Capítulo 47.- Desorganizado (Jiang)

488 39 21
                                    

Jiang apenas tenía 7 años cuando su padrastro lo golpeó por primera vez.

—¡Maldito bastardo! —rugió el hombre.

—¡Olvídalo, cariño! —decía la madre— Sólo estamos nosotros... Los únicos que importamos somos nosotros... Olvida al niño...

—No me gustan sus ojos... ¿Por qué tuviste que follarte a un chino? —protestó.

Pero la causa de su desagrado no era el mestizaje del pequeño, sino esa mirada altiva y desafiante que desde bien niño tenía Jiang.

—¡Lárgate a tu cuarto y no salgas hasta que te lo diga! —gritó su madre.

Como era su costumbre, cerró la habitación con llave para que no pudiera salir, pero esa vez tuvo suerte, porque sólo lo dejaron sin comer un día.

A la violencia en casa le seguía la violencia en la escuela, aunque desde que conoció a Mubang siempre se ayudaban mutuamente. Lástima que hubiera cosas de las que el pequeño grandullón no pudiera proteger a Jiang.

—¡Eres un inútil! ¡Una desgracia! —decía la madre mientras lo agarraba del brazo y lo zarandeaba.

—¿Cómo puedes ser tan tonto? ¡Eres tonto de remate! —le gritaba ella otra de las veces a la par que le propinaba un fuerte golpe en la cabeza.

Cuando no podía más, se iba a casa de su amigo Mubang y la madre de éste les preparaba siempre algo de merienda. Le gustaba pasar tiempo allí porque, al menos, se sentía seguro.

El recuerdo nítido que tenía Jiang de su madre en la infancia es el de una mujer muy maquillada y con voz chillona, que tuvo a su padre como uno más en la larga lista de hombres con los que había estado.

Sin embargo, con ese hombre, cometió un error.

—No debí tenerte nunca. Por tu culpa se arruinó todo... —le había dicho más de una vez su madre, casi hablando consigo misma, terriblemente frustrada tras alguna discusión.

A fin de conseguir la estabilidad económica que sabría que no le conseguiría su propia capacidad de sustento, pues poco había desarrollado sus habilidades para trabajar y poco le gustaba, la madre de Jiang se casó con un hombre rudo y tosco, que bebía más de la cuenta.

El hombre podía aceptarla a ella, pero sentía como un pequeño invasor de su espacio al niño que por allí merodeaba, como si temiera que en un futuro ese crío pudiera arrebatarle el título que tanto poder le daba de "hombre de la casa". Lo detestaba.

Y así creció Jiang.

Lo que tendría que haber sido el refugio más sagrado, el corazón del hogar familiar que le brindara esperanza y protección, sólo había sido para él la fuente de confirmación de que era un inútil, de que no valía para nada, de que era un error que no debió haber visto la luz del día, y de que no merecía cariño.

La gran discusión se produjo cuando Jiang tenía 14 años. Su padrastro se enteró de que le gustaban los chicos al descubrir en el ordenador que había estado mirando fotos de hombres.

—¡Es un maldito animal! —gritaba el hombre mientras su madre trataba de sujetarlo.

—¡Cariño, déjalo!

—¡Ven aquí, cerdo asqueroso! ¿Es que quieres que te follen el culo? ¿Eso quieres? ¡Te voy a quitar la mariconada a golpes!

—¡Yo seré un marica, pero tú eres un borracho que ni siquiera puede mantener a su familia! —gritó Jiang, enfurecido.

—¿Qué has dicho? ¡Voy a matarte!

—¡No! —gritaba su madre— ¡Jiang, vete! ¡Lárgate de mi vista ahora mismo!

Los chicos del boxing [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora