Capítulo 1.- Éste dura una semana.

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—No.

—Tienes que hacerlo.

—He dicho que no.

—KangDae, por favor, es nuestro principal patrocinador.

—No pienso dar clases a un niño rico sólo porque se empeñe en que su entrenador sea el campeón internacional de boxeo. ¡Estoy seguro de que sólo quiere presumir con sus amigos!

—¡Me dan igual los motivos! ¿Sabes quién está pagando por ti? ¿Sabes quien se hace cargo de la publicidad de este gimnasio?

—¿Y eso cree que le da derecho a todo?

—KangDae, no lo pienso repetir. No tienes otra opción —sentenció el dueño del gimnasio.

—¿Y si me niego?

—Esto es grave, ¿no lo entiendes? Si te niegas, no me quedará más remedio que... prescindir de tus servicios.

—¿Vas a echarme? —dijo KangDae con una amarga carcajada— No puedo creerlo... ¿Por el capricho de un niñato? ¡Habrase visto! ¿Hablas en serio? ¿Te das cuenta de quién soy yo? ¿Te das cuenta de los ingresos que genero para esta franquicia de gimnasios? ¡¿Cuántos campeones del cinturón verde están dispuestos a ser la imagen de la empresa?!

—Sí —dijo el dueño calmadamente—, soy consciente de la importancia de tu imagen, pero ten una cosa en cuenta Kang, nadie es imprescindible. Hay otros buenos boxeadores que estarían encantados de firmar un contrato con ellos. Y gracias a ellos tienes tu programa de asesoría deportiva, tienes cubiertos todos los pagos de las federaciones, te pagan todas las participaciones en los campeonatos, nacionales e internacionales, olímpicos, profesionales y amateurs... ¿Estás seguro de que quieres renunciar a todo ello?

No, por supuesto que no quería. Era un buen trato, y hasta ahora siempre había estado muy contento con su contrato en el gimnasio. Él se limitaba a dar clases a gente bastante preparada para competir. No tenía muchos alumnos y podía dedicarse a sí mismo, a entrenar, a cultivar su imagen pública... Era el equilibrio perfecto.

"¡Y todo está por alterarse por culpa de un maldito idiota!", pensaba.

—Está bien —cedió al fin—. Dile que quiero conocerlo primero, y evaluarlo.

—Gracias, KangDae, no te arrepentirás de la decisión. Seguro que si el patrocinador está contento con nosotros, será positivo para todos —decía el dueño del gimnasio, feliz por haber conseguido convencerlo.

Un tiempo después, el día de conocerse había llegado.

—¡Señor Kim CheWon! ¡Buenos días! —dijo haciendo una reverencia el dueño del gimnasio— ¿Cómo está?

—Bien, gracias, ¿y usted? —saludó el señor Chewon por pura cortesía.

—Bien, gracias. ¿Y este debe ser su hijo verdad?

Detrás de su padre se vislumbraba la figura de un joven que caminaba unos pasos más atrás.

—Buenos días, señor —dijo educadamente el muchacho con una reverencia. Su voz era muy suave, apenas le salía del cuerpo.

—Venga conmigo, le presentaré al Sr. KangDae.

—Nos hemos conocido alguna vez —dijo el padre de aquel chico.

—¿Sí? Estupendo.

—Kang, KangDae, ven aquí, por favor. Te están esperando el señor Kim CheWon y su hijo.

El boxeador y el empresario se hicieron una ligera reverencia.

—Señor Lee KangDae, me alegro de verle.

—Un placer —respondió.

—Imagino que ya le habrán informado, pero quiero que entrene a mi hijo.

—Sí —respondió. "Pero, ¿dónde está?", se preguntaba.

—¡MinSuk! —gritó de modo autoritario su padre, y el pequeño joven se hizo a un lado, apareciendo finalmente ante el gran campeón de boxeo— Este es mi hijo. Saluda, MinSuk.

El joven, ante la presencia imponente del boxeador, no pudo articular palabra y se limitó a hacer una reverencia. Tenía la cabeza baja, como si no se atreviera a levantar los ojos del suelo.

"¿¡Este es el crío?! No... definitivamente no lo haré...", se decía. "Pero si parece una chica... ¿Cuánto puede pesar? ¿Llegará a los 50 kilos? Este niño es un peso mosca... ¡O semimosca!"

KangDae estaba profundamente decepcionado. Pensaba que sería el típico muchacho, fan del boxeo, que ha entrenado en un gimnasio unas cuantas veces y se le ha subido a la cabeza. Pero ese chaval no tenía pinta de haber tocado una pesa en su vida.

—Señor... —intentó decir KangDae, visiblemente contrariado— No estoy seguro de que su hijo pueda...

—Es importante que entrene a mi hijo, no sé si le ha hablado el señor propietario sobre su retribución... —dijo mirando al dueño del gimnasio— Le puedo asegurar que será generosa...

—Señor, no es por mi retribución...

—Ponga usted las condiciones —le interrumpió nuevamente el obstinado empresario.

KangDae tomó aire y, tras unos instantes, expuso sus requisitos.

—Él deberá seguir la rutina y el entrenamiento que yo estipule. Si él me desobedece o renuncia, no podré seguir dándole clases.

—No renunciará —dijo el padre con firmeza—. Lo acepto.

El pobre muchacho miró furtivamente a su futuro entrenador, y en cuanto sus ojos se encontraron, desvió la mirada al suelo de inmediato.

—Esto será duro... —intentó advertir el boxeador— No va a ser un campamento.

—Tiene usted plena autorización para hacer lo que necesite, incluso aplicar disciplina si fuese necesario.

"Perfecto", pensó, sin un ápice de compasión por el muchacho, imaginando que todo iría de acuerdo con su plan. "Éste aquí dura una semana".

Continuará... 

Los chicos del boxing [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora