KangDae se acercó a él y, sujetándolo por los hombros, mirándolo directamente a los ojos, preguntó en un tono de ultratumba de cólera contenida:
—¿Quién te ha hecho esto?
—Yo... Lo siento... —susurró MinSuk.
—¡¿Por qué te disculpas?! —gritó KangDae zarandeándolo.
—Lo has... ¿Lo has dicho en el instituto? ¿Se lo has contado a tus profesores? —preguntó Jiang.
—Mubang no ha dicho nada... ¡Mubang no ha dicho nada! —repetía Mubang, nervioso al ver a todos alterados.
—¿Tu padre lo sabe? —preguntó Doyun.
—Lo sabe —le contestó el propio KangDae, sin apartar la vista del pequeño—. Por eso me pidió que lo entrenara, ¿verdad?
MinSuk guardó silencio, con la mirada baja.
—¡¿Verdad?! ¿Estás sordo o qué? ¡Contéstame cuanto te hablo!
Al pequeño le recorrió un escalofrío, no sólo por el tono de dureza del entrenador, sino porque sus palabras siempre le recordaban el infierno que sus acosadores le hacían vivir.
—Sí, señor —le contestó al entrenador—. En... En el colegio... —dijo respondiéndole a Jiang— No han hecho nada... Intenté decirlo, pero no hubo ningún resultado. Los profesores ignoraron el asunto... El de gimnasia incluso se rió de mí...
—¡Típico! —dijo Jiang en un suspiro de frustración.
—¿Y qué esperabas, eh? ¿Que te ayudasen? ¿Que te salvasen? Lo que hizo tu padre fue tomar la mejor decisión. De ahora en adelante entrenarás media hora más conmigo todos los días. Chicos, nosotros hemos terminado por hoy.
Nadie contradecía una orden del entrenador, aunque a todos les pareció demasiado precipitado ponerse a entrenar en el estado en que estaba el muchacho.
—¡Tú! Ve a lavarte la sangre de la cara y prepárate, que subes al ring.
—Sí... Señor... —fue lo único que pudo decir MinSuk, en un susurro.
Cuando se lavó la cara, vio que se le marcaban los cardenales y las magulladuras. Tenía una herida justo en la comisura derecha de la boca, y la zona a su alrededor estaba roja e hinchada.
Con todo ello, el joven alumno se subió al ring y se colocó en posición de guardia.
—Escúchame, mocoso. Sé que conoces las reglas del noble arte del boxeo, pero... Ahora te voy a enseñar como se lucha en una sucia pelea callejera.
Al oírlo, una chispa de algo que no sabía identificar muy bien, tal vez fuese emoción, brilló en sus ojos.
—¡Sí, entrenador!
—Aunque lo más sensato en una situación de ese tipo es huir o evitarla, hay veces que no se puede. A veces hay que hacerles frente, y te voy a enseñar cómo.
—¡Sí!
—¡Regla número uno! ¡Ataca primero! No vas a tener muchas oportunidades. Es mejor atacar primero que intentar esquivarlos —decía mientras practicaban una rutina de golpes y esquives que MinSuk ya, más o menos, conocía.
—¡Regla número dos! ¡Ponlos en línea! No dejes que te rodeen jamás. Muévete de un lado a otro para que ellos también se muevan y se coloquen en línea... ¿Lo entiendes?
—¡Sí, señor! —dijo MinSuk mientras trataba de mantener el estómago contraído y aguantar o esquivar los precisos golpes de su entrenador.
—¡Regla número tres! ¡Engaña! ¡Miente! Que parezca que vas a hacer una cosa y luego haces otra. Que parezca que te rindes cuando en realidad quieres luchar, o que parezca que vas a luchar, para que se asusten, cuando en verdad no vas a hacerlo.
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Los chicos del boxing [+18]
Romance¡Éste dura una semana!, pensó mientras urdía su plan para torturarlo. Un rico empresario, principal patrocinador del gimnasio donde trabaja, le pide a uno de los campeones coreanos de boxeo internacional, que entrene a su hijo. "¿Entrenarlo? ¡Cómo s...