5to libro

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Capitulo 16El tono de marcado que interrumpió la tenue comunicación de Britt con Santana sonó tan impactante como si anunciase un bombardeo. Aquel era un enemigo contra el que Britt no podía luchar: no servía de nada la fuerza, la habilidad, ni siquiera su inmensa voluntad. Tenía que depender de otros, cosa que la hacía sentirse impotente e inútil. Los dedos de Britt aferraron el teléfono mientras el aire rancio de la furgoneta la envolvía. Una nube de ira y frustración llenó su cabeza arrasando momentáneamente su razón y quebrantando su control.-Maldita sea -dijo dando semejante puñetazo al lateral de la furgoneta que hizo retemblar el vehículo. No sintió dolor cuando se rasgó la piel entre los nudillos y crujió una pequeña fisura en su dedo índice. Arrojó el móvil sobre la estrecha mesa de Stacey Landers y se dirigió a las puertas de atrás del coche decidida a reunirse con Santana. Alguien debió de dar una orden porque el agente de técnicas y armas especiales le bloqueó el paso con una agilidad que Britt no esperaba, dada la corpulencia del hombre-. Déjeme pasar.Britt habló en tono modulado y sereno. Pero la expresión de su rostro era fría como la muerte. La capitana Landers, a su espalda, dijo:-Lo siento, Britt. Pero tendrás que esperar aquí con todos nosotros. En este momento no puedes hacer nada ahí arriba.Tal vez fuese porque oyó su nombre o porque, en realidad, Britt sabía que Landers tenía razón, pero reprimió la intención de clavar el hombro en el pecho del agente de técnicas y armas especiales.-Necesito respirar.-Una idea excelente -afirmó Landers-. Déjela salir, teniente Maxwell.-Sí, señora -dijo el hombre franqueando el paso a Britt.Britt abrió las puertas de atrás de la furgoneta y saltó a la acera. Inmediatamente la rodearon.-¿Qué ha ocurrido? -preguntó Renée clavando los dedos en el brazo de Britt-. ¿Hay alguien herido? ¿Por qué coño no nos dejan subir? ¿Qué ha sido de nuestra gente? ¿Cómo están Santana y Paula?Aunque las preguntas eran razonables, el tono de Savard transmitió a Britt una advertencia que disipó los rastros de ira. La agente del FBI estaba a punto de desmoronarse. Britt la miró fijamente y lo que vio la impulsó a sacudirse la mano de Savard y señalar el extremo opuesto del vehículo.-Vamos allí, agente.Felicia y Quinn, que estaban cerca, hicieron ademán de seguirlas, pero Britt sacudió la cabeza y les indicó que esperasen. Las dos parecían impacientes y preocupadas, pero obedecieron la orden. Al otro lado de la furgoneta, fuera del alcance de las miradas curiosas y las inoportunas cámaras, Britt dijo:-Te lo voy a explicar, Renée.-¿Paula? ¿Qué pasa con Paula? ¿Está herida?-Paula está bien. Acabo de hablar con ella. Hubo una exposición a una sustancia desconocida y activaron la alerta roja, procedimiento estándar. Estamos esperando que llegue un equipo de descontaminación especial.-Quiero hablar con ella -el tono de Savard transmitía tensión y miedo.Britt negó con la cabeza.-No puedes. Conoces las reglas. Cuanto más tiempo estén abiertas las líneas, mayor probabilidad hay de que las transmisiones sean interceptadas y de que se produzca una filtración a los medios. En una situación así, en la que cabe la posibilidad de que se haya utilizado un elemento de guerra biológica, se propagaría el pánico. Evacuaciones en masa, víctimas civiles. No podemos arriesgarnos. Tendrás que esperar.Los ojos de Savard miraron el edificio de apartamentos del otro lado de la calle, pero lo que vio fueron las Torres derrumbándose y destrucción por todas partes. La impotencia y el horror la atenazaron. Casi sin respirar, susurró con voz atormentada:-No puedo.-Claro que puedes -afirmó Britt poniendo las manos sobre los hombros de Savard y bajando la cabeza hasta que sus ojos encontraron los de la agente. Habló con tono firme, pero amable-: Felicia, tú y yo vamos a hacer todo lo necesario para tomar las riendas de la situación. Paula confía en que participes, y yo también. Esto no es como lo del martes, Renée. Tenemos la oportunidad de defendernos.-No lo soporto -Savard parpadeó mientras abría y cerraba las manos espasmódicamente-. No puedo perderla. Sencillamente, no puedo.-Lo sé.De pronto, Savard se estremeció y sus atormentados ojos se desorbitaron. Las pupilas, oscuros pasadizos de su infierno particular, se agitaron sin control.-¡Oh Dios mío! ¿Santana? ¿Esta...?-Muy fastidiada -respondió Britt con una risita cariñosa-. Aparte de eso, la encontré bien.Cuando Savard vio el dolor que ensombrecía el rostro de Britt y percibió el temblor de amor desesperado en su voz, comprendió que no estaba sola en su desdicha. Echó los hombros hacia atrás y se enderezó. Sus ojos se aclararon, y su cara recobró el color.-¿Qué tengo que hacer, comandante?La expresión de Britt se endureció, apretó los hombros de Savard y dijo:-Necesito que contactes con tus fuentes y consigas toda la información que puedas sobre un hecho similar que se produjo ayer en un complejo del gobierno en New Jersey: el carácter del supuesto agente tóxico, número y tipo de víctimas, si alguien reivindicó el ataque...cualquier cosa. Hazlo lo antes posible.-Sí, señora. Volveré en cuanto tenga algo.Cuando Savard se alejó, Felicia se acercó a Britt, seguida por Quinn.-El equipo de explosivos aún está fuera del edificio, así que supongo que esta vez no hay bombas.-No -dijo Britt mirando a su alrededor. No había nadie cerca que las pudiese oír, y resumió lo que Santana y Stark le habían contado. Mientras hablaba, observó el rostro de Quinn buscando alguna señal de que la noticia sobre el arma biológica no sorprendía a la CIA.-¿Tiene algo que añadir, agente Fabray?-¿Cuándo llegará el equipo de Detrick? -preguntó Quinn.Britt miró su reloj.-Dentro de dieciocho minutos.-Vamos a dar una vuelta -sugirió Quinn abriéndose paso entre la multitud apelotonada en torno al vehículo de mando.Las tres mujeres esquivaron hábilmente los cuerpos apretujados hasta que llegaron a la verja del lado este del parque. Britt sacó sus llaves y abrió la verja dejando que se cerrase tras ellas. Mientras que fuera del oasis cuadrangular de árboles, flores y zigzagueantes caminos las calles y aceras eran hervideros de actividad, dentro la tranquilidad transmitía un seductor sosiego. Britt avanzó seis metros por un estrecho caminillo de piedra y, de pronto, se volvió y se enfrentó a Quinn:-¿Qué más no sabemos que deberíamos saber? Si tu gente la ha puesto en peligro, te juro que alguien lo pagará.Quinn sacudió la cabeza.-No sé lo que sabemos y lo que no, Brittany. Soy de contrainteligencia, no de contraterrorismo.-Eres espía.-Soy agente de campo -corrigió Quinn con un gesto de impaciencia-. Tengo la misión de vigilar a individuos que... -dudó- puedan tener información de interés para nuestro gobierno.-¿Y eso qué significa?-Significa que no necesariamente se me informa de lo que el servicio de inteligencia de Langley sabe sobre lo que aquí sucede. ¿Sospechamos que ciertos gobiernos hostiles se dedican a desarrollar armas biológicas? Por supuesto. ¿Eso indica un ataque inminente contra nuestro país? No estoy al tanto del particular.Britt se estiró el cabello desesperada.-¿Puedes enterarte? ¿O ese canal de información solo discurre en una dirección?Quinn, sin darse cuenta, salvó la distancia que las separaba y puso la mano sobre el brazo de Britt. Su rostro y su voz rebosaban compasión.-Brittany, haré lo que pueda. Pero ya sabes lo cerrado que es el sistema incluso para los que estamos dentro. No hay organización más protegida en el mundo.-Inténtalo -rogó Britt-. Al menos...inténtalo.Quinn asintió acariciando el brazo de Britt lentamente.-Lo haré.Se miraron; en los ojos de ambas pugnaban la ira y la tristeza. Felicia rompió el silencio.-¿Qué creen que hará el equipo de Detrick cuando llegue? Ahora mismo ese edificio es una pesadilla de seguridad.Britt se volvió por fin y, a través de las copas de los árboles que formaban una abigarrada paleta de tonos anaranjados, dorados y rojos, contempló el sol que arrancaba destellos a las ventanas del loft de Santana. A pesar de que el apartamento estaba fortificado como una prisión, dentro de aquellas paredes Santana había disfrutado de cierto grado de libertad. Era el único lugar donde nadie la miraba, el único refugio seguro en el que podía dedicarse a su arte. Y estaba a punto de perderlo.-Los trasladarán. Y los pondrán en cuarentena.-¿Qué ha dicho Britt? -preguntó Santana.-No mucho porque no creo que haya mucho que decir de momento -respondió Stark sinceramente-. El equipo de Fort Detrick llegará enseguida.-¿Y luego qué?-No lo sé -Stark miró sin querer el fondo de la habitación donde estaban los lienzos, y le pareció ver el polvo blanco bailando en los rayos de sol de la luminosa mañana-. Dependerá de lo que piensen que es.Santana miró al agente del Servicio Secreto que estaba ante la ventana, de espaldas, contemplando la calle. No lo conocía y, aunque confiaba en él en principio, la costumbre de años la había enseñado a ser recelosa; no revelaba sus temores e incertidumbres ante nadie, salvo ante las personas más cercanas.-¿Y si no saben qué es?Stark pensó en la reunión de la mañana y en la posibilidad de que se tratase de ántrax o algo peor. Se le revolvió el estómago y se apresuró a disimular un estremecimiento de horror. Su responsabilidad consistía en manejar la situación y, aunque no podía hacer nada si se habían expuesto a un peligroso agente biológico, procuraría tragarse la preocupación y tranquilizar a Santana, al menos de momento.-Estoy segura de que sabrán qué hacer, sea lo que sea.La furgoneta negra con la luz roja giratoria encima se abrió paso lentamente entre el mar de cuerpos hasta el edificio de Santana y se detuvo con la rueda delantera derecha sobre la misma acera. La puerta lateral se abrió y salieron dos hombres. Una mujer descendió del compartimento delantero. Todos llevaban uniforme militar. El conductor, también de uniforme, fue a la parte de atrás, abrió las puertas y rebuscó dentro. Con movimientos ágiles, sacó buzos de Tychem F, un material que garantizaba el nivel más alto de protección contra agentes biológicos y químicos a los tres oficiales del ejército. Britt y Stacey Landers se acercaron a los miembros del equipo cuando se estaban vistiendo.-Soy Brittany Pierce, la jefa de seguridad en funciones de Egret. Quiero subir con ustedes -dijo Britt.El mayor de los dos hombres, un pelirrojo corpulento de piel bronceada y corte de pelo militar, sacudió la cabeza.-Lo siento, agente... ¿Pierce? El protocolo lo prohíbe.-Oiga -repuso Britt incapaz de reprimir la frustración-, se trata de la hija del Presi ...La única mujer del equipo, cuya etiqueta identificativa decía capitana R. Andrews, intervino:-Sabemos de quién se trata, agente Pierce. En cuanto hayamos calibrado la situación, la informaremos. Su presencia es mucho más valiosa aquí abajo para coordinar la salida y mantener a raya las comunicaciones.Britt escudriñó los cálidos ojos verdes que la observaban. Andrews, de pelo castaño a la altura del cuello, cortado a capas, aparentaba treinta y pocos años. Era de la estatura de Santana, pero más musculosa; seguramente remaba o levantaba pesas. Su insignia indicaba que pertenecía al Cuerpo Médico del Ejército. La intensidad de su expresión señalaba que entendía la preocupación de Britt, que asintió.-Quiero un informe sobre ellos, lo antes posible.-Lo tendrá -aseguró Andrews.Britt observó en silencio cómo los tres se subían las cremalleras de los trajes, se ponían las capuchas de seguridad y se ajustaban las gafas protectoras y las máscaras antigás. El equipo de productos peligrosos de Nueva York y las fuerzas de seguridad de Landers habían abierto un camino frente a la puerta, y el personal de Fort Detrick entró en el edificio y desapareció mientras Britt permanecía esperando.Stark abrió la puerta del apartamento con Santana detrás. Se encontraron ante una escena de película de ciencia-ficción. Tres personas con trajes espaciales, de género indefinido, estaban en el vestíbulo portando enormes cajas de herramientas. "Evidentemente, creen que lo que hay aquí es muy peligroso."-Retrocedan, por favor -dijo una voz masculina a través de un micrófono-. Pónganse a la izquierda y no se muevan.-¿Quiénes son ustedes? -preguntó Santana echándose hacia atrás mientras los tres individuos entraban en fila india.-Yo soy el coronel Grau -informó la primera figura sin detenerse-, y estos son la capitana Andrews y el capitán Demetri.-Acompáñeme, por favor, señorita López -dijo una voz femenina, y la figura más pequeña se separó del triunvirato-. Usted también, agente Stark. Vengan conmigo al cuarto de baño.Santana se dio cuenta, mientras caminaba con Stark detrás del envoltorio humano, de que no debería sorprenderla que aquella gente conociese la distribución de su loft. Sin duda sabían qué talla de sujetador usaba y todos los detalles íntimos de su vida. Miró por encima del hombro y vio que el tercer miembro del equipo conducía al agente del Servicio Secreto al baño de invitados. Santana se detuvo al ver al coronel Grau abrir la caja de herramientas delante de sus lienzos.-Quiero ver qué va a hacer.La capitana Andrews sujetó la muñeca de Santana con una mano enfundada en un grueso guante.-Lo siento, señorita López, pero no podrá ser.La reacción de Santana fue inmediata e instintiva. Habían estado incomunicada varias horas. No tenía ni idea de lo grave que era la amenaza y estaba enfadada y asustada. No podía estar con su amante, su vida había sido invadida una vez más, y en aquel momento destruían su último refugio. Se sacudió la mano que la sujetaba con un rápido movimiento que había ensayado infinitas veces en el dojo y en el ring de boxeo. La capitana Andrews no intentó detenerla, sino que se limitó a decir:-¿Esas pinturas valen más que su vida?Santana pensó en Britt y desistió de atacar al coronel Grau, que acababa de cortar un trozo del tamaño de un sello de correos del centro de un lienzo entero para guardarlo en un tubo de ensayo. Si tenía que elegir, no haría nada que la hiriese. No arriesgaría su vida si iba a ser Britt la que pagase el precio. Se volvió para no ver lo que hacía Grau.-Quiero hablar con la agente Pierce -dijo Santana.-Lo sé -dijo la capitana Andrews-. En cuanto sea posible.A pesar del tono apagado y mecánico de la voz, Santana percibió un matiz de compasión. Sin saber muy bien por qué, la creyó y no discutió. Y la siguió en silencio al cuarto de baño. El baño principal, con azulejos dorados y mesados de granito, estaba junto a su dormitorio. Contenía una cabina de ducha de un metro ochenta por dos cincuenta con dos cabezales en paredes opuestas, aparte de otros elementos característicos. Había sitio suficiente para las tres sin apretujarse. La capitana Andrews cerró la puerta, se arrodilló y sacó una gran bolsa de plástico rojo para residuos biológicos de su caja de herramientas. Se puso de pie trabajosamente, debido a la pesadez del traje protector, y se la tendió a Stark y aSantana.-Por favor, quítense toda la ropa y pónganla en esta bolsa.Mientras Santana y Stark se desnudaban, la capitana abrió la mampara de la ducha, se arrodilló de nuevo y hábilmente retiró la tapa del desagüe con un pequeño destornillador. A continuación, insertó una especie de filtro de agua en su lugar.-¿Qué es eso, capitana? -preguntó Santana metiendo su ropa en la bolsa roja. Desvió la vista de Stark, que permanecía muy rígida a su lado. Santana sabía que Stark se sentía incomodísima. No era la desnudez lo que la fastidiaba, sino la pérdida de control que implicaba. No obstante, estaba decidida a no representar un papel pasivo en aquel drama.-Es un biofiltro.-¿Qué sospecha exactamente que tenemos?La capitana Andrews miró a Santana con firmeza tras el grueso poliuretano de las gafas protectoras.-No lo sabemos, señorita López. Pero, de momento, presuponemos que han sido contaminadas con un activo agente biológico. Hasta que hayamos comprobado lo contrario, debemos tratarlas como si estuviesen infectadas."Infectadas. No era un agente químico, sino algo vivo." La idea de que algo invadiese su cuerpo le resultó a Santana mucho más aterradora que la posibilidad de sufrir un envenenamiento. Respiró a fondo; necesitaba unos segundos para aplacar la punzada de pánico.-¿Cuánto tardará en saberlo?-No se lo puedo decir. ¿Le importaría entrar en la ducha?

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