3er libro

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Capitulo 4

Santana apagó el teléfono con un suspiro. No había respuesta ni en su apartamento, ni en el móvil ni en el buscapersonas bidireccional. Miró el reloj de la mesilla: las 9.42, casi medianoche en Washington. Britt había prometido llamarla durante los descansos de las reuniones, pero no lo había hecho. Ni siquiera en Washington trabajaban los burócratas hasta esa hora un viernes. Santana había pasado buena parte del día con Marcea en su estudio, una prolongación del piso superior que era todo ventanas y luz. Mientras Marcea recogía los lienzos que quedaban para la exposición del día siguiente, Santana se acurrucó en una tumbona de fina piel y se dedicó a dibujar. Pasaron unas horas tranquilas y agradables, aunque apenas hablaron. A última hora de la tarde Marcea se detuvo junto a Santana, señaló el bloc de dibujo que la joven sostenía en las rodillas y preguntó:

-¿Puedo?

Santana se ruborizó levemente y le entregó el bloc a Marcea, sorprendida por la timidez que le inspiraba una mujer que siempre había sido amable y cordial con ella. Pero para Santana, el arte era su alma y el trabajo el único lugar en el que no tenía que ocultar sus sentimientos. Se preguntó qué vería Marcea bajo el carboncillo y el papel.

-Tienes muy buena memoria -dijo Marcea con una dulce sonrisa, observando las imágenes de su hija y de sí misma distribuidas por la página en diferentes posturas. En algunas, sus perfiles se superponían, en otras se fundían y se unían hasta transformarse finalmente la una en la otra-. La has captado perfectamente.

-¿Sí? -preguntó Santana con aire pensativo.

Marcea posó en Santana unos ojos cálidos y tiernos.

-Sí, en efecto.

-A veces yo... no estoy segura.

-No dudes. Yo no lo hago. -La ojos de Marcea recorrieron las imágenes, llenos de admiración-. ¿Puedo quedármelo?

Santana asintió.

-Sí, si quieres. Será un honor para mí.

-Gracias -murmuró Marcea, acariciando la mejilla de Santana con sus dedos largos y delicados-, por lo que ves en ella.

Santana, paralizada por la caricia, permaneció inmóvil, sintiéndose bien acogida y como si estuviese fugazmente en casa. En aquel momento recordó el episodio y, mientras pensaba en lo mucho que Britt se parecía a su madre, la echó de menos con mayor intensidad. Las últimas semanas de confinamiento y constante amenaza la habían agotado. Las largas horas de espera mientras otros, incluida su amante, se enfrentaban al peligro por ella le habían pasado factura. Tenía los nervios deshechos y el corazón dolorido. Recorrió frenéticamente la habitación esforzándose por no pensar dónde estaría Britt. "¿Relajándose con una copa tras dos días seguidos de reuniones? ¿En un bar? ¿Disfrutando de una cena tardía? ¿Sola?" Hacía dos meses que eran amantes, y Santana apenas había tenido tiempo para hacerse a la idea de que había quebrantado su regla fundamental: no comprometerse emocionalmente con alguien con quien se había acostado, no dejar apenas que nadie la tocase, físicamente, y, por supuesto, nunca emocionalmente. Había intentando a toda costa mantener a Britt al otro lado de las enormes defensas erigidas con el tiempo y había fracasado. Se hallaba en un territorio inexplorado y cada paso era nuevo. Britt también había quebrantado algunas reglas, al menos en lo profesional. La más importante era la de no tener relaciones íntimas con una protegida. A Santana le daba la impresión de que Britt había roto, además, varias normas personales, pero no habían hablado de eso. Y tampoco habían hablado de otras cosas: fidelidad, exclusividad, el futuro. Conceptos que a Santana le resultaban extraños unos meses antes. Las ideas habían dejado de ser filosofía para adquirir mayor significado. Cuando pensaba en la posibilidad de que Britt estuviese con otra mujer, brotaba de ella un sentimiento mezcla de furia y desesperación.

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