Cuando Doyun se encontró por primera vez con el entrenador apenas podía verlo. La sangre y el sudor que caían por su frente se mezclaban con el maquillaje que usaba para ocultar su rostro y se le metían en los ojos.
—Ha sido una buena pelea, Toro —dijo KangDae.
—Gracias, señor —contestó Doyun, aún jadeante por el esfuerzo, mientras se limpiaba la cara y los ojos con el dorso del brazo.
—Te he visto pelear unas cuantas noches y siempre he apostado por ti, pese a que tus rivales tenían el aspecto de poder partirte por la mitad. ¿Te interesaría entrenar conmigo? Tal vez ganes más de lo que ganas aquí.
—Debo irme —contestó Doyun, esquivo.
—Veo que rechazas el dinero, también el de las apuestas. ¿Por qué nunca aceptas el dinero que ganas? ¿Es que no te hace falta? —preguntó KangDae.
—Señor, si quiere pelear tiene que hablarlo con el hermano Seng. Yo debo irme —reiteró Doyun.
—¿Pelear? ¿Contra mí? —rió KangDae— Sí, eso sería una buena idea.
Los preparativos se hicieron rápido, a la semana siguiente el combate en ese sucio sótano de apuestas ilegales sería de Toro contra Tigre, aunque sus nombres reales eran Doyun versus KangDae.
Subieron a la pista que estaba rodeada por una verja, como las que se usan para retener al ganado y que llegaba casi hasta el techo. El griterío de la gente, animando a uno o a otro según sus apuestas, hacía tanto ruido que les resultaba incluso doloroso.
Pero lo peor era el olor... El olor de aquella asquerosa colchoneta, que emanaba los efluvios de sudor y de sangre seca, de tantos cuerpos que en ella habían peleado. El olor a alcohol sólo era comparable al de vómito que había en el ambiente y que golpeaba en las fosas nasales casi tanto como un golpe de K.O.
Se colocaron en posición de guardia.
—¡Luchad! —dijo el que hacía de árbitro, aunque... ¿Qué arbitraje podía haber allí? La única regla es que no había reglas. El que se mantuviese en pie (o, mejor dicho, con vida), ganaba.
KangDae atacó sin dudarlo, como era su estrategia. Doyun le esquivó unas cuantas veces y le propinó varios golpes, pero se sorprendió de la agilidad y fuerza de su contrincante.
Doyun se dio cuenta rápido de que ese hombre no era como los rivales que estaba acostumbrado a ver allí, matones, sanguinarios, drogadictos... No... Él parecía un atleta profesional.
En uno de los asaltos KangDae le rozó con fuerza la mandíbula, sin llegar a golpearle de lleno. Doyun se quedó tan mareado que casi pierde el equilibrio. En ese instante supo que estaba peleando contra un boxeador profesional. Poco podía hacer.
Intentó aguantar lo que pudo, trató de esquivar sus golpes y atizarle en cuanto podía, pero fue inútil. En cuestión de minutos se dirimió el combate, KangDae resultaba vencedor.
Con sabor a sangre en la boca, Doyun se quedó tendido en la colchoneta del ring, mirando el techo.
"¿Por qué todo es tan gris...?", se preguntó antes de caer inconsciente.
Doyun siempre había sido "un buen niño", un hijo modélico, el novio que todas las jóvenes querían tener y del que todo el mundo quería ser amigo.
Era el hijo mayor de una familia acomodada, su padre era dentista y su madre lo ayudaba en la clínica. Tenía una hermana menor a la que siempre cuidaba y con quien era un hermano ejemplar.
En los estudios era el mejor de su clase, y, aunque no quedó entre los mejores 100 del país cuando hizo el examen de acceso a la universidad, sí registró la mejor marca en la historia de su instituto. También era muy bueno en los deportes, pues había practicado fútbol y taekwondo.
ESTÁS LEYENDO
Los chicos del boxing [+18]
Romance¡Éste dura una semana!, pensó mientras urdía su plan para torturarlo. Un rico empresario, principal patrocinador del gimnasio donde trabaja, le pide a uno de los campeones coreanos de boxeo internacional, que entrene a su hijo. "¿Entrenarlo? ¡Cómo s...