, pinos. ¿No podrían plantar otro árbol?

Confirme llega al recibidor, un hombre muy amable le saluda y le pide el nombre. John recibe una llave, su número de habitación y una hoja con su clase y su horario. Al menos eso se lo han puesto fácil.

Después de subir más escaleras de las que le apetece contar llega a la habitación. Es pequeña, minimalista y de colores claros. Está acostumbrado a tener dos pianos en su habitación, pero esto le puede servir de momento.

Hay una cama de cuerpo y medio, no está tan mal; una mesita de noche; un armario empotrado a la derecha, junto a la puerta del baño; un sillón y el escritorio con su silla. Genial, no hay ducha propia.

—Bueno. Voy a pasar mucho tiempo aquí— dice quitándose los botines y el abrigo. Cuelga el abrigo de un pequeño gancho detrás de la puerta, que, parece no tener función. Se quita los pantalones mojados y abre su maleta en búsqueda de sus cosas.

Saca el pijama y se lo pone para después empezar con calma a desempacar durante toda la tarde. Saca su portátil y busca la lavandería más cercana. Tendrá que hacer la colada. ¡Qué vida más dura la del estudiante! Se siente tan cansado que se duerme sin cenar. No sabía que colgar ropa iba a ser tan agotador, ahora entiende por qué la gente que trabaja en su casa gana lo que gana. Le cansa colgar su ropa, imagina la de seis. ¡Qué pereza!

175 Días | Nueva edición Donde viven las historias. Descúbrelo ahora