7: Martes

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—Lleva cuidado o te vas a caer— le dice John a Francis.

—Lo controlo— dice manteniéndose de pie en unas piedras del río.

—Hubiese sido más fácil si te quitas los zapatos— dice John chapoteando en el agua.

—¡Ey!— dice Francis sosteniendo la cámara en sus manos. —No renuevas el agua o las fotos no saldrán bonitas. Te recuerdo que esto es para tu trabajo de biología.

—Tienes razón. A la orden— dice quedándose quieto. —Ese pez está chulo— señala John y el otro le echa una foto. —¡Vamos en búsqueda de más!— Dice con emoción.

—Yo iré por la orilla— asegura intentando pasar de la piedra a la tierra sin caerse.

—Oh, eres muy aburrido— murmura el más alto que camina a contracorriente.

—Así te costará más avanzar metros— asegura Francia y John levanta los hombros. —A veces pienso que tengo un novio gilipollas— dice en tono cariñoso. No son mucho de decirse cosas bonitas, les parece demasiado pasteloso.

—Yo también pienso lo mismo— bromea John.

—Te voy a hacer una foto para que veas lo ridículo que te ves— ríe el chico haciéndose para atrás y John se pone de espaldas, pero se gira de vez en cuando viendo como el otro se aleja para sacar un plano decente.

En la última vez que se gira, ve a Francis caerse hacia la zona más baja del terreno. —¡FRANK!— Grita saliendo del río y se despierta con el corazón en la mano.

Son las dos de la mañana. La luz de la luna entra por la ventana y se ve obligado a tener que encender la luz e intentar relajarse. Se pone el jersey y un pantalón para salir un rato afuera. Su psicóloga dice que intente pasear un poco y tomar el aire cuando se siente mal. John es desesperado para meditar. Le cuesta, mucho.

Hay una lluvia tan ligera que parece que no moje. De hecho, son gotas que se asemejan más a hilos. A John no le importa solo empieza a pasear hasta poder sentarse en un banco. Escucha una voz y se da cuenta que no está solo.

Bajo el porche de un edificio cercano se encuentra el profesor de física. Sí, a las dos de la mañana. Está hablando por teléfono mientras lleva un cigarrillo que se consume en la mano. Asiente y afirma con seriedad, a todo esto en francés, y John, por mal que suene intenta saber de qué habla, pero no lo logra.

—Je suis désolé— dice el hombre por teléfono. —Oui, merci, papa. Je serai bientôt là. Je t'aime, jusque là. bisous à maman— susurra antes de colgar el teléfono y espera unos minutos reposado en la pared terminando de fumar. También ha visto a John, así que cuando se dispone a irse se acerca. —Buenas noches— dice una vez está cerca. —¿No vas dentro?

—Necesito pensar un rato— murmura algo triste.

—Bueno, si algún día necesitas hablar, sabes dónde buscarme— dice con una pequeña sonrisa. —Si te vas a quedar, ponte al menos mi chaqueta— dice pasándole la prenda antes de irse. —Buenas noches.

—Igualmente, muchas gracias.

Pasan unos minutos y John sigue tranquilo allí. Está empapado. Es hora de ir entrando, además, que le ha mojado la chaqueta al profesor. Eso no debe estar bien. Cuando se dirige al pasillo encuentra a Martha al teléfono.

—¡Te estaba llamando!— Dice la joven alarmada y se tapa la boca al darse cuenta que ha gritado mucho. —Te había escuchado despertarte y estaba llamando a la puerta. No contestabas el teléfono.

—Perdona, lo había dejado en la habitación— asegura el joven abriendo la puerta. —Pasa si quieres, lamento haberte despertado, no era mi intención— dice quitándose la ropa mojada.

—Supongo que no lo era. ¿Está todo bien?

—Oh, sí. Parece que te molestaré varias veces durante este curso— dice después de varios incidentes. Seguro que la chica está harta.

—Deberías secarte o te pondrás malo— asegura la joven.

—Sí... Tienes razón, gracias Martha.

Pasan las horas y John vuelve a dormir. Cuando se despierta a la mañana siguiente Martha tenía razón.

Anoche no pudo secarse el pelo, no quería encender el secador a esas horas. Así está ahora.

Bueno, de todos modos, debe levantarse pues aún tiene una chaqueta que devolver. ¡Menos mal que se ha secado! 

Ni siquiera va a desayunar, le duele la garganta y para eso prefiere evitar hacer cualquiera cosa. Un poco tonto de su parte, pero también es verdad que nunca ha tenido que tragar él mismo con un resfriado. ¿A caso debería ir a un médico? Tampoco sabe hacer eso, los médicos siempre han ido a su casa.

Pasan las primeras clases y se encuentra a Martha. —No quiero decir "te lo dije", pero... Te lo dije.

—Ya lo sé. Me he dado cuenta— dice mirando la hora, esperando a que sea momento de entrar a clase.

—Tal vez deberías descansar. Te ves un poco... Uf.

—Tienes fiebre, ¿no?— Pregunta la chica.

—Una poca. Me quedaría a descansar, pero tengo que devolver una chaqueta al profesor— asegura John.

—¿Quieres que yo la devuelva?

—No, no te preocupes, tambien me viene bien atender la clase de física— dice John mirando que ya es hora de pasar.

Al salir de clase ambos se dirigen hacia la biblioteca donde John suele estudiar solo.

—¡Ey, nena, enseña que hay bajo de esa falda!— Dice un chico tocando de pasada a Martha que se sonroja y se da la vuelta rápido.

—¿Qué le has dicho?— Pregunta John sorprendido.

—Ay, si a ti te conozco yo— dice el chico que va con su grupo de amigos y John no entiende.

—Mira, con esos modales tendrías que volver a primaria. A ver si te enseñan algo— dice John, aunque claramente nunca ha posado un colegio.

—¿Tú qué coño cuentas, vamos a ver?— se pone en plan burlón y cuando menos se lo esperan ya están compartiendo puñetazos.

Uno de los amigos se acerca a intentar separarlos, la verdad es que Martha piensa que se lo merece y puede que finalmente ella ha repartido más golpes que nadie.

—Joder, son unos gilipollas— dice la joven.

—¿De que mierda me conocen?

—Tú sabrás. Te fuiste de fiesta con ellos, ¿no?

175 Días | Nueva edición Donde viven las historias. Descúbrelo ahora