3er libro

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Capítulo 18


Poco después del amanecer, a Santana la despertó un ligero movimiento a su lado. Abrió los ojos y vio a Britt sentada al borde de la cama, desnuda. Estiró una mano y acarició la columna de su amante, percibiendo sus tensos y duros músculos.—¿Qué ocurre?—Nada —se apresuró a responder Britt, mirando a Santana bajo la luz grisácea. Le sonrió, apartó un mechón de la mejilla de la joven, y luego se inclinó para besarla con ternura.—¿No podías dormir? —Ante el leve gesto de asentimiento de Britt, Santana bromeó— Ya no soy lo que era.—Oh no, créeme, no eres tú. —Britt rió sin convencimiento—. Supongo que estoy un poco nerviosa. A estas horas suelo estar levantada y trabajando.—Acuéstate —ordenó Santana, cogiendo la mano de su amante y atrayéndola hacia sí. Britt se tumbó de espaldas, y Santana se apoyó en un codo para mirarla—. Es por lo de anoche, ¿verdad?—En parte.—¿Te importa decirme quién es ella?—No puedo.—¿No puedes o no quieres? —Sorprendentemente, en su tono no había ira ni acusación, sólo la pregunta.—No sé quién es exactamente. Nunca lo supe.—¿Y si lo supieras?—Seguramente no te lo diría —confesó Britt.—¿Para protegerla?—Tal vez —respondió Britt con cautela, mirando a Santana—. Pero sobre todo para protegerte a ti.—He oído rumores de que utilizabas servicios sexuales de pago. ¿Son ciertos?Quizá la brusquedad de la pregunta sorprendiese a Britt, pero no lo demostró. Mantuvo la mirada de Santana sin parpadear.—Sí.—¿Con ella?—Sí.—¿Por qué? —Santana acarició el abdomen de Britt, siguiendo los perfilados músculos bajo la piel, mientras recorría con los ojos la senda de nervios y huesos que formaban los músculos. Al ver el cuerpo de su amante, siempre pensaba en una obra de arte hecha carne—. Bien sabe Dios que no te hacía falta.—Era más fácil.—¿Más fácil? —Santana arqueó una ceja—. ¿En qué sentido?—Fácil de organizar. Sin complicaciones ni repercusiones.—Una simple transacción de negocios, ¿eh?—Algo así.Santana se inclinó y besó a Britt, con un beso lento y sensual que contenía recuerdos de pasiones pasadas y de placeres futuros. Cuando se apartó, la comisura de sus labios llenos se alzó en una sonrisa de satisfacción ante la mirada levemente descentrada de su amante.—Brittany, deja el rollo de agente. ¿Por qué lo hiciste?Fue una de las pocas veces, que Santana recordase, en que Britt desvió la vista. La joven esperó en silencio a que Britt tomase una decisión, algo que tenía más que ver con ellas y con el futuro que con el pasado. Al fin, Britt la miró de nuevo a los ojos.—El día que Janet, mi amante, murió, habíamos hecho el amor por la mañana. Pero discutimos por cosas que yo creía que debía contarme. Nos despedimos enfadadas. No conocí los pormenores de la peligrosa misión en la que participaba hasta que fue demasiado tarde. Así vivíamos: ocultándonos cosas la una a la otra habitualmente. Era cómodo y seguro, y no creo que ninguna de las dos quisiese cambiarlo. No nos apetecía arriesgar demasiado. Después de ver cómo moría, no fui capaz de volver a hacer el amor con nadie más.—¿Porque seguías amándola? —Santana consiguió decirlo sin titubear.—No —suspiró Britt—. Porque me sentía culpable por no haberla amado más. Creía que tal vez todo hubiese cambiado si así fuera.—Lo siento —murmuró Santana.—Eso pasó —dijo Britt en voz baja, acariciando el muslo de Santana—. Pero gracias.—La mujer de anoche sí que está enamorada de ti.—No —se apresuró a decir Britt con rotundidad—. No era así.Santana deslizó un dedo por la mandíbula de Britt hasta la comisura de los labios.—Tal vez no para ti. Tal vez.—Nunca compartimos nada como esto, Santana—insistió Britt.—Me alegro. Me saca de quicio pensar que hacías el amor con ella. No soporto la idea de compartirte.Britt acarició los cabellos de la nuca de Santana y rozó con el pulgar la piel de detrás de la oreja, en un gesto a la vez tierno y posesivo.—Nunca había compartido nada como esto con nadie.—Te amo, Brittany Pierce.—Me gusta como suena.—Sí, a mí también.Santana se sentó en la cama, apoyó la cabeza en el hombro de Britt y una mano en el arco de su cadera, mientras la acariciaba. Luego le preguntó, procurando mostrarse serena:—¿Por qué estaba aquí anoche?—Es algo que no deberías saber por razones de seguridad.—Que se joda la seguridad. Dímelo.—Alguien está investigando la organización en la que ella trabaja —explicó Britt de mala gana—. Ha surgido mi nombre, y quería advertirme.—Dios mío. —Santana se separó y se incorporó en la cama, apartando los cabellos de la cara con ambas manos, de pronto despierta y centrada—. ¿Quién?—No lo sé. Supongo que puede tratarse de una encerrona del FBI. Podría ser una investigación de organizaciones criminales y mafiosas, pero nunca he visto que la entidad tuviese relaciones con la mafia. Resulta difícil saberlo con seguridad, pero lo que he averiguado sobre ellos no apunta en ese sentido.—¿Puede perjudicarte?Britt se quedó callada.—Maldita sea, Brittany. Dímelo.—Como mínimo perdería mi autorización de seguridad, en cuyo caso nunca podría volver a trabajar en esto.—¡Dios, qué irónico! —exclamó Santana en tono cortante—. En cualquier otra circunstancia, me encantaría la idea. Pero no así. Nadie va a hacerte semejante cosa. ¿Qué más?—No sé hasta dónde van a llegar. Al parecer, también han estado haciendo preguntas sobre tu padre.—¿Qué piensas hacer?—Aún no lo sé. Si pudiera enterarme de quién está detrás de este asunto, sobre todo si no cuenta con aprobación oficial, podría volverlo contra ellos.—Conozco a alguien —dijo Santana con aire ausente, pensando en A. J., una agente del FBI y también amiga que le había dado la dirección de Britt, aunque sólo después de mucha insistencia por parte de Santana. A la joven no le gustaba comprometer a sus amistades, pero se trataba de una amenaza contra su amante y haría cualquier cosa—. Alguien a quien le podría preguntar por esto.—No. —Britt se puso rígida—. Tú no debes relacionarte con esto. Ya te he puesto en peligro contándotelo. ¿No comprendes que bajo juramento tendrías que revelar lo que te he dicho y que al saberlo te conviertes en cómplice de un delito? Déjalo correr, Santana. Nunca te lo habría contado si no fuéramos amantes.—No esperarás que me quede quieta viendo cómo alguien te hunde.—Tal vez no se trate de mí. A lo mejor sólo soy algo marginal en la agenda principal. Hasta que hagan el siguiente movimiento, no sabemos qué significa.—Oh, vamos —repuso Santana despectivamente—. Me han enviado fotos tuyas en un bar con una mujer que podría estar allí para tenderte una trampa. ¿A quién más van a enviar las fotos? ¿Al director de seguridad de mi padre?—Prométeme que te mantendrás al margen —insistió Britt con desesperación—, y te prometo que te contaré todo lo que descubra. Por favor.—No voy a prometer nada porque no quiero mentirte.—Maldición, Santana...—Tú harías lo mismo en mi lugar.Durante unos momentos, se miraron en profundo silencio hasta que Britt asintió, murmurando entre dientes.—¿Tienes que contarme algo más? —preguntó Santana con expresión decidida.—Una cosa —admitió Britt.—Dios, ¿aún hay más? —A Santana le dio un vuelco el corazón—. ¿Qué?Britt suspiró.—Habrá una investigación formal sobre la operación de Nueva York.—¿Una investigación? ¿Centrada en qué?—En mí. Se ha cuestionado mi actuación —dudó, y luego añadió de mala gana—: Pueden suspenderme hasta que acabe el examen interno.—¿Cuándo te enteraste de eso? —La voz de Santana era como el acero.—Anoche estuve con William Shuester y lo confirmó.—¿Lo confirmó? ¿Sabías que existía la posibilidad de algo así antes de anoche?—Sólo era una posibilidad —admitió Britt, nerviosa.—Surgió en las sesiones informativas de la semana pasada, ¿verdad? —Santana estaba cada vez más furiosa—. Por eso saliste de forma repentina en plena noche y por eso no duermes y tienes un aspecto infernal casi siempre. Y no me lo habías contado.—No había nada que contar —repuso Britt—. Aún no habían decidido nada.—Y mientras yo me lo pasaba estupendamente en San Francisco leyendo, haciendo compras y hablando con tu madre, tú sabías que esto podía suceder. Pero no te pareció lo suficientemente importante como para contármelo. Maldita sea, ¿cómo vamos a mantener una relación si te comportas así conmigo?Britt la miró, muda.—Creí que ya teníamos una relación.—No me refiero a eso y tú lo sabes. Te amo. No se trata sólo de sexo o de puntos en común, sino de que necesito estar contigo, entrar en tu vida. ¿Es tan difícil de entender? —Arrojó las sábanas a un lado y se levantó. Britt la detuvo poniéndole una mano en el brazo.—Lo siento —dijo Britt—. Nunca he hecho esto con nadie. Estoy acostumbrada al secreto, es un hábito, pero puede cambiar.—Lamento pedirte algo —dijo Santana con voz grave y los ojos bajos.—No, no te disculpes por pedir lo que necesitas, sobre todo cuando es lo bueno para las dos. Forma parte del amor, ¿no?Santana la miró, pero no dijo nada. Britt abrazó a Santana por la cintura y la atrajo hacia la cama.—Desde el principio me ha hecho falta que me ayudes a saber lo que necesito. Nunca te cansas, nunca cedes. Espero que no lo hagas jamás.Santana sonrió y se acurrucó contra el agradable calor y fuerza del cuerpo de Britt, murmurando:—Me vas a volver loca.—Sí, pero me encanta volverte loca.—Supongo que sí.—Antes de que te duermas, tengo que hacer una llamada —advirtió Britt.—¿A quién?—Al comandante del equipo de la Casa Blanca. Cuando no te encuentren por la mañana, empezarán a buscarte por todas partes.Santana suspiró, se dio la vuelta y cogió el móvil de la mesilla.—Llamaré a uno de mis amigos de dentro. Él se ocupará.—De acuerdo —dijo Britt—. Porque tengo planes para ti por la mañana.Pasaban de las ocho cuando se metieron en la ducha y se besaron, mientras el agua caía en cascada sobre ellas. Luego se enjabonaron la una a la otra hasta que Britt dejó la pastilla de jabón sobre una repisa, puso las manos en los hombros de Santana y la apoyó en la pared recubierta de azulejos de la ducha. Posó la boca sobre la de Santana y deslizó los dedos, húmedos a causa del agua y de la excitación, entre los muslos de la joven, moviéndolos despacio, penetrándola más y más, hasta que sintió cómo los muros del alma de su amante se derribaban ante ella.Britt sostuvo a Santana con la fuerza de un brazo, sujetándola contra la pared con la presión de las caderas. Mientras la penetraba, acercándose a un precipicio sin retorno, sintió formarse el orgasmo de Santana, que se sacudía contra su cuerpo y se retorcía en torno a su mano, y sonrió.—¿Qué ha sido todo eso? —preguntó Santana poco después, con los ojos nublados.—Mi forma de reaccionar ante lo que es mío —murmuró Britt.—Te has explicado con gran eficacia. —Santana deslizó la mano sobre la nuca de Britt, atrayéndola hacia sí.—¿Algún problema al respecto? —preguntó Britt pegada a ella.—En absoluto. —Santana la besó.Poco después, mientras Santana se secaba el pelo con una toalla y admiraba el culo de Britt en el espejo, sonó el móvil en la encimera. Lo cogió y escuchó unos momentos:—De acuerdo.Britt se volvió, desnuda, y arqueó una ceja al ver la expresión de Santana.—¿Qué?—Será mejor que te pongas los pantalones —dijo Santana con una voz extrañamente incorpórea—. Mi padre viene hacia aquí.

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