—¿Era por esta calle o la siguiente? —preguntó Doyun mientras estaba al volante.
—Gira a la izquierda dentro de dos calles. ¿Qué pasa, señorito? ¿No sabes manejarte por los barrios humildes? Mira que hemos venido varias veces ya... —dijo Jiang, riéndose.
—Tienes mejor memoria que yo para estas cosas... —admitió Doyun.
—Para estas cosas... —susurró Jiang con cierto aire de tristeza.
—¿Quieres salir a cenar después? —le dijo Doyun, cuando aparcaron frente a la casa de KangDae.
—Yo este... No puedo... Tengo que repartir. Me toca turno de noche en el trabajo...
—¿Otra vez? Estás muy liado últimamente, apenas tenemos tiempo de estar juntos. ¿No te estarás forzando demasiado?
—Puedo con ello. Estoy bien.
La madre de KangDae abrió la puerta y les indicó que su hijo estaba, como de costumbre, restaurando el jardín.
El patio de aquella modesta casa era bastante amplio. Nada más salir al jardín, en un lugar central y colocada en alto, como si fuera una estatua de homenaje, estaba colocada una preciosa plantita de aloe vera.
Todos sabían que era la que MinSuk le regaló, y todos sabían que, tras romperla, la había recogido con mucho cuidado y trasladado a su casa, para plantarla en una maceta de cerámica muy hermosa y colocarla en un lugar principal de su jardín.
Al verla, era imposible pensar que KangDae podía haberse olvidado de su joven alumno, pues la plantita se veía desde todos los puntos del jardín, como si fuera una especie de tributo al único amor noble, puro y sincero que había tenido y que él mismo había destrozado.
—¿Vas a reformar todo el jardín? —preguntó Jiang, en tono de burla.
—Buenas tardes, entrenador —dijo Doyun.
—Buenas tardes —respondió KangDae, dejando el cemento y varias herramientas a un lado— ¿Qué hacéis aquí?
—¿No es obvio? ¡Hemos venido a ver al entrenador! —contestó Jiang.
—Os pasáis aquí la vida... Venís todas las semanas... ¿No tenéis nada que hacer? —dijo KangDae, fingiendo protestar aunque se alegraba mucho de verlos.
—¡Tenemos mejores cosas que hacer! Pero no soportamos verte llorar por las esquinas. ¿Cuándo piensas dar la cara? —preguntó el pelirrojo.
El padre de KangDae estaba sentado en una silla, cerca del patio, viendo el trabajo de su hijo.
—Inútil. Bueno para nada... —dijo el hombre, en un tono calmado.
—Será mejor que entremos, cariño —le dijo su esposa.
—Es un inútil... —susurró.
—La ayudaré, señora —se ofreció Doyun y los dos asistieron al padre de KangDae a entrar en la casa y acomodarse en la sala.
—¿Cómo está él? —le preguntó KangDae a Jiang cuando se quedaron a solas.
—Hecho una mierda, como lo dejaste... —dijo crudamente, pero al ver la expresión de profundo dolor en el entrenador, matizó sus palabras— Está más estable después de estos meses... No te preocupes.
—Gracias... —murmuró KangDae, sin mirar al pelirrojo, agarrando sus herramientas de nuevo.
Jiang era el único que hablaba asiduamente con MinSuk porque seguían manteniendo el contacto.
De vez en cuando, también hablaba con Mubang y Doyun, sobre todo cuando estaban juntos los tres. Con el entrenador llevaba sin hablar desde su marcha a Estados Unidos.
ESTÁS LEYENDO
Los chicos del boxing [+18]
Romance¡Éste dura una semana!, pensó mientras urdía su plan para torturarlo. Un rico empresario, principal patrocinador del gimnasio donde trabaja, le pide a uno de los campeones coreanos de boxeo internacional, que entrene a su hijo. "¿Entrenarlo? ¡Cómo s...