2do libro

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Capitulo 6

A las siete en punto de la mañana, Britt atravesó el centro de mando para ir a la sala de reuniones.
–Stark, Sam –llamó al pasar ante ellos–, reúnanse conmigo. El resto recibirán información más tarde.
Cerró la puerta de la sala de reuniones después de que los agentes se sentaran y permaneció de pie, apoyándose en el respaldo de una silla. Iba pulcramente vestida con un traje azul acero, una camisa de lino blanco hecha a medida y unos mocasines negros importados que hacían juego con el cinturón. Si los otros dos se hubieran fijado, se habrían dado cuenta de que tenía los nudillos blancos de agarrar el cuero de la silla. Era la única señal de nerviosismo.
–Esto es lo que sé –dijo con un tono y una actitud contenidos–. Hace aproximadamente tres meses Loverboy reanudó el contacto con Egret a través del correo postal. Sus mensajes consistían en breves notas intrincadas en las que declaraba su amor eterno hacia ella, su deseo de hacer el amor con ella, expresado de forma más cruda, y su intención de estar a solas con ella para convencerla de su pasión.
Ante las primeras palabras, Stark y Sam se irguieron, completamente impresionados.
–¡Comandante! Es el primer... –estalló Sam con el rostro blanco.
Britt alzó la mano para hacerlo callar.
–Llegaremos a eso. Hace seis semanas, empezó el contacto por correo electrónico. En esa ocasión, además de las descripciones verbales, envió breves videoclips de actividades sexuales explícitas que esperaba que... compartiesen.
–Imposible. –Stark no pudo reprimir su incredulidad–. Nos lo habría contado. Es difícil, pero no estúpida. Tenía que saber que debía informarnos.
–Lo sabía el FBI. Constituyeron un grupo de trabajo para controlar la situación. –Ante esa información, Sam soltó un reniego.
Britt continuó, pues prefería dejar las abundantes explicaciones para después–. Organizaron su propio sistema de vigilancia con vehículos y agentes que la seguían cuando salía del edificio. Intentaron establecer conexiones alternativas de correo electrónico con la esperanza de rastrear sus mensajes hasta el origen. Pero, hasta el momento, no han tenido éxito.
Empezaron a dolerle los dedos y se obligó a soltar el respaldo de la silla. Continuó con voz serena:
–Me llamaron porque hace diez días sus mensajes cambiaron de tono. Se está volviendo más violento y la ha amenazado. –Se sorprendió al ver que se le quebraba la voz y confió en que Sam y Stark no se hubiesen dado cuenta. Siguió– Los especialistas en conducta de Quantico piensan que tal vez se esté desequilibrando, bien porque no ha conseguido acceder a ella o bien porque va a perder el control. En cualquier caso, hemos de considerar que Egret se encuentra en riesgo en todo momento.
–Oh, Dios mío –exclamó Sam–. ¿Cómo nos han dejado fuera de combate?
Esforzándose en contener la rabia, Britt respondió:
–Nos estaban investigando. –No era exactamente así. El FBI había investigado a todos los miembros del equipo de seguridad, salvo a Britt. A ella la exoneraba el hecho de haber sido víctima no planeada del presunto ataque de Loverboy a Santana.
–Me parece una locura. –Sam se levantó, alterado–. Estábamos todos con Egret y con usted cuando ocurrió, ¡ninguno de nosotros pudo disparar!
–Oh, por Dios –murmuró Stark–. No creo lo que estoy oyendo.
Britt estuvo a punto de sonreír. En el último año, Paula Stark se había convertido en la agente más próxima a Santana López. Britt apenas imaginaba lo furiosa que debía de sentirse al ver su integridad profesional en entredicho y su eficiencia debilitada por personas que, supuestamente, estaban en el mismo bando. Creía además que a Stark le importaba Santana y no pensaba que tuviera nada que ver con la noche que habían pasado juntas. Britt no alentaba las relaciones personales entre sus agentes y las personas a las que protegían, pero en privado la consolaban. Santana merecía que la cuidasen.
–Estoy segura de que no tardarán en aparecer los miembros del equipo de trabajo para convencerles de que todo es real –continuó Britt–. Nuestra política oficial es la de cooperar.
Sam y Stark la miraron expectantes, esperando órdenes.
–Nosotros somos el Servicio Secreto. Nosotros somos las personas encargadas de protegerla. Nosotros pasamos las veinticuatro horas del día con ella. Se trata de nuestra pelota, nuestro juego, nuestras normas –declaró con decisión–. Stark, elija un sustituto que lleve el turno de día. Hasta que haya novedades, usted es la primera protectora de Egret. Siempre que sea posible, cuando ella salga de este edificio, la acompañará. Eso significa físicamente, a la vista de ella. Trabajará en turnos partidos para cubrir momentos y acontecimientos críticos y para revisar sus itinerarios cuidadosamente.
Era una misión difícil, y Britt clavó los ojos en Stark cuando ésta habló.
–Sí, señora –se apresuró a decir Stark–. Entendido.
–Sam, necesitamos un agente, no sólo las cámaras de vídeo, apostado en el vestíbulo junto al reloj. Las cintas de vigilancia han de revisarse cada doce horas y quiero que se estudien los visitantes repetidos, el personal de reparto, los funcionarios, cualquiera que no viva ni trabaje aquí. Vuelva a repasar los antecedentes de todos los que tienen acceso a los pisos superiores.
Sam y Stark tomaron notas, aunque Britt no tenía nada escrito. Mientras hablaba, su mirada parecía distante y su mente se aferraba a la lista de prioridades de forma automática, como cuando se vestía por la mañana. Comprendía intuitivamente algo que muy pocos ciudadanos de los Estados Unidos sabían: que la ilusión de que el Presidente y las personas próximas a él eran intocables formaba parte de una imagen de invulnerabilidad esencial en un mundo de poder. A diferencia de los líderes de otras naciones, el Presidente de los Estados Unidos resultaba muy accesible. Podía correr por las calles de Washington, dar un discurso desde un podio abierto y recorrer en bicicleta las dunas de Martha's Vineyard contando sólo con unos pocos agentes del Servicio Secreto. Se ponía en riesgo en numerosas situaciones que la gente desconocía, a menos que, como en su caso, formase parte de su trabajo controlarlas. Desde muchos puntos de vista, la seguridad de Santana resultaba aún más crítica que la del Presidente. La Presidencia no era un hombre, sino un cargo. Si se incapacitaba al Presidente, la línea de sucesión continuaba. Pero se podía manipular al Presidente por medio de sus afectos. El gobierno de los Estados Unidos no negociaba con terroristas. ¿Qué política seguiría si el rehén fuese la hija del Presidente? Durante un momento, Britt recordó cuando despertó junto a Santana en el apartamento de Rachel, cómo la había abrazado mientras dormía, desnuda y cálida entre sus brazos. El sueño había apaciguado toda la furia y la fiereza de Santana, y Britt se estremeció por dentro al pensar en su vulnerabilidad. "Santana no. Al menos bajo mi vigilancia. Nunca." Se aclaró la garganta y reanudó la conversación donde la había dejado tras un breve instante de dudas.
–Hay que inspeccionar visualmente su correo antes de que ella lo recoja. Cualquier paquete, los envíos de todo tipo, han de ser verificados en el punto de origen antes de que lleguen a ella, incluyendo la comprobación de las identificaciones del personal de reparto. Haré las gestiones para que instalen arriba un aparato de rayos X portátil.
Tomó aliento y se relajó por primera vez en varios días. Se sentía bien en su puesto y le agradaba saber que las personas adecuadas iban a ocuparse de la seguridad de Santana.
–Sam, avise a Finch de que quiero revisar todos los datos que tenemos sobre los contactos iniciales de Loverboy el invierno pasado, incluyendo los barridos de los edificios que rodean el parque. Habrá que repetirlos. Hablaremos de los detalles restantes con el equipo más tarde. –Por último, hizo la pregunta que había evitado desde que se despertó a la cinco de la mañana tras unas pocas horas de sueño intranquilo–: Esta mañana debo hablar con la señorita López. ¿Está en casa?
–No –respondió Sam con cautela–. Grant lo comprobó a las seis. Solicitó relevo para continuar la vigilancia fuera.
"No ha vuelto a casa." Britt tuvo que esforzarse para ignorar la rápida punzada de dolor y dijo sin inflexión:
–De acuerdo. Quiero un informe lo antes posible.
Después de que Sam y Stark salieran de la habitación, se sentó al fin, hundió la cara entre las manos y trató de borrar la imagen de Santana en brazos de otra mujer.
Rachel Berry contempló a Santana con gesto pensativo desde el extremo de la mesa de cristal del rincón del desayuno. Al ver que su amiga se servía una segunda taza de café, decidió iniciar una conversación:
–¿Me vas a contar por qué Pierce vuelve a ser tu jefa de seguridad? –preguntó con brusquedad, y cogió un cruasán esperando que la otra la dejase vivir para comérselo.
Santana alzó los ojos de la taza que estaba mirando sin darse cuenta y buscó en la cara de Rachel indicios del motivo de aquella pregunta. En aquel momento no se encontraba de ánimos para un combate verbal. Y, desde luego, no estaba dispuesta a escuchar a Rachel hablando de lo mucho que le gustaría llevarse a la cama a Brittany Pierce. Nunca le había gustado oírlo, pero en aquel momento le hacía daño. No creía que a Britt la cautivase el estilo de seducción casual de Rachel, pero tampoco lo sabía con total seguridad. Rachel era muy guapa, y Britt no daba la imagen de celibato satisfecho. Sólo con mirarla se percibía su energía sexual. Santana recordó el rumor que su contacto en el FBI le había contado sobre la amante secreta de Britt en Washington. Por lo que sabía, tal vez Britt mantuviese relaciones con alguien allí. No quería pensar en eso, y menos cuando no podía apartar de su cabeza la sensación de las manos de Britt. Pero Rachel se limitó a mirarla muy seria, con paciencia, sin el menor indicio de enfrentamiento. Por tanto, amigas de momento.
–¿Por qué? –preguntó Santana procurando no soltar un gruñido.
"No está mal. No ha tirado nada."
–Porque tengo la clara impresión de que, mientras me encontraba en Europa, hiciste buen uso de mi apartamento y supuse que sería con ella.
Rachel se había fijado en cómo se miraban ambas semanas antes del tiroteo, como si tuviesen que luchar para no abalanzarse la una sobre la otra y romperse la ropa. Y había visto la frenética preocupación de Santana los primeros días después de que Britt resultase herida. Rachel había percibido un cambio incluso mientras la agente del Servicio Secreto se recuperaba y Santana no mantenía contacto con ella: su amiga, famosa por su insaciabilidad, no había pasado una noche con nadie durante meses. Y luego el uso de su apartamento: Santana tenía que desear muchísimo a alguien para pasar más de una noche juntas. Como la hija del Presidente no podía llevar a una mujer a su propio apartamento, delante de las narices del Servicio Secreto, había encontrado cierta intimidad allí.
–Fue a ella a quien trajiste aquí, ¿verdad?
Santana se limitó a asentir, sosteniendo la taza de café con gesto ausente. Su mente se negó a recordar aquellos breves días y su salvaje afán de felicidad. No sabía muy bien si quería recordar, al menos hasta que dejara de dolerle pensar en Britt.
Rachel continuó como si no hubiese visto la expresión angustiada de Santana.
–Luego, nos cruzamos en el aire y, cuando yo regresé de Europa, tú te habías ido a China. No me enteré de los detalles jugosos. Lo siguiente que supe es que, cuando estábamos en un café, Pierce se encontraba al otro lado del local vigilándote en calidad de agente secreto y tú pareces destrozada.
–Me encuentro bien –respondió Santana, pero le temblaban ligeramente las manos cuando dejó la taza.
Durante los últimos tres días había empezado a preguntarse si no habría soñado con aquellas cinco noches de junio. Cinco noches antes de que Britt se fuese a Washington para ocupar su nuevo puesto de directora regional de la División de Investigación. Ambas supusieron que tardarían semanas en verse. Santana hacía el viaje a China con su padre, y Britt pronto se incorporaría al trabajo. Podría haber creído que se trataba de un sueño si su piel no se estremeciese con el recuerdo de su última mañana juntas. Cuando se despertó, estaba sola. La ducha corría en el cuarto de baño contiguo. Se dio la vuelta, hacia el espacio vacío que había a su lado, e imaginó que aún sentía su calor, su olor... intenso, profundo y poderosamente excitante. Se le encogió el estómago y permaneció un momento con los ojos cerrados, recordando. Se movió, presa de una agradable excitación, al recordar el tacto de los dedos de Britt en el muslo cuando unos labios calientes rozaron su oreja.
–¿Estás despierta?
–Mmm. –Sonrió, y se estiró bajo la ligera sábana, aún retorcida tras la pasión de la noche anterior–. En parte.
–Voy a traer el desayuno. –Britt se inclinó para besar el punto sensible de la nuca–. Hay un ascensor de servicio en el edificio, ¿verdad? No hace falta que se entere de mi presencia quien esté de turno ahora.
Santana se volvió boca arriba y la impactó, como siempre que la veía, una punzada de puro deseo físico. Se le había puesto la piel de gallina. Agarró a Britt por el pelo y la arrastró para besarla; sólo quería darle los buenos días, pero aún no estaba acostumbrada al tacto de sus labios y no creía que se acostumbrase nunca: firmes, calientes y maravillosamente receptivos. El primer contacto de carne cálida y suave se convirtió en un leve mordisco, y luego en una profunda exploración en la que chupó, lamió y saboreó, temiendo morir de hambre si no tenía más.
–Dios –jadeó dejando caer la cabeza sobre la almohada, con los dedos aún enredados en el cabello de Britt–. Estoy hambrienta.
Britt respiraba con fuerza y sus ojos color azules ardían mientras miraba a Santana. Deslizó un dedo entre los pechos de Santana y su boca delgada esbozó una sonrisa.
–¿Por qué me parece a mí que no estás hablando de rosquillas?
–Ya tengo rosquillas todos los días –logró decir Santana con los músculos del estómago retorcidos mientras Britt la acariciaba lentamente más abajo.
Se arqueó mientras Britt la tocaba, y sus caderas se alzaron solas. El calor le quemaba entre las piernas como una hoguera que hubiese ardido durante horas hasta que un golpe de viento la llenaba de vida. Durante mucho tiempo no había querido que nadie la tocase, y en aquel momento no podía parar. Tampoco podía pensar: le daba miedo pensar. Dios, estaba perdiendo la cabeza.
–Llevas demasiada ropa encima –susurró Santana, buscando los botones de la camisa de Britt; necesitaba distraerse, porque, si Britt se movía más abajo y la tocaba una vez más, se dejaría arrastrar.
Sus terminaciones nerviosas pedían satisfacción a gritos, y todo acabaría demasiado rápido. Otra cosa que le daba miedo pensar. Con aquella mujer no tenía el más mínimo control sobre su cuerpo. Había hecho el amor con muchísimas desconocidas, pero los encuentros nunca le habían dejado huella. Se alejaba levemente excitada, pero con Britt... una lenta sonrisa, una caricia breve, y ya se notaba mojada y dispuesta.
–No me ayudas –se quejó Santana cuando las manos de Britt resbalaron sobre su vientre, se abrieron en los pechos y los expertos dedos frotaron los pezones erectos.
–Oh, sí –murmuró Britt con la voz densa y suave–. Claro que te ayudo.
Santana perdió la paciencia, arrancó el último botón de la camisa de Britt y se la quitó bruscamente por los brazos.
–Desnúdate –ordenó sin poder contener el aliento. Le hervía la sangre y notaba una presión terrible en la columna. Se correría sin que Britt la tocase si no tenía cuidado.
–Britt, por favor –rogó, incapaz de detenerse.
Su voz penetró en la conciencia de Britt, que de repente se levantó y se despojó de la camisa mientras sus manos se peleaban con los botones de los vaqueros.
–Aguanta –pidió Britt con la respiración entrecortada, mientras se quitaba las bragas y apartaba la sábana que cubría el cuerpo de Santana de un solo gesto. Se movió sobre ella, desnuda, deslizó un muslo largo y delgado entre las piernas de Santana y suspiró cuando los cuerpos de ambas se tocaron. Las dos estaban mojadas, y el flujo se derramó sobre la piel, fundiéndolas.
–Eres preciosa –susurró Britt enmarcando el rostro de Santana con las dos manos. Sin apartar los ojos de los de Santana, inició un ritmo constante con las caderas, empujándolas hacia ella, arriba y abajo, cada vez más fuerte, más rápido, y excitándose más con cada embestida.
–Me estás volviendo loca –gimió Santana con voz quebrada, mordiéndose el labio y esforzándose por ignorar los primeros espasmos que sentía dentro. Era una tortura. Quería correrse ya y que nunca se acabara–. ¿Qué me estás haciendo?
–Voy a hacer que te corras –respondió Britt con voz ronca y los ojos empañados de deseo. Se estremeció, ahogó un grito y sus párpados se cerraron un instante–. Ah, Dios. Si... pudiera durar.
Santana, fuertemente abrazada a ella, con la espalda arqueada, tembló a punto de desvanecerse y miró aquellos ojos claros y salvajes muy cerca, deseando creer.
–Te quie...
Con la última pizca de control se calló, demasiados años guardando secretos y ocultando miedos se interponían en el camino de sus palabras. Deslizó las manos sobre la espalda de Britt, las posó en las caderas y las empujó hacia sí.
–Arrástrame –susurró en el cuello de Britt.
Y Britt lo hizo. Puso una mano entre las dos y agarró un pezón de Santana, apretándolo con fuerza al ritmo de sus caderas. Santana gritó cuando Britt saltó violentamente con el primer empuje de su propio orgasmo; luego temblaron la una en brazos de la otra y, finalmente, se perdieron...
Agotada por los recuerdos, Santana miró a Rachel como si no la hubiera visto en su vida.
–Adondequiera que fueses –comentó Rachel secamente–, no te faltarían visitas.
Santana se rió, pero había dolor en sus ojos, y cabeceó, arrepentida.
–Lo sé.
–¿Y qué pasó entonces? –Rachel intentó recordar la última vez que había visto a Santana tan dolida, pero no lo consiguió.
Con un suspiro, Santana dijo:
–Ella tenía que regresar a Washington y yo salir del país. Hablamos por teléfono y planeamos reunirnos en cuanto pudiéramos.
Se levantó y fue hasta la ventanita que daba a la calle. El indefinido sedán negro lleno de antenas en la parte posterior que proclamaban que se trataba de un "coche camuflado" seguía aparcado frente a la entrada del edificio de Rachel. Distinguió una figura borrosa en el asiento delantero. "Seguramente será Paula Stark."Se preguntó dónde estaba Britt y si habría dormido.
–Sabíamos que sería difícil, pero yo creí... –Se le quebró la voz cuando recordó la última conversación antes de separarse. "Creí que habíamos acordado que no formaría parte de mi equipo. Creí que encontraríamos la forma de vernos. Creí que a ella le importaba."
–¿Y qué pasó? –preguntó Rachel a su espalda, insistiendo dulcemente.
Santana no se volvió, sino que siguió contemplando la perfecta mañana primaveral sin ver nada.
–Cuando volví a verla, se hallaba ante mi puerta... de nuevo en su puesto.
–¿Y nada más?
Rachel no se lo creía. No parecía el estilo de Pierce. A Rachel siempre le había impresionado la consideración de la agente con los sentimientos de Santana, incluso cuando machacaba a Santana insistiéndole en que acatase las órdenes. Tenía que saber lo destrozada que se sentiría Santana cuando supiese que la habían excluido de una decisión que la afectaba tan directamente. La confianza de Santana era muy frágil, y Brittany Pierce no podía mostrarse tan cruel.
–Sí. –Santana abandonó al fin la ventana, se acercó a la encimera e hizo una mueca cuando vio la cafetera vacía–. Nada más.
Rachel quería preguntar más cosas, pero el momento había pasado. Santana había recuperado su furia y, en cierto sentido, Rachel la prefería al dolor. Al menos Santana había aprendido a sobrevivir con su rabia. Se preguntaba si Brittany Pierce tenía idea de lo imposible que resultaba controlar a Santana cuando, además de enfadada, estaba dolida.


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