2do libro

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Capitulo 1Sam Evans, sentado ante el puesto de control principal, levantó la vista cuando se abrió la puerta del centro de mando a las 6.25. Intentó reprimir una mueca, pero fracasó cuando reconoció a la mujer alta, esbelta y rubia que se dirigía con decisión hacia él. Selevantó y extendió la mano con una sonrisa.–Bienvenida, comandante.Con un gesto cálido, la agente del Servicio Secreto de los Estados Unidos, Brittany Pierce, le dio la mano al atractivo agente, rubio y de aire juvenil.–Me alegro de volver, Sam. –A pesar de las dificultades personales que, sin duda, encontraría, sabía cuánto lo deseaba.La mujer echó un vistazo a la amplia habitación que ocupaba el octavo piso de un edificio de apartamentos de piedra rojiza que daba a Gramercy Park, en Manhattan. Casi seis meses antes había estado al frente de las tareas de seguridad que el Servicio Secretodesarrollaba en aquel lugar, y no había esperado regresar, al menos no de forma oficial.En principio no se había alegrado de que le confiasen la dirección de aquella unidad. Gran parte de su carrera había transcurrido en la División de Investigación del Servicio Secreto, siguiendo la pista al dinero falso que se utilizaba en las transacciones ilegales de drogas. Tras trabajar sobre el terreno con miembros de la Dirección Antidroga, de la Oficina de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego y del Departamento del Tesoro, consideraba la sección de protección del Servicio Secreto un lugar para principiantes y burócratas. No le interesaba proteger a diplomáticos, visitantes extranjeros y personajes de las familias de los políticos. Hasta este momento. Ahora, en cambio, le importaba muchísimo.–¿Ha regresado ya Egret? –preguntó Cam, y encogió los hombros para sacudirse los residuos de rigidez del vuelo nocturno.Estaba en Miami en un nuevo destino, tras la pista de una serie de fraudes hacendísticos que la agencia esperaba que condujesen a una red de importadores de cocaína, cuando la habían llamado a su antiguo puesto. Aquel cambio de órdenes era del todo inesperado, y le molestaba que le hubiesen ordenado presentarse en Nueva York inmediatamente, sin más explicaciones y sin un intervalo para recibir instrucciones en Washington. Nadie había dado a entender que hubiese problemas en aquel punto, pero eso no significaba nada. El gobierno federal dependía de múltiples agencias de seguridad con esferas superpuestas de intereses e influencias, y había interminables luchas por el control de territorios. Incluso los que necesitaban información crítica no la conseguían hasta que era demasiado tarde. Ella misma había experimentado ese desastre más de una vez. Y, en una ocasión, casi la había destruido.–¿Un vuelo largo? –A Sam no le pasó por alto la tensión de su expresión.–Lo normal. –Se sacudió la nube de fatiga, disipando los recuerdos al mismo tiempo. No permitiría más meteduras de pata allí habiendo algo (alguien) tan importante en riesgo. Averiguaría quién o qué estaba detrás de su traslado. Pero lo primero era lo primero. Tenía trabajo que hacer antes de su reunión inicial con la mujer a la que debía proteger. Una mujer que, en el mejor de los casos, colaboraba a regañadientes en su propia protección y que seguramente sería aún más reticente en aquellos momentos. Britt se centró de nuevo en Sam–Necesito información antes de reunirme con ella. He estado volando casi toda la noche y no me han comunicado su localización.–Ha vuelto al nido –afirmó Sam, señalando el techo del ático que ocupaba el piso superior del edificio–. Regresaron de China anoche muy tarde, pero Egret no quiso quedarse en Washington. Llegaron en coche a las tres. Eso no estaba en los planes.–Supongo que algunas cosas no cambiarán nunca. –Britt sonrió para sí. "No para de recordarle a todo el mundo quién dirige realmente su vida."Sam cabeceó, pero no sonrió. Observó a su jefa muy serio durante unos momentos, procurando olvidar lo cerca que había estado de la muerte unos meses antes. Parecía sana y en forma, pero Sam sabía que sólo hacía seis semanas que había vuelto al servicio activo. Como siempre cuando estaba de servicio, iba impecablemente vestida, con un traje discreto y caro, y se veía capaz, competente y fría, cualidades que Sam le reconocía. También sabía por experiencia que resultaba difícil saber mucho más mirándola. Casi nunca revelaba lo que sentía, pero siempre decía lo que pensaba.–El equipo se alegrará de su regreso –dijo Sam.–¿Y usted, Sam? –Apoyó una cadera en el borde de la mesa y sus ojos celestes estudiaron los del joven–. Vengo a quitarle el sillón de mando.–¿Se refiere al sillón de pinchos? –Se rió, sacudió la cabeza y se recostó en la silla giratoria mientras señalaba con la mano el conjunto de ordenadores, equipo audiovisual y dispositivos de satélite del Departamento de Policía de Nueva York y de la Jefatura de Tráfico de Nueva York situados sobre el largo mostrador que tenía delante. –Soy un hombre de información. Esto es lo que quiero hacer, y desempeñar su trabajo durante los últimos meses me lo han demostrado.–Bien –dijo Britt con energía–. Me alegro de que le guste porque no hay nadie más importante que el coordinador de las comunicaciones y necesito al mejor.–Gracias. –A Sam le gustaba que confiase en él–. Me hace un gran favor, comandante. No se me da bien el rollo de los VIP y, en esta misión, ésa es la clave.A Britt no hacía falta explicarle que el trabajo requería saber tratar a personalidades de alto nivel. Era una de las razones de que desempeñase con acierto aquel destino en particular y también el motivo de que el que le esperaba a continuación fuese tan difícil.Santana López, cuyo nombre en código era Egret, había pedido que Britt dejase la jefatura de su equipo de seguridad y se iba a disgustar cuando se enterase de que había vuelto. "Tiene todo el derecho a enfadarse –pensó Britt–. Mi regreso al puesto lo cambia todo. Dios, ¿cómo voy a explicárselo?"Seis semanas antes habían pasado cinco noches juntas. Si hubiera sabido que volvería a encargarse del equipo de seguridad de Santana, tal vez hubiese hecho otra elección. "Sí, claro." El rostro de Santana parpadeó unos momentos en su mente y la inmediata punzada de calor que acompañó a la imagen le indicó que se engañaba. La había deseado muchísimo en aquella ocasión. La deseó durante meses, demasiado para que el procedimiento o el protocolo la detuviesen. No sabía muy bien qué haría con aquellos sentimientos tras el cambio de circunstancias, pero lo que sí sabía es que tenía un trabajo que hacer. Britt se levantó de pronto.–Los veré a todos a las siete en la sala de reuniones. Traiga lo que tenga de su itinerario de la semana, acontecimientos fuera de la ciudad en el futuro inmediato, todos los informes de campo problemáticos y pertinentes del tiempo que he permanecido ausente, y cualquier cosa que a usted le parezca que merece mi atención. He de ponerme al día a toda prisa antes de reunirme con ella esta mañana.Sam asintió y observó cómo Britt se dirigía al pequeño cubículo de cristal que servía de sala de reuniones. Se fijó en que la mujer miraba con gesto indiferente a derecha e izquierda de la habitación, donde había varias zonas de trabajo divididas por paneles bajos. Sam sabía que estaba valorando el equipo de control que los hombres y mujeres bajo sus órdenes utilizaban durante las veinticuatro horas del día para vigilar y proteger a la hija única del Presidente de los Estados Unidos.A las siete en punto, Britt entró en la sala de reuniones con su segunda taza de café en la mano. Dejó la taza en un extremo de la mesa rectangular y contempló las caras vueltas hacia ella. Todas eran conocidas. No habían trasladado a nadie durante su ausencia, y eso le gustaba porque se trataba de buenos agentes, sin tacha. Lo había observado la primera vez que asumió el mando un año atrás, al exigir que pidiesen el traslado los que no se comprometiesen al cien por cien con la tarea de proteger a la hija del Presidente. Los que eligieron quedarse, demostraron un carácter a prueba de fuego.–Y bien –comenzó, esbozando una leve sonrisa con la comisura de los labios–, por lo menos no tengo que aprender nombres nuevos. Podemos saltarnos las chorradas de las presentaciones e ir al grano. –Miró a Sam, que tenía delante un cúmulo de memorandos–. ¿Sam?–No hay nada nuevo en el frente extranjero hasta el viaje a París con el vicepresidente y su esposa el mes que viene.–De acuerdo. –Britt se acomodó en su silla con su agenda digital personal–. Necesitamos con antelación la información rutinaria sobre rutas de vehículos, hospitales locales y trayectos de los acontecimientos de cada día. Todo debería estar en la base de datos. Supongo que se alojarán en el Hotel Marigny, como siempre. Hay que confirmarlo.Se volvió hacia el afroamericano con aspecto de universitario sentado a su izquierda, que dominaba nueve idiomas y poseía conocimientos de otros siete.–¿Sigue haciendo usted el trabajo previo de los viajes al extranjero, Taylor?–Sí, señora.–Muy bien. Entonces, póngase en contacto con el secretario del Departamento de Protocolo de París para revisar el programa: cenas benéficas, visitas a museos, todo lo que hayan planeado. Quiero listas de invitados a todas las reuniones previstas y ubicación de asientos en teatros y cenas. –Los franceses tenían fama de cambiar los itinerarios en el último minuto, y París era una capital internacional en la que el terrorismo suponía una verdadera amenaza–. Sígalos de cerca. Asegúrese de que estamos al corriente cuando subamos al avión. No quiero que me sorprendan.–Descuide.–Fielding. –Cam miró a un pelirrojo corpulento sentado junto a Taylor.–¿Sí, señora?–Compruebe con sus compañeros de inteligencia que disponemos de las últimas noticias sobre actividad disidente en Francia, en particular sobre células activas en París. Quiero que proporcionen fotos y biografías a todos los miembros del equipo antes de nuestra partida. Sam programará una reunión informativa previa al vuelo la semana antes del mismo.Taylor y Fielding asintieron y tomaron notas mientras Britt le indicaba a Sam que continuase. Sam repasó unos listados y dijo:–En el plano doméstico, tenemos la inauguración de la Galería Rodman en San Francisco dentro de tres semanas.–¿Dónde se alojará? –preguntó Britt con aire ausente, concentrada aún en los detalles de París. Los viajes internacionales colocaban en riesgo a las figuras políticas reconocibles y, cuando la persona en cuestión representaba a un país tan odiado como Estados Unidos, el riesgo aumentaba.–Aún no lo sabemos. –Sam parecía incómodo.Britt levantó la vista con los ojos entrecerrados.–¿No lo saben? A estas alturas ya habrá hecho las reservas. ¿Quién se encarga de su itinerario?Sam se puso colorado, pero no apartó la mirada. No había olvidado lo implacable que podía llegar a ser Britt cuando había un fallo de protocolo y se preparó para escuchar un rapapolvo.–Lo lleva ella, comandante.–Ella –repitió Britt, contrariada. Sabía condenadamente bien que no era culpa de Sam. Luchando con su carácter, cerró la agenda electrónica y se levantó–. ¿Hay algo urgente que el equipo deba discutir esta mañana, Sam?–No, señora.–¿Quién dirige el turno de día? –Miró a su equipo.–Yo, señora. –La respuesta procedía de una mujer de rasgos suaves y cabello negro. Poseía las características de la típica americana seria y atlética que se identifica con las agentes del Gobierno, pero superadas por la sorprendente intensidad de la voz.–Bien –dijo Britt con un breve gesto de asentimiento. Tras un error que casi había terminado con su carrera, Paula Stark se había mostrado fría y equilibrada. Era una figura fundamental como miembro del turno que pasaba casi todo el tiempo en contactodirecto con la primera hija–. Entonces, vaya a organizar su programa.–Sí, señora –respondió Stark, levantándose.–Sam –añadió Britt en tono crispado–, me gustaría hablar con usted, por favor.Las sillas chirriaron cuando los agentes se apresuraron a salir de la sala de reuniones. Sabían que Pierce destrozaba a la gente cuando pensaba que se había bajado la guardia en la protección de la hija del Presidente, sin importarle lo difíciles que pusiera las cosasSantana López. Cuando se quedaron solos, Britt miró a Sam y enarcó una ceja.–Vale. ¿Quiere contarme qué demonios está pasando? Primero, me llaman sin explicaciones y sin avisar. Luego dice usted que Egret pasa por encima de los protocolos de seguridad normales. ¿Qué más hay que yo no sepa? No puedo trabajar a oscuras.–Se lo contaría si pudiera, comandante, pero no sé por qué la han vuelto a llamar. –Desde el otro lado de la mesa miró los insondables ojos claros de Britt y eligió las palabras cuidadosamente. A Sam le gustaba Britt, la respetaba, le encantaba trabajar a sus órdenes. Pero no eran amigos. No compartían confidencias personales. No sabía a ciencia cierta qué relación había tenido Britt con la primera hija en el pasado–. Nadie me informó de que hubiera problemas, ni con mi dirección ni con ninguna otra cosa. En cuanto a la señorita López... –Se encogió de hombros con gesto exasperado–. La señorita López es difícil.Britt estuvo a punto de sonreír ante semejante declaración, pero no lo hizo. Permaneció en silencio, observándolo y esperando el resto.–Sigue resistiéndose a revelar sus planes o destinos. Se niega a hablar de sus relaciones... personales, y por tanto no contamos con servicios de inteligencia para paliar las posibles amenazas de esa parte. Esquiva nuestra vigilancia... –Se calló al oír una ligera maldición de Britt, y luego se apresuró a añadir–: No con frecuencia, pero sí a veces.–¿Ha informado de eso? –preguntó Britt. Se frotó la cara un momento para luchar contra la fatiga. "Dios, ¡qué terca es Santana!"Pero no la culpaba, realmente no. Vivir bajo la vigilancia constante de extraños resultaba agotador, incluso en circunstancias normales. Y las circunstancias de Santana López distaban mucho de la normalidad. Sam se enderezó.–No señora, no lo he hecho.–¿Motivos? –Lo miró con dureza. La infracción de la seguridad que Sam describía solía conllevar un nuevo destino para los agentes afectados, casi siempre con descensos de categoría. Pero conocía a Sam Evans y sabía que no burlaría las normas sólo para salvar el pellejo.Sam la miró fijamente a los ojos y su voz sonó firme y rotunda.–Colabora con nosotros casi siempre, y tomé por mi cuenta la decisión de que estaría más segura con nosotros que con sustitutos en los que no confiase. Aunque hubiera algunos problemas.Britt estaba de acuerdo para sus adentros. Ella misma había tomado decisiones similares en cuestiones relativas a Santana. Si le hubiesen preguntado en el momento, no habría podido defenderlas, al menos según las normas. Pero a Santana López no se la podía manejar con el código en la mano.–Supongo que será mejor que informe a Egret de que estoy aquí –comentó Britt. Se preguntó cuánto sabría Sam–. Más tarde repasaré con usted los planes para el resto de la semana.Sam se levantó.–Sí, señora.Cuando la vio salir, Sam comprendió que el asunto de la infracción del protocolo estaba cerrado. El que había reclamado a Brittany Pierce para que volviese a encargarse de la seguridad de la primera hija sabía lo que hacía. Pierce entendía lo que significaba proteger a Santana López. Sam se preguntó por un instante qué sucedería en el piso de arriba, cuando Egret se enterase del cambio en el mando, y decidió que prefería desconocer cierta información. No podía testificar sobre lo que ignoraba.


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