Capítulo 19
Santana y Britt buscaron la ropa y, cuando estaban acabando de vestirse, alguien llamó a la puerta con resolución. Britt atravesó el salón, aplicó el ojo a la mirilla y se apresuró a abrir la puerta.—Buenos días, señor presidente.—Agente Pierce.El presidente llevaba una chaqueta azul marino, camisa blanca y corbata a rayas. A sus cincuenta y tantos años, parecía un ágil universitario, con un bronceado natural permanente. Britt reconoció en él los ojos cafés de Santana, su presencia física y su intensidad. Irracionalmente, le gustaba por eso.—Entre, por favor, señor.—Espere fuera, Tom —dijo Andrew al afroamericano esbelto y bien afeitado que le acompañaba.—No es aconsejable, señor —repuso el agente con una resonante voz de barítono.Britt miró a derecha e izquierda, fijándose en otros tres agentes apostados en el vestíbulo que daba a su apartamento. Sabía que habría por lo menos otro agente más en cada tramo de escaleras, otro en el portal junto al ascensor, y media docena en dos o tres vehículos aparcados frente al edificio. También sabía que, según el procedimiento habitual, el presidente nunca debía estar a solas con nadie que no fuese de su familia más próxima. Se trataba de una norma inalterable.—Creo que la agente del Servicio Secreto Pierce y mi hija son de fiar —dijo el presidente mientras Britt se hacía a un lado para dejarlo pasar.Cuando el presidente entró en el apartamento, Britt reparó en el crispado semblante del jefe de seguridad encargado de proteger al hombre más poderoso del planeta, pero no podía reprocharle nada. Lo comprendía mejor que nadie, ya que el presidente, al igual que su hija, burlaba la seguridad cuando le apetecía. Cerró la puerta y vio cómo Santana le daba un breve abrazo a su padre, y luego lo miraba con gesto interrogante.—¿Qué sucede, papá? —preguntó Santana—. ¿Algo va mal?—Esperaré en la otra habitación —dijo Britt en voz baja, atravesando el salón para dirigirse al segundo dormitorio, que servía de despacho y oficina en casa.Britt pensó que parecía que las dos acabasen de salir de la ducha, lo cual era cierto. Tenían los cabellos mojados, Santana no estaba maquillada, y ambas llevaban la ropa del día anterior. Echó un rápido vistazo a la habitación, esperando que no hubiese rastros de ropa interior. "¡Dios, qué mala impresión debemos de dar."—Creo que es mejor que se quede, agente Pierce —dijo Andrew López en un tono suave y agradable que aparentemente no parecía una orden. Miró a Britt y a su hija con expresión afable, pero sus profundos ojos cafés eran penetrantes como el láser.—Sí, señor. —Britt no sabía cómo actuar ante el presidente en su apartamento—. ¿Puedo ofrecerle algo, señor presidente? ¿Café, tal vez?—Estupendo. —Las miró, sonriendo ligeramente—. Me da la impresión de que estabais ocupadas. Siento haber venido antes del desayuno.—No tardaré nada. —Britt hizo todo lo posible por no ponerse colorada.—Siéntate, papá. —Santana señaló el sofá y el juego de sillas que estaban junto a la ventana. Cuando se sentaron, ella en el sofá y su padre en la silla de enfrente, Santana preguntó—: ¿A qué has venido?—Creo que debemos hablar. —Andrew López miró a Britt cuando ésta entró en la habitación.—¿De qué?—De la visita que me ha hecho Lucinda Washburn hoy a las seis de la mañana.—Oh —exclamó Santana—. Bueno...La interrumpió con un rápido gesto de la mano.—En primer lugar, no es asunto mío. Si no fuera por... las circunstancias extraordinarias en las que nos encontramos, no diría nada.—Si no fuera por nuestras circunstancias, tampoco diría nada Lucinda, seguro —repuso Santana en tono irónico.—No debería haber hablado contigo. —Había un matiz de ira en el tono del presidente, que se reflejó en el destello de sus ojos—. Se trata de un asunto familiar.—Hacía su trabajo —puntualizó Santana sin acritud—. Lo comprendo. Además, vine voluntariamente a hablar con ella.Britt no sabía qué hacer, pero decidió que, puesto que se lo habían pedido, debía sentarse en el lugar que le correspondía, junto a Santana. La joven la miró con un gesto que casi quería ser de disculpa, y luego volvió a centrarse en su padre.—Luce estaba preocupada por una foto mía en actitud íntima que se publicó en el Post hace un par de días —dijo Santana con toda naturalidad—. No tuve cuidado. Lo siento. Fue algo imprevisto.—Yo soy la responsable, señor —se apresuró a decir Britt, sin hacer caso a la expresión de disgusto de Santana—. Dejé que alguien se acercase tanto como para hacer la foto...—Casi nunca se puede evitar algo así —comentó el presidente con aparente despreocupación—. No hay forma de eludir la publicidad.—Lo intenté —murmuró Santana.—Siento que hayas tenido que hacerlo. —Andrew López se inclinó hacia delante para mirar a su hija a la cara.Santana se quedó callada, y Britt se fijó en que le temblaban las manos, que tenía apoyadas sobre los muslos.—En cualquier caso —continuó el presidente—, he visto la foto y me ha parecido muy inocente.—No era una buena imagen —comentó Santana sin inflexiones—. La próxima podría verse mejor.—Al parecer, eso es lo que preocupa a mi jefa de gabinete. —Se encogió de hombros—. Dice que quien estaba contigo era una mujer.—Sí.—¿Y también has intentado mantener eso en secreto?—Me pareció lo más prudente.El presidente suspiró.—Si tuviera tiempo, seguramente podría abordar esto con más delicadeza, pero no lo tengo. Lo siento.—No tienes por qué —repuso Santana en tono apagado y con una expresión indescifrable en el rostro—. Dispara.El presidente miró a su hija con intensidad, como si quisiese ahondar en la fría superficie hasta el ardor que se escondía debajo.—¿Se trata de una relación... seria?Britt se aclaró la garganta.—Señor...—Sí —interrumpió Santana con vehemencia—. Muy seria.—¿Vas a hablarme de ella?—Yo... —intervino Britt.—Acabaré haciéndolo —se apresuró a decir Santana—, pero es complicado.Britt respiró a fondo y se inclinó hacia delante, sosteniendo la mirada del presidente sin pestañear.—La de la foto era yo, señor.—Entiendo. —Se quedó pensativo unos momentos, y luego asintió—. Eso complica aún más las cosas, ¿no?—Papá, por favor —dijo Santana con vehemencia—. Quiero mantener el nombre de Britt al margen, si yo...—No hace falta —interrumpió Britt—. No tengo nada que ocultar, señor, ni que lamentar.—La cuestión es que esto podría malinterpretarse debido a la relación oficial de Britt conmigo —indicó Santana con cierta crispación—. No quiero que repercu...Britt afirmó con voz tensa:—Asumo toda la responsabilidad...—Maldita sea, Brittany. —Santana hervía de rabia y, olvidando a su padre, se volvió hacia su amante—. ¿Por una vez me dejas que sea yo la que te proteja?Britt la miró, incapaz de decir nada. El presidente se rió.—Veo que Lucinda no tiene ni idea de lo complicado que resulta esto.Los tres se miraron, y luego se rieron y se relajó de forma palpable la tensión. Britt se sorprendió cuando Santana le cogió la mano y murmuró tiernamente: "Lo siento", antes de dirigirse de nuevo a su padre.—A Lucinda le preocupan las repercusiones y los posibles perjuicios de cara a tu reelección.—Sí, ya lo sé. Esta mañana me ha puesto al tanto. Con todo detalle. —Torció el gesto— Incluso con gráficos.—Tiene cierta razón —admitió Santana con voz apagada. Sin darse cuenta, había entrelazado los dedos con los de Britt—. Reputaciones políticas se han arruinado por menos, y sé que necesitas recaudar fondos para la reelección. Tus patrocinadores podrían echarse atrás.—Es muy difícil saberlo —dijo el presidente con aire pensativo—. Sólo podemos controlar o manipular una serie de factores cada vez. Seguro que alguien de mi equipo hará un sondeo mañana o pasado, con mucho disimulo para que nadie se dé cuenta de que hablan de nosotros. Luego, otro hará una lista de posibles respuestas de los votantes, y el director de comunicaciones escribirá un discurso por si tengo que explicar mi postura. Lucinda indicará a Aaron qué debe decir en las ruedas de prensa, o sea, nada en última instancia.—Es un tema delicado, papá —observó Santana.—Y lloverán las críticas porque hemos intentado ocultar la relación —dijo Britt con cautela—. Unos lo llamarán cobardía y otros subterfugio. Seguramente se enfadará la gente de los dos bandos.—No creo que la recomendación de Lucinda de que postergues tu relación durante más de un año hasta que esté asegurada la nominación sea muy realista o útil.Britt se puso rígida, como si la hubiesen golpeado, y se esforzó por no mirar a Santana.—No pienso hacer eso —declaró Santana sin alterar la voz.—Ni yo te pido que lo hagas —repuso su padre—. Por eso estoy aquí. Además, quería decirte que hagas lo que quieras sobre hablar o no de esto con la prensa. Sean cuales sean las consecuencias, las afrontaremos, pero no vamos a permitir que la opinión pública gobierne nuestras vidas. No es ése el mensaje que deseo trasmitir de este cargo... ni de nosotros.Miró su reloj, y luego a Britt.—Me quedan unos minutos, agente Pierce. ¿Qué hay de ese café?—Ahora mismo, señor.—Estupendo. —El presidente extendió la mano, sonriendo—. Y cuando estoy en familia, soy Andrew.Britt, desconcertada, miró a Santana, que esbozó una sonrisa traviesa. Se recuperó enseguida y le dio la mano al presidente.—Gracias, señor. Y por favor... llámeme Britt, señor.A Britt le pareció oír la risa de Santana cuando se dirigía a la cocina. Un cuarto de hora después, tras el café y una conversación que giró en torno a los planes de Santana de montar una exposición en otoño, Santana y Britt acompañaron al presidente hasta la puerta. Después de despedirse de él, se miraron, un tanto asombradas.—No cabe duda de que va al grano —comentó Britt.—La verdad es que me ha sorprendido —admitió Santana, con expresión pensativa. Fue hacia el sofá y apoyó la cadera en el brazo del asiento—. Nunca le dedicamos mucho tiempo a las conversaciones personales. Creí que lo sabía, porque no me preguntaba por los hombres que había en mi vida. Ni tampoco por su ausencia. No hablamos de esas cosas.—Tal vez estuviese esperando a que sacases el tema a relucir.—Tal vez. Parecía... contento con nosotras, ¿no crees?Britt repasó la conversación, aunque costaba trabajo ser objetiva cuando el presidente de los Estados Unidos se interesaba por la vida amorosa de una.—Sí. Parecía... encantado. —Se mesó los cabellos y miró a Santana—. Dios mío.—Quiero saber cómo se enteró de que yo estaba aquí.—Seguramente alguien del equipo de seguridad de la Casa Blanca se lo dijo. Si no tuvieran idea de dónde estabas, habrían llamado a Sam, y él me habría llamado a mí. —Así había ocurrido otras veces, pero Britt no veía la necesidad de recordarle a Santana que, a pesar de las apariencias, tenía muy poca libertad.Santana hizo un gesto de indignación.—Se trata del presidente —explicó Britt en tono razonable—. Si quiere enterarse de algo, es raro que no lo consiga.Britt se acercó a Santana, la cogió de la mano, la llevó hasta el sofá y se sentaron. Santana entrelazó sus dedos con los de Britt, que preguntó:—¿Por qué no me dijiste que Lucinda Washburn no quiere que vuelvas a verme?—Por si no lo recuerdas —respondió Santana con mordacidad—, anoche hablamos de otros asuntos. Y luego, no hablamos de nada.Britt insistió, sin hacer caso a la evasiva respuesta.—Hubo ocasión esta mañana, cuando hablamos de mis problemas.Santana no dijo nada y, durante un segundo, desvió la vista.—No sólo debemos compartir mis problemas y mi vida —aseguró Britt dulcemente—. No tienes por qué cargar con esto tú sola. Nos afecta a las dos.Santana se levantó de pronto y fue al otro extremo de la habitación. Luego se volvió y miró a Britt.—No sabía qué dirías. Yo... temía... que estuvieses de acuerdo con ella, que tú...Cuando Santana se quedó muda, Britt se levantó.—Temías que yo desapareciese, ¿verdad?Santana asintió, muy seria, con el dolor reflejado en los ojos. Britt se apresuró a salvar el espacio que las separaba y puso las manos sobre los hombros de Santana. A continuación, la miró a los ojos.—Y habrías tenido razón... Hace unos meses, lo habría pensado. No sé si habría podido hacerlo. Nunca he soportado apartarme de ti. —Deslizó los dedos sobre la mandíbula rígida de Santana—. Nunca he dejado de quererte. Pero, por tu seguridad, tal vez lo hubiese intentado.Los ojos de Santana se apagaron y el color café de sus ojos se volvió casi negro. Britt percibió la rigidez de la joven, el despertar de su deseo. La abrazó contra sí y repitió:—Hace unos meses... tal vez. Ahora de ninguna manera.—No sé qué haría. —A Santana se le quebró la voz y se esforzó por atajar el viejo dolor. El viejo dolor, que no era culpa de Britt, aunque le costaba admitirlo—. No creo que lo soportase.—Ni yo tampoco.Santana rodeó la cintura de Britt con los brazos y se fundió con ella, mientras el miedo que había sentido desde la aparición de su padre se desvanecía. Besó a Britt en el cuello, y luego se echó hacia atrás para mirar a su amante.—Esto aún no ha terminado —advirtió Santana con voz más segura y el temor disipado por la sólida seguridad del cuerpo de Britt y la certidumbre de sus palabras—. Que mi padre crea que nada puede perjudicar su reputación o dañar sus perspectivas de reelección no significa que sea verdad. Es un líder excelente, pero a veces le cuesta admitir que no resulta invencible y se olvida de cubrirse las espaldas.—Me da la impresión de que de eso se ocupa Lucinda Washburn —comentó Britt en tono irónico—. Y también me da la impresión de que no renunciará fácilmente.—Por supuesto que no. Seguro que no tardaremos en tener noticias suyas.Britt atrajo a Santana hacia sí y apoyó la mejilla en el hombro de su amante, murmurando tiernamente:—Ya lo afrontaremos cuando ocurra. De momento, sigamos adelante.—Te amo —susurró Santana en voz tan queda que Britt apenas la oyó.—Estupendo. Yo también te amo. —Britt suspiró, besó a Santana en la sien y se apartó—. Tenemos que llamar al equipo y planear el regreso a Nueva York, a menos que quieras quedarte.—Ni un minuto más de lo necesario —dijo Santana con rotundidad—. Aunque si pudiéramos quedarnos aquí...—Podemos hacerlo —replicó Britt—, pero debemos llamar al equipo de todas formas.—Ya lo sé —admitió Santana con un suspiro, aprovechando la ocasión para echar un vistazo al apartamento de Britt a la luz del día. Se volvió despacio, admirando el estilo limpio y moderno de la distribución y el mobiliario, hasta que sus ojos se detuvieron en algo familiar de la pared opuesta y ahogó un grito involuntario.Britt siguió su mirada y sonrió.—¿Cuándo los conseguiste? —preguntó Santana, asombrada.—En la exposición del invierno pasado.—¿Cuándo nos conocimos? —En los ojos de Santana había otra pregunta: "¿Lo sabías?".—Sí. —Britt contempló la serie de desnudos al carboncillo y le parecieron tan hermosos como la primera vez que los vio—. Sabía que eran tuyos, aunque no los firmases con tu nombre.—¿Cómo? —inquirió Santana con voz velada.—Había visto tu trabajo en el loft la primera vez que subí a recibir instrucciones. Tu estilo es inconfundible.Santana la miró.—¿Por qué los compraste?—Porque son muy buenos. —Tras un instante, añadió—: Y porque son tuyos. Me pareció que era una forma de estar cerca de ti.Sus miradas se cruzaron, mientras una llama ardía entre ellas.—No tenemos por qué llamar al equipo inmediatamente, ¿verdad? —preguntó Santana con voz ronca acercándose a su amante.Britt se fijó en cómo le subía la sangre por el cuello a Santana y tragó saliva, tensándose y vibrando. Luego repuso con voz velada:—Creo que podemos tomarnos un poquitín de tiempo.
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Honor
Fanfictiones una historia que leí en otra pagina y me gusto muchísimo trata de una historia brittana, involucra amor, pasión y accion