2do Libro

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Capítulo 24

–Vaya –exclamó Rachel Berry en la puerta–. He esperado mucho para verla ante mi puerta, comandante.

–Lo siento. –Britt esbozó una sonrisa cansada.

–No es necesario –dijo Rachel riéndose–. Vale la pena esperar por algunas cosas.

Britt se fijó en que había varias maletas junto a la puerta.

–¿Se va a algún sitio?

–Sólo un fin de semana de tres días –respondió Rachel con ligereza. Luego enarcó una ceja con una expresión calculadora en la cara–. Una decisión de último momento.

–Gracias. –Britt sabía que Rachel les dejaba un tiempo para estar solas a Santana y a ella–. Lo tendré en cuenta.

–Oh, créame, comandante. –Rachel deslizó los dedos sobre el brazo de Britt, demorándose un momento en su mano–. Cualquier cosa que pueda hacer para ayudar.

–Podrías quitarle las manos de encima, Rachel –dijo Santana con ternura–. Estoy perdiendo la paciencia.

Rachel se volvió y sonrió a su vieja amiga.

–¿Cuándo perdiste tu sentido del humor, Santana?

–Pues... –Santana miró a Britt, que seguía esperando en la puerta, arrugada, pálida y no con su mejor aspecto. Se moría por tocarla, por abrazarla, por sentir su piel contra la de ella. La emoción dio un tono grave y gutural a su voz cuando dijo– Creo que cuando ese maníaco intentó matarla por segunda vez.

–Dadas las circunstancias, me esfumaré. –Rachel se hizo a un lado. Había visto cómo Santana caminaba de un lado a otro, preocupada, y miraba por la ventana durante las últimas horas, esperando, y no recordaba haber tenido delante a nadie tan deshecho y que sufriera de forma tan clara–. El portero ya ha llamado un taxi. Procurad comportaros durante uno o dos días, las dos.

–Gracias por todo. –Santana rozó el hombro de Rachel mientras su amiga cogía las maletas y se iba, pero sus ojos no se apartaron del rostro de Britt. Cuando se quedaron solas, avanzó lentamente y le dio la mano a Britt–. Ven conmigo.

Britt estaba demasiado cansada para preguntar o protestar. El mareo había cedido, pero el dolor de cabeza persistía y seguramente duraría días. Y, sobre todo, se sentía agotada. Se había producido demasiada violencia: muchos heridos y muchas pérdidas; estaba exhausta en cuerpo y alma. Lo único que quería era acostarse junto a Santana y cerrar los ojos. Santana la condujo al cuarto de baño y cerró la puerta. Se volvió y empezó a desabotonar la camisa de Britt. Britt levantó las manos para ayudar, pero Santana las apartó con dulzura.

–No. Déjame.

Santana la desnudó, poniendo buen cuidado en no rozar con la ropa los nuevos rasguños y quemaduras de la espalda de Britt. Intentó no pensar en la causa de aquellas heridas, pero no pudo evitar ver a Britt en el suelo mientras llovían sobre ella piedras y escombros durante la explosión. Britt percibió sus dudas.

–No es tan grave...

–Sí, ya lo sé, comandante, no es tan grave como parece. –Lo apartó un momento de su mente.

Cuando hubo desnudado a Britt, se quitó su propia ropa, abrió el grifo de la ducha y se metió en ella con Britt.

–Oh Dios –exclamó Britt dulcemente–. ¡Qué maravilla!

–Hum –repuso Santana, que empezaba a relajarse al fin. Buscó el jabón y enjabonó el cuerpo de Britt formando espuma.

–Y esto aún es mejor –susurró Britt con los ojos cerrados. Se había quedado casi dormida de pie. El vapor caliente y las manos suaves de Santana la conducían a un estado cercano al sopor. Cuando Santana acabó de lavarle el pelo, no sabía si aguantaría en pie–. Voy a tardar un poco en servir para algo –farfulló con palabras empañadas por la fatiga.

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