En ese momento escuchó la voz del entrenador.
Era una orden clara y directa, contra las que no cabía objeción alguna y que sólo admitía una ciega obediencia.
Estaba desnudo en la cama, frente al imponente cuerpo de KangDae, preparado para hacer lo que él dijese.
—¿Estás listo? Voy a entrar...
MinSuk cerró los ojos y se preguntó, brevemente, cómo habían llegado a eso...
Se habían marchado de la playa a toda prisa, nerviosos y excitados, como dos colegiales.
Corrieron hacia el hotel, pero KangDae paró brevemente en una farmacia.
Cuando salió de allí estaba ligeramente avergonzado. Había comprado un botecito de lubricante con aroma a fresa.
—¿Qué? —dijo secamente ante la mirada inquisitiva de su alumno— No... No venía preparado para esto... No pensé que fuese a pasar nada de este tipo entre nosotros... —dijo justificándose.
—Pues... De ahora en adelante, debería estar siempre preparado... —dijo MinSuk, jugando, como un niño que comete una travesura.
—¡Maldito crío! ¿Cómo te has vuelto tan descarado? ¡Ven aquí que te voy a dar una buena lección! —gritó KangDae, pero MinSuk ya iba corriendo hacia el hotel y escuchó sus gritos quedarse atrás.
Ambos corrieron. Como el pequeño MinSuk sabía que KangDae era más rápido, tomó un atajo por el jardín del hotel y ambos, con una felicidad como la que no experimentaban hacía tiempo, se apresuraron por el pasillo hasta llegar a la habitación.
KangDae abrió, y cuando ambos entraron, cerró la puerta tras él.
Todo se quedó en silencio.
MinSuk lo miró unos segundos, quedándose frente a él, quieto, expectante.
KangDae, con tranquilidad, puso la tarjeta en la mesa y se acercó al joven quien, instintivamente y sin que se le borrara la sonrisa del rostro, dio un paso atrás.
—Así que estos meses aquí te han convertido en un descarado...
—Sí, señor —respondió MinSuk, con las manos detrás de la espalda, como un niño presumido.
—Debes saber una cosa, maldito mocoso inútil —dijo KangDae arrojándolo a la cama de un empujón—. Más te vale que seas así de descarado sólo conmigo... Porque si no...
—¿Porque si no? —dijo MinSuk, en tono de burla y provocación.
—Porque si no te marcaré de tal manera que todo el mundo sabrá que eres de mi propiedad...
Se colocó encima de él, inmovilizándolo por las muñecas, que tenía colocadas a ambos lados de la cabeza.
MinSuk pensó que lo besaría apasionadamente, pero KangDae se quedó quieto.
El boxeador estaba demasiado feliz de ver a su alumno de nuevo, de poder estar con él, de que se hubiera aclarado todo entre ellos.
Sólo quería contemplar su rostro, deleitarse en mirar aquella pequeña nariz achatada y ese cabello liso y negro que le caía desordenado por la frente...
Acarició sus delgadas muñecas, con dulzura, con delicadeza, disfrutando cada instante como si hubiera recibido el premio del reencuentro tras soportar el mayor de los anhelos.
KangDae quería quedarse así, quieto, contemplándolo, teniéndolo agarrado, sujeto bajo él, impidiéndole escapar...
Sin embargo, MinSuk, a quien la impaciencia y el deseo propios de la juventud llamaban con fuerza, levantó la cabeza y le dio un beso en los labios al entrenador.
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Los chicos del boxing [+18]
Romance¡Éste dura una semana!, pensó mientras urdía su plan para torturarlo. Un rico empresario, principal patrocinador del gimnasio donde trabaja, le pide a uno de los campeones coreanos de boxeo internacional, que entrene a su hijo. "¿Entrenarlo? ¡Cómo s...