KangDae había intentado continuar con su vida sumergiéndose en una rutina de trabajo físico que lo alejara de todos los comentarios de odio que recibía en redes sociales, de todas las calificaciones de desprestigio que otros boxeadores rivales vertían sobre él, y de todos aquellos que, mientras que en tiempos de bonanza lo adulaban como si les fuera la vida en ello, ahora, que llegaban momentos difíciles, le habían dado la espalda.
Afortunadamente, no todos fueron así. Pese a sus errores, la gente que en verdad lo apreciaba, intentó mostrarle su apoyo.
Su compañero Durán, el latino, con el que había peleado y con quien se había formado una cierta amistad, la camaradería propia de los que están en el oficio y de quienes, aun siendo rivales, ponen por encima de consideraciones personales su profundo amor por el deporte, lo había llamado al enterarse de la suspensión de su licencia.
—¡KangDae, my friend! He visto lo que ha pasado. Yo testigo. ¡Yo testigo! Tú siempre bien. ¡Tú no romper reglas boxeo! —había gritado al teléfono Durán.
—El señor Durán se ofrece a ser testigo en cualquier procedimiento sobre la suspensión de su licencia de boxeador, señor Lee KangDae —explicó el traductor, mientras los gritos de Durán seguían de fondo.
—¡Desgraciados! ¡Tú no romper reglas! ¡Injusticia!
—Agradézcaselo de mi parte... —indicó KangDae antes de colgar.
En su trabajo a tiempo parcial resultó ser uno de los mejores trabajadores, y todos en el almacén, como no sabían quién era ni lo que estaba en su pasado, empezaron a admirar su manera firme y solícita de trabajar.
Descargaba y colocaba más sacos de harina de soja que ninguno, y siempre que veía a algún compañero en apuros, lo ayudaba, aunque sus formas, eran un poco bruscas.
—¡Maldito idiota! —le decía a un joven que casi pierde el equilibrio al bajar con dos sacos de harina del camión— ¿No ves lo peligroso que es eso? —dijo apresurándose a cargarle el peso para que él bajase con más cuidado— Si eres tan debilucho que no puedes sujetar dos sacos, hazlo solo con uno.
—Sí, señor. Gracias —contestaba el joven. Ya iban conociendo su carácter.
—¿Cuánto hace que no has dormido, Kim Yun? —le preguntaba a otro compañero.
—Dos noches... La niña se ha puesto malita y no ha dejado de llorar. Mi esposa y yo estamos agotados.
—¿Y vienes a trabajar así? Vete a descansar y rato y luego tómate un café. Yo te cubriré. ¡Si no estás en condiciones de hacer tu trabajo, puedes ponernos en peligro a todos!
—Gracias, KangDae —le decía el compañero.
A algunos no les gustaba su forma de hablar, pero todos reconocían lo eficiente que era y lo mucho que, a su manera, se preocupaba por los demás.
Por las tardes continuaba con las obras en el jardín de su casa. Moviendo piedras pesadas, mezclando cemento, poniendo ladrillos, derribando pequeñas paredes que estaban en ruinas para volver a reconstruirlas...
Su padre casi todas las tardes se sentaba en una silla a las afueras de la casa y lo miraba trabajar.
—Inútil —le espetaba de vez en cuando, pero KangDae lo ignoraba.
Ayudaba a su familia en todo, cuidaba de sus sobrinos cuando venía su hermana y les enseñaba algunas técnicas de boxeo. No dejaba sus entrenamientos y trataba de sacar tiempo para continuar con sus rutinas.
Esos meses sumidos en el trabajo físico lo hicieron reflexionar sobre muchas cosas. Sobre su arrepentimiento por las acciones del pasado, sobre su familia, sobre lo que le había hecho a MinSuk, sobre su cobardía al haberlo echado de su vida...
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Los chicos del boxing [+18]
Romance¡Éste dura una semana!, pensó mientras urdía su plan para torturarlo. Un rico empresario, principal patrocinador del gimnasio donde trabaja, le pide a uno de los campeones coreanos de boxeo internacional, que entrene a su hijo. "¿Entrenarlo? ¡Cómo s...