2do Libro

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Capítulo 23

Sam trabajaba como un poseso para restablecer el contacto, pero no respondía nadie.

–¿Comandante? ¿Stark?

Santana seguía haciéndole preguntas a Loverboy, pero no hubo más respuestas.

–¿Qué sucede? –preguntó en tono urgente. Los tres agentes la miraron con seriedad y la tranquilidad fantasmal que reinaba en el aire hizo que a Santana se le enfriase la sangre. Se esforzó por mantener la compostura, pero no pudo–. ¿Qué diablos pasa?

–Todas nuestras líneas de comunicación están muertas –respondió Sam–. Seguramente, Loverboy transmite con una conexión sin cables desde el punto de reunión. Está allí y sabe que usted no.

Santana se levantó, temblando de arriba abajo.

–Será mejor que alguien averigüe ahora mismo qué sucede ahí, o iré yo en persona.

–Señorita López –dijo Lindsey Ryan en tono sosegado, poniendo la mano sobre el brazo de Santana con gran suavidad, como si temiese asustarla–. Nosotros tendremos información antes que nadie. Dele un minuto a Sam.

Sam encendió los altavoces y procuró aumentar las señales.

–Stark, entra, por favor. ¿Me recibes? Stark, ¡maldita sea! ¿Me oyes?

Se estableció una transmisión incomprensible e intermitente. Al principio, Santana sólo distinguió fragmentos de palabras, pero lo que oyó bastó para hacerla saltar. Buscó a ciegas una silla y se desmoronó en ella.

–... Explosión... Disparos... Agentes muertos...

–¿Quién? –preguntó Santana débilmente mientras sus ojos iban de la cara de un agente a la de otro, intentando descifrar sus expresiones desesperadamente–.Sam, pregúntele quién.

–¿Puede especificar? –inquirió Sam aplacando la punzada de pánico que el mensaje de Stark había producido. Apretó los puños y se concentró, esforzándose por distinguir las palabras.

Más interferencias, luego:

–... Evacuación de heridos... Avisarán.

Después sólo hubo silencio, un silencio tan profundo que los tres, testigos impotentes de una pesadilla, se quedaron aturdidos y sin mirarse. Santana cerró los ojos y se preguntó cómo era posible que aún sintiese los latidos de su corazón, porque dentro de ella se estaba muriendo algo. El sonido de la línea telefónica quebró la gélida quietud. Todos se miraron durante un segundo, hasta que Sam levantó el auricular.

–Evans.

Santana lo miró con ansiedad, esperando algún indicio que indicase que sus miedos eran infundados, pero el serio gesto de la mandíbula de Sam no se alteró. Colgó el auricular y se levantó.

–Era Fielding. Las ambulancias se dirigen con los heridos a la unidad de Traumatología del Beth Israel.

–¿Quién? –preguntó Santana en voz baja, preparada, pensó, para oír las palabras. Debía estar lista porque por dentro notaba frío. Algo helado–. Por favor... ¿quién?

–Aún no hay identificaciones –respondió buscando su chaqueta–, pero Stark ha ido con una de las ambulancias, así que supongo que alguno será de los nuestros. –Se puso la chaqueta y se dirigió hacia la puerta–. Llamaré en cuanto tenga información, señorita López.

–No habla en serio. –Santana se movió con rapidez, cerrándole el paso, con una mirada incrédula en el rostro–. Voy con usted.

Sam se detuvo en seco y, aunque le costó trabajo, dijo con la mayor tranquilidad:

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