Cuando MinSuk abrió los ojos, vio el techo blanco de una gran habitación iluminado por la luz de un elegante balcón que había al lado de la cama. Al incorporar la cabeza se encontró un cuadro con una foto del mar adornando la pared, bajo el que había colocadas una mesa y dos sillas también de color azul y blanco, armonizando con los colores de la habitación.
A lo lejos, podía escuchar el sonido de las olas. ¿Dónde estaba?
—Al fin te has despertado... —dijo KangDae, suavemente, como si MinSuk todavía estuviera en el trance del sueño.
Tenía la garganta seca y los ojos ligeramente hinchados. Se había pasado toda la noche llorando, acurrucado sobre su entrenador y diciendo su nombre en sueños, gritando a partes iguales, con un delirio febril, que lo odiaba y que no lo dejara nunca.
—Entrenador... —susurró MinSuk.
—Estamos en mi hotel. No me parecía prudente llevarte a tu residencia en el estado en que te encontrabas.
—Gra... Gracias —dijo MinSuk extendiendo el brazo para tomar un vaso de agua que el entrenador le daba.
De repente, el pequeño recordó todo lo que había pasado la noche anterior y se levantó bruscamente.
—Anoche... Anoche yo... Golpeé a unos chicos. ¡Oh Dios mío! ¿Qué hice? ¿Estarán bien? —preguntó agitado.
—Sí, estarán bien. No fue una paliza mortal. No te preocupes. Si llego a ser yo... —empezó a hablar pero guardó silencio.
Inevitablemente, la frase evocó el recuerdo de lo que habían dejado atrás en Corea: el escándalo del acoso escolar, la situación de Taeri, la cobardía de KangDae al marcharse, sus días de sufrimiento separados...
MinSuk bajó la cabeza y el entrenador supo que estaba pensando en todo aquello.
—¿Qué te hicieron para que reaccionaras así? —preguntó KangDae.
—¿Ve? Usted quiere saber mi versión. Eso es lo mínimo... —susurró MinSuk.
No lo había dicho directamente, pero fue una suave recriminación.
—Quiero saber si tengo que matar a alguien o no —dijo KangDae, en su tono autoritario de siempre, y MinSuk esbozó una triste sonrisa.
—No, entrenador. No se preocupe. Un amigo... Más bien, un conocido de la facultad, intentó tocarme... Pero lo hizo porque estaba borracho. Ya no creo que vuelva a acercarse... Ni él ni ninguno de sus amigos...
KangDae sintió la ira arder por sus venas, apretó los puños y se controló.
—Desgraciados... —murmuró entre dientes— Si llego a estar yo allí les enseñaría una buena lección. Aunque debo reconocer... Que tú no lo hiciste mal. Se lo merecían.
MinSuk respiró algo más tranquilo y se levantó de la cama. Solo llevaba puesta una enorme camiseta del entrenador, que en su delgado cuerpo, le llegaba a medio muslo y le hacía las veces de camisón.
Al contemplar la visión que estaba ante él, el boxeador sintió que la sangre le golpeaba en las sienes y que despertaba su deseo. Hacía tanto tiempo que no veía a su joven alumno que el anhelo de su cuerpo, encendido por la imagen que contemplaba, brotó como brota el fuego de las brasas.
"No, no tienes derecho a pensar algo así", se dijo KangDae y desvió la mirada.
—Puedes ir a lavarte y cambiarte. Te llevaré a comer algo. Después... Hablaremos.
—Sí, señor —contestó MinSuk, en el tono en que respondía a las órdenes cuando se las daba en el gimnasio.
Como MinSuk no tenía ropa, KangDae le prestó una camiseta que le quedaba bastante larga y unos pantalones cortos que le llegaban hasta las rodillas, y a los que tuvo que apretar bastante la goma de la cintura para que no se le cayeran a los tobillos.
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Los chicos del boxing [+18]
Romance¡Éste dura una semana!, pensó mientras urdía su plan para torturarlo. Un rico empresario, principal patrocinador del gimnasio donde trabaja, le pide a uno de los campeones coreanos de boxeo internacional, que entrene a su hijo. "¿Entrenarlo? ¡Cómo s...