3er libro

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Capítulo 21


Era casi de noche cuando aterrizaron en Nueva York y cubrieron el trayecto hasta el apartamento de Santana en Manhattan. Cuando descendieron ante el edificio, Britt dijo a Stark:—¿Le importaría quedarse un poco más, agente?Stark, que técnicamente había acabado su turno, había trabajado veinticuatro horas extra a causa del inesperado viaje de Egret a Washington y había perdido una cita con Savard mientras tanto, se apresuró a decir:—No hay problema, señora. Estaré en el centro de mando.—Muy bien.Los agentes se distribuyeron: algunos subieron con Stark para hacer el turno de noche y otros libraron. Britt y Santana, solas al fin, tomaron el ascensor privado que conducía al apartamento de la joven. Al entrar en el loft, Britt dijo:—Tengo que llamar a Sam para ver si ha descubierto algo.Santana dejó su bolsa de viaje junto a la puerta.—¿Tienes hambre? Puedo preparar algo.—Sería estupendo. —Britt se quitó la chaqueta, pero conservó la cartuchera sobre la camisa de seda—. Dentro de un minuto te echo una mano.Santana cabeceó, sonriendo.—Haz lo que tengas que hacer.Britt se sentó en una de las tumbonas de tela que, junto con el sofá, delimitaban la zona de estar en el centro del loft, y cogió el teléfono. Marcó un número y dijo:—Soy Pierce. ¿Dónde se encuentra?... ¿Se sabe algo?... ¿Tiene las cintas?... Muy bien, de acuerdo. Llámeme cuando llegue... sí... perfecto.Con un sonoro suspiro dejó el teléfono en su sitio y rodeó la barra del desayuno para entrar en la cocina, en la que Santana cortaba champiñones sobre una tabla. Había puesto agua a hervir.—¿Hago algo?—Coge unos platos. ¿Qué ha dicho? —preguntó Santana mientras lavaba varios tomates bajo el grifo y luego los troceaba.—El guardia de seguridad no tenía mucho que añadir a lo que ya me había contado. El sobre fue entregado esta mañana a las 7.52.—Vaya... justo antes de que llegase mi padre. ¿Significa algo eso?—No lo sé. Lo dudo.—¿Qué dijo de la persona que llevó el sobre?—No recuerda nada en particular, salvo que era una mujer de raza blanca, estatura mediana, de entre veinticinco y treinta años. Sam tiene las cintas y las va a traer. Las compararemos con nuestros vídeos de vigilancia del vestíbulo cuando llegó el primer sobre ayer. Si tenemos suerte, tal vez podamos identificarla.—¿Lo llevó una mujer? —preguntó Santana sorprendida—. ¿Como la última vez?—Parece que sí. —Britt se encogió de hombros—. Seguramente no significa nada. Hoy en día, la mitad de los mensajeros son mujeres. Además, es dudoso que el que está detrás entregue los sobres personalmente. Pero tenemos que comprobarlo.—Supongo que tienes razón —dijo Santana con aire pensativo mientras echaba un puñado de pasta al agua hirviendo.—¿Qué? —quiso saber Britt al ver la expresión de Santana.—Probablemente nada.—¿Qué sucede? En estas circunstancias, no podemos permitirnos el lujo de pasar nada por alto.—Anoche, cuando llamé a mi amiga A. J. para que me diese tu dirección... me pareció todo muy raro. No quería dármela.—¿A. J.? ¿Quién es?—Una agente del FBI destinada en el cuartel general de la Agencia en Washington. Es especialista en información.—¿Una agente del FBI te ha estado proporcionando información clasificada? —exclamó Britt con incredulidad—. ¡Dios bendito! Podría perder el trabajo por eso... o algo peor.—Es discreta. Y no le he pedido gran cosa. Somos amigas desde el instituto.—No sabía que tuvieras una red tan impresionante de informantes —comentó Britt con admiración. "Eso explica cómo ha logrado dar un perfil bajo a su vida privada durante todos estos años. La han ayudado a mantener la información en secreto."Santana se encogió de hombros y sonrió tímidamente.—He tenido mucho tiempo para adquirirlos.—¿Hasta qué punto la conoces?Santana esbozó una sonrisa enigmática.—Ya —dijo Britt arqueando una ceja—. ¿Hace mucho? —Había cierto acaloramiento en su voz.Santana se rió.—Aunque parezca increíble, no es lo que estás pensando. La encubrí unas cuantas veces que pasó la noche fuera, cuando los colegios castigaban esas cosas. Es hija de un senador, que por cierto hizo sudar tinta a mi padre en las primarias. Tenemos mucho en común.—¿Y confías en ella?—Absolutamente.—¿Tanto como para contarle esto?—Ayer por la mañana habría dicho que sí. —Santana dudó mientras distribuía en los platos la pasta con las verduras salteadas—. Anoche la encontré... rara. Como si quisiera decir algo, pero no lo dijo.—Tal vez no pudo —repuso Britt.Llevaron los platos a la barra del desayuno y se sentaron juntas.—¿A qué te refieres?—¿La llamaste al trabajo?—Sí, pero fui discreta. No pronuncié tu nombre.—Aún así —dijo Britt mientras comía—, sabe que todas las llamadas se graban. Y puede que sea más leal a la Agencia que a ti, sobre todo si cree que yo no soy trigo limpio. Recuerda que no me conoce de nada.—No lo había pensado —admitió Santana. Le molestaba la idea de que alguien, y especialmente una amiga, pensase mal de Britt. Se sentía triste y enfadada a la vez. Sin darse cuenta, puso la mano sobre el muslo de Britt y lo acarició—. ¿Crees que debo hablar con ella?—Aún no. Tal vez averigüemos algo con el contenido de la última entrega—. Britt cubrió la mano de Santana con la suya—. En cuanto acabemos de comer, voy a ver si Savard nos puede llevar al laboratorio.—Britt, son casi las ocho. ¿Crees que podrá hacer algo esta noche?—La Agencia funciona las veinticuatro horas del día. No perdemos nada por preguntar.Veinte minutos después, Britt se sentó en un taburete junto a la barra de desayuno y utilizó el teléfono de pared para llamar a Stark al centro de mando.—¿Sí, comandante?—Me gustaría reunirme con la agente especial Savard esta noche y que nos acompañe usted.—Claro, naturalmente —dijo Stark, y se apresuró a añadir—: Sí, señora.—¿Tiene, por casualidad, un número donde se la pueda localizar?—Pues... sí, aquí mismo. —Precisamente, Stark acababa de hablar con Renée—. ¿Quiere que la llame o...?—Prefiero llamarla yo, pero gracias.Stark le dio el número, y Britt lo anotó.—Estupendo. Avise a uno de los coches y espérenos abajo, por favor."Espérenos —pensó Stark—. Vaya."—Diga al turno de noche que se . Usted y yo nos ocuparemos de Egret.—Entendido, comandante.Cuando Britt colgó, Santana preguntó:—¿Estás segura de que hacemos bien al involucrarlas?—La verdad es que no. —Britt giró el taburete hasta quedar de espaldas a la barra y miró a Santana. Se frotó los ojos con gesto de cansancio. Volvía a dolerle la cabeza—. Pero, por desgracia, tenemos que hacer prospecciones y trabajo de campo y no hay mucho donde elegir. Espero poder mantenerlas al margen si las cosas salen mal.—¿Mal? —Santana se esforzó para no alterar la voz.—Si me equivoco y soy el objetivo principal del que anda revolviéndolo todo por Washington, algo se puede saber o filtrar en cualquier momento. Si me hundo, no quiero que nadie más se hunda conmigo.—Eso no sucederá —dijo Santana muy convencida, echando chispas por los ojos.—Tenemos que estar preparadas por si acaso. Si sucede, también tú tendrás que distanciarte de mí.—No. Te equivocas, comandante.—Así debe ser —dijo Britt con ternura—. Sería igual si no fueses la hija del presidente. Si se trata del juego de un periodista principiante para hacerse famoso, seguramente se convertirá en una exhibición sobre la degeneración que impera en la capital del país, sobre los fallos de seguridad del Servicio Secreto o sabe Dios qué más. La historia será tremenda... y fea. Si se produce, ni siquiera los mejores asesores de imagen de tu padre podrán arreglarlo. Tu nombre y el suyo no pueden aparecer vinculados a eso... ni a mí. —Antes de que Santana pudiese protestar, Britt añadió—: Sabes que tengo razón.—Explícame qué entiendes exactamente por distanciamiento, Brittany —exigió Santana en tono frío y cortante—. ¿Una semana, un mes... seis malditos años?—Por favor, Santana —dijo Britt con aire cansado, encogiéndose visiblemente—. ¿Crees de verdad que quiero semejante cosa? No te das cuenta de que sería más fácil para mí, ¿verdad?No había pasión en la voz de Britt, sino tan sólo una profunda tristeza. Era una de las pocas ocasiones en las que Santana había visto a Britt mostrar un asomo de derrota. Algo tan poco habitual disipó su furia. Con brutal claridad, comprendió que Britt se enfrentaba a la posible destrucción de su carrera y de su relación. Inmediatamente, abrazó a Britt por los hombros y apoyó la mejilla en su pecho. La sorprendente respuesta de Britt fue abrazarla por la cintura. Santana se dio cuenta de que su amante estaba temblando.—Eh. —Besó a Britt con ternura en la coronilla—. Todo saldrá bien. Averiguaremos de qué va todo esto y quién está detrás y le pondremos fin. Ocurra lo que ocurra, no te librarás de mí.—Moriría por ti sin pensarlo siquiera —murmuró Britt con voz ronca y los ojos cerrados, sin soltar a Santana—. Pero no me imagino viviendo sin ti. Ahora no.Al oír las palabras de Britt, Santana se apretó aún más contra ella, dominada por una extraña paz.—No tienes por qué preocuparte, ya que eso no sucederá nunca.Tres cuartos de hora después, Stark, Britt y Santana estaban ante la entrada trasera de un anodino edificio de seis plantas del centro de Manhattan. A la hora señalada, Savard introdujo la clave de seguridad y abrió la puerta.—Comandante —dijo cuando vio a Britt; sus ojos se posaron en Stark con una leve sonrisa, y luego se detuvieron sorprendidos en los de Santana—. Buenas noches, señorita López.—Hola, Renée —saludó Santana—. ¿Cómo se encuentra?—Muy bien. Y estaré mejor aún cuando me libre de esta maldita cosa —respondió, señalando el cabestrillo que sostenía su brazo izquierdo contra el pecho—. Síganme. Las cámaras de seguridad están paradas. Tenemos unos minutos.Savard las guió a través de un laberinto de pasillos beis que no se distinguían unos de otros. Las puertas de los despachos estaban cerradas y las crudos fluorescentes colocados a intervalos en el techo proyectaban una impersonal luz institucional. Tras abrir una puerta que daba a una escalera, explicó:—El laboratorio está en el tercer piso. Hay una cámara de vídeo en los ascensores, así que he pensado que es mejor subir a pie.—Buena idea —admitió Britt. Era dudoso que revisasen las cintas de vigilancia rutinaria sin un motivo para hacerlo pero, cuanto menos grabasen al pequeño grupo, mejor.Las cuatro subieron en fila india y recorrieron en silencio otro pasillo hasta la última puerta de la derecha. Savard la abrió, y entraron en un gran recinto bien iluminado y dividido en zonas de trabajo por bancos de laboratorio y mesas con equipo analítico de alta tecnología. La mayoría de los técnicos que trabajaban en el laboratorio tenían un horario normal de ocho a cinco, y el amplio recinto estaba vacío, a excepción de una solitaria figura con bata blanca encorvada sobre un banco en un extremo. Cuando el grupo se acercó, Savard gritó:—Hola, Sammy.Un joven pálido, con gafas, expresión ligeramente aturdida y una mata pelirroja que necesitaba un buen corte, miró hacia ellas. Luego, como si de pronto recordase una cita, esbozó una amplia sonrisa:—Hola, Renée. ¿Tienes algo para mí?—Sí. —Savard señaló el sobre de papel que llevaba Britt—. Necesito que eches un vistazo a lo que hay dentro y hagas magia, como siempre. Todo lo que nos digas nos será útil.El joven se quitó los guantes de látex de las manos y los sustituyó por otros nuevos que sacó de una caja de cartón situada junto a su codo derecho. Sin duda se había dado cuenta de que docenas de personas habían manipulado el sobre, pero lo cogió de manos de Britt con unas pinzas de acero inoxidable y lo depositó sobre una superficie de cristal. Se inclinó luego para examinarlo con una lente de aumento, deteniéndose unos segundos en la dirección manuscrita. Murmurando para sí, comentó:—Rotulador indeleble corriente, negro, sin matasellos, ninguna característica en el envoltorio.Se enderezó y cogió el sobre.—Denme unos minutos, a ver qué encuentro. Lo escanearé para hacer el análisis caligráfico posteriormente, por si es necesario.—De acuerdo, estupendo. Estaremos en la sala de reuniones —dijo Savard, señalando una puerta al fondo de la habitación.—Sí, claro —repuso con aire distraído y la mente en otra parte.Las cuatro se sentaron en torno a una mesita en la sobria habitación sin ventanas situada al fondo del laboratorio forense. Fue Santana la que rompió el silencio que reinaba entre ellas:—¿Cómo sabe que no va a informar de esto?Lo preguntó sin ánimo de censura, sólo por mera curiosidad.—Lo conozco desde que éramos cadetes —respondió Savard—. Es un genio con cualquier cosa que se pueda cuantificar, pero un tirador desastroso y muy poco aficionado al entrenamiento físico. Fuimos compañeros de gimnasia, y pasé mucho tiempo extra ayudándole a preparar ejercicios que no le salían con facilidad. Somos amigos, y es una persona leal.—¿Y qué ocurrirá con el contenido del sobre? Tal vez sea de índole... delicada —señaló Britt.—No le interesa qué es, sino lo que hay dentro: huellas, fibras, fluidos corporales... Eso es lo que le llama la atención. Si se trata de una fotografía como la que me dio ayer, ni siquiera se fijará en el tema.—¿Encontró algo en ella? —preguntó Britt aprovechando la primera oportunidad que se le presentó.Savard hizo un gesto negativo con la cabeza.—No, por eso no la llamé cuando supe el resultado. Usted ya se había marchado a Washington y supuse que podía esperar. Era una copia hecha a ordenador, seguramente escaneada, del original. No se hizo a partir de un negativo.—Lo cual significa que debió de hacerla alguien que no tenía acceso físico al archivo original —murmuró Britt.—O alguien a quien le acuciaba el tiempo —observó Stark—. Si alguien está manejando material sin permiso, lo único que le interesa es hacer copias rápidas.—Tal vez.—¿Quiere decir que seguramente no lo cogeremos? —preguntó Santana.—Quizá lo estamos enfocando mal —especuló Britt—. Puede que los envíos no sean amenazas, sino advertencias.—¿Advertencias? ¿Te refieres a que alguien intenta avisarnos de que... nos están observando?Britt asintió.—Tal vez sean mensajes amistosos.—Sí, claro —comentó Stark misteriosamente—. Otra Garganta Profunda de Washington.—¿Por qué no acabo de creérmelo? —dijo Santana en tono sarcástico—. Preferiría una llamada telefónica directa.—Tienes cierta razón —admitió Britt con un suspiro—. Cuando veamos lo que hay en este sobre, quizá le encontremos sentido.Media hora después apareció Sammy, que entregó el sobre a Savard.—Esta vez no he tenido que mirarlo todo. El examen preliminar muestra lo mismo que el otro: nada. Quien lo envió, sabía lo que hacía. Ni saliva ni ADN. No hay huellas, ninguna característica en el papel, que es de una marca comercial corriente. Utilizaron una impresora de tinta. Con ordenador. Como la otra.—¿Puede identificar la impresora? —preguntó Stark.La miró, y luego miró a Santana y se apresuró a desviar la vista. No dio muestras de haber reconocido a la hija del presidente. Clavó los ojos en Savard, la persona con la que evidentemente se sentía más cómodo.—Analicé el registro de píxeles de la primera copia. Se trata de una impresora Epson de alta resolución. Tenemos una en el vestíbulo. Habituales del Gobierno y las más utilizadas por la mayoría de los que se dedican a la edición electrónica y a cualquier otra actividad que haga reproducciones fotográficas de gran calidad.—Si tuviera una muestra de la impresora en cuestión, ¿podría compararlas? —insistió Stark.—Es posible. Aunque no sé si eso valdría en los tribunales.—No es necesario —dijo Britt rotundamente.Como estaba claro que no iban a obtener más información, Savard extendió la mano hacia su compañero.—Gracias, Sammy.—De nada, Renée —repuso, poniéndose colorado mientras le estrechaba la mano—. Lo que quieras.Sin mirarlas, se despidió con un gesto al aire, dio la vuelta y regresó a su lugar de trabajo.—Bueno —dijo Santana con un suspiro—. Supongo que ahora podemos ver de qué se trata.—Primero salgamos de aquí —sugirió Britt—. No abusemos de nuestra buena acogida.Savard intervino en tono cauteloso:—Tengo el apartamento de mi hermana para mí sola; esta noche trabaja. Podemos ir allí, a menos que prefieran volver al centro de mando.—No —repuso Britt—. Me gustaría que Stark y usted viesen esto. El apartamento de su hermana me parece perfecto.
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