3er libro

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Capitulo 13


Cuando el beso se volvió voraz, a Santana empezaron a temblarle los muslos y apoyó la cadera en la silla que tenía detrás, arrastrando a su amante hasta que Britt quedó entre sus piernas. Santana puso las manos sobre los hombros de Britt y apretó el pecho contra el de la agente; el fino tejido de la camiseta no ocultó el efecto de sus pezones endurecidos ante el calor del cuerpo de su amante. Gimiendo ligeramente, deslizó las manos por la espalda de Britt y por debajo de la chaqueta; luego, retiró la camisa hasta que encontró la piel. Cuando las lenguas se enlazaron en un frenesí de posesión, Britt apartó las manos de entre los cuerpos de ambas y acarició los pezones de Santana hasta hacerla gritar. Empujó la pelvis entre los muslos de Santana y alzó los pechos de la joven con las manos mientras apretaba firmemente los pezones. Britt gimió ligeramente cuando Santana se restregó contra ella y su clítoris se hinchó al instante ante la presión.—Oh, qué mala idea —jadeó Santana mientras se peleaba con el cinturón de Britt.—¿Por qué? —preguntó Britt con un tenso tono de desafío mientras sus dedos continuaban acariciando a su amante.—Porque —respondió Santana mordiendo el cuello de Britt— sé que odias que te distraigan cuando estás trabajando.A modo de respuesta, Britt remangó la camiseta hasta que los pechos de Santana quedaron al descubierto. El blanco tejido apretó la parte superior del pecho de Santana, reavivando la sangre y tiñendo los senos con el ardiente rubor de la excitación. Britt se apresuró a bajar la cabeza y a introducir un pezón en la boca. Santana arqueó el cuello, cerrando los ojos y gimiendo. Britt chupó alternativamente los pechos de Santana hasta que la joven posó las manos sobre el rostro de su amante y la apartó.—Tienes que parar. Dios, me volveré loca si sigues haciendo eso.—Creí que estabas loca... por mí —dijo Britt con la voz tomada y los ojos entrecerrados por el deseo. Mantuvo una mano sobre el pecho de Santana mientras aflojaba el cordón de los suaves pantalones de algodón con la otra—. ¿No decías eso? —Metió la mano bajo el tejido.—Sabes a qué me refiero —repuso Santana en tono urgente, con los labios hinchados por los besos y la necesidad—. Me haces desear... Oh... —Estuvo a punto de correrse, conmovida por el roce de los dedos de Britt sobre su clítoris distendido. Agarró los brazos de Britt con tanta fuerza que le dejaría marcas y se esforzó por reprimir la rápida oleada de placer—. Dios mío.—Adoro tu forma de sentir —dijo Britt con voz ronca, introduciendo la mano entre los muslos de Santana con todas sus fuerzas y percibiendo remotamente la presión de los dedos de la joven sobre su piel. Deslizó el brazo libre tras los hombros de Santana y la atrajo hacia sí mientras la penetraba. Santana se aferró a Britt, abrazándola por los hombros y apoyando en el cuello de su amante el rostro, húmedo de sudor y del dulce velo del sexo.—Me encanta follarte —murmuró Britt al oído de Santana.—Hazlo, sí, hazlo. —Antes de que las palabras tomasen forma, Santana se arqueó bajo la mano de Britt, y luego se puso rígida y gritó sin poder evitarlo mientras las oleadas de placer la sacudían.Cuando al fin se tranquilizó y se sentó en la silla, apoyando la espalda en la barra de desayuno, Britt la rodeó con los brazos y se inclinó hacia ella. Luego apretó las caderas contra los puntos más tiernos, arrancando jadeos a Santana. Acarició con los labios el borde de la oreja de Santana y le dijo:—Te amo. No lo olvides.Después, con las piernas temblorosas a causa del agotamiento y la excitación, Britt se apartó y se remetió la camisa en los pantalones con manos inseguras.—¿Qué estás haciendo? —preguntó Santana con la voz dominada por la laxitud de la satisfacción.—Tengo que irme. Estoy de servicio, ¿recuerdas?—¿Te has vuelto loca? —Santana se rió con fuerza—. ¿Acaso no estabas a punto de correrte?Britt esbozó una sonrisa titubeante.—¿A ti qué te parece?—¿Parecerme? Lo sé. Acércate y deja que me ocupe de ti.—No debo. Lo cierto es... que tengo cosas que hacer.—Vaya, vaya. —Santana se quitó la camiseta con gesto indolente y deslizó una mano sobre el abdomen desnudo y los pechos—. Si te vas en ese estado, todos se van a dar a cuenta. Estás temblando. Pareces a punto de reventar dentro de la piel.Mientras hablaba, Santana acariciaba con gesto ausente un pezón hasta ponerlo duro. Britt no podía apartar los ojos de los sensuales dedos. A Britt le dio vueltas la cabeza cuando Santana apretó sus pechos, respirando de forma entrecortada y alzando las caderas a modo de invitación.—Joder. —Britt se introdujo entre los muslos abiertos de Santana, desabrochó el cinturón rápidamente y abrió los pantalones. Luego, apoyándose en la encimera, se inclinó hacia Santana y la besó. Con los brazos extendidos, sin moverse, esperó el contacto que iba a dominarla por completo.Santana, sonriendo sobre la boca de Britt, bajó la cremallera y traspasó la última barrera material. Luego deslizó los dedos sobre el clítoris rígido de Britt y los movió en círculo, deleitándose con la rápida respuesta de las caderas de su amante contra su mano. Britt jadeó en su oído, un sonido sordo y desesperado que parecía de dolor, pero que Santana sabía que era otra cosa. Podía haberla provocado (a Santana le encantaba provocar), pero se daba cuenta de que ninguna de las dos lo resistiría. Acarició la piel vibrante con la mano, moviéndola sobre el ardiente tejido hinchado hasta que Britt estuvo a punto; entonces, la arrastró sin piedad. Britt gritó al alcanzar el clímax, y el peso de su cuerpo derrumbado por el orgasmo casi hizo que Santana se corriese de nuevo. Santana la abrazó, como si fuera la primera vez, temblando y sin aliento. Diez minutos después, Britt estaba en la puerta, apartando un mechón de pelo húmedo de la mejilla de Santana.—Volveré mañana. Al mediodía como mucho. Si hay retrasos, te llamaré desde Washington.—De acuerdo. —Santana contempló a su amante con gesto serio, escudriñando su rostro—. La fotografía que te hicieron anoche en el bar ¿tiene algo que ver con la llamada de San Francisco?—No lo sé —respondió Britt tras una breve duda—. En todo esto hay demasiadas cosas que carecen de sentido. Espero hallar las respuestas en Washington.—¿Me informarás?—Santana, si hay una... investigación por... supuestas irregularidades, tal vez te llamen a testificar. Cualquier cosa que sepas de mí, o la información que he compartido contigo, sería objeto de críticas. No puedo ponerte en esa situación.—Soy tu amante, Britt —insistió Santana en tono sereno, reparando en que nunca se había sentido así con respecto a otra persona. Era algo que iba mucho más allá de lo físico, y la idea de ser excluida de la vida de Britt le molestaba más de lo que había imaginado—. Quiero saber lo que te pasa.Britt acarició la mejilla de Santana, y luego deslizó los dedos por su cuello hasta el hombro. Apretando levemente el brazo desnudo de la joven, murmuró:—No quiero tener secretos contigo, pero no se trata sólo de ti y de mí.—No puedes olvidar quién soy, ¿verdad? —El tono de Santana reflejaba más pena que acusación.—Para mí eres mucho más que la hija del presidente —respondió Britt con ternura—. Cuando no estés enfadada conmigo, recuérdalo, ¿quieres?—No estoy enfadada contigo. —Nada más decirlo, se dio cuenta de que no era del todo cierto. Sabía que Britt no tenía la culpa y tampoco ella. Las dos poseían una historia, y el amor no podía cambiarla—. No puedo comportarme como si se interpusiera algo entre nosotras, aunque sé que en parte tienes razón. Odio echarte de menos en cuanto sales por esa puerta, preocuparme por lo que te ocurre, preguntarme con quién estarás.—¿Te molestan esos sentimientos? —Los ojos de Britt habían cambiado del celeste a un azul más oscuro y miraban a Santana, rebuscando en los lugares que nadie más podía ver.—No —susurró Santana, que metió la mano bajo la chaqueta de Britt y sintió los fuertes latidos de su corazón—. Dios mío, no.—Prometo contarte todo lo que pueda.—De acuerdo. No me gusta, pero de momento lo acepto.—Gracias.Santana frotó el pecho de Britt con la mano.—Tendrás cuidado, ¿verdad?—Te lo juro. —Britt la besó suavemente, sin la urgencia de la pasión anterior, con la certidumbre de la posesión—. No despistes a Sam si sales, ¿comprendido? Que te acompañe alguien, vayas a donde vayas.Santana asintió con un suspiro.—Porque tú me lo pides, comandante.Britt le acarició la mejilla.—Te amo. —Abrió la puerta y cruzó el vestíbulo hasta el ascensor.Santana observó cómo se cerraban las puertas del ascensor. Inmediatamente empezó la añoranza, la otra cara del amor. En el centro de mando del piso de abajo Britt encontró a Sam en su cubículo, situado en un rincón de la habitación principal, repasando los informes de inteligencia previos al viaje a París.—¿Dónde está Stark?—Creo que en el gimnasio. Hoy hace el turno de tarde, pero no tengo noticia de que Egret piense moverse. ¿La necesita?—No para Egret. Está en el nido. —Britt señaló el techo para indicar el apartamento de Santana—. Pero quiero hablar con ustedes dos. Vamos a buscarla.Cinco minutos después encontraron a Stark en un banco de pesas, con una barra sobre el pecho, contando levantamientos en voz alta. Estaba sola en una habitación de seis por nueve metros, equipada con pesas y aparatos aeróbicos.—Deberías tener un entrenador —comentó Sam con buen humor mientras le quitaba la barra de las manos a Stark y la dejaba en el listón.Stark se incorporó y cogió una toalla, con la que se secó el sudor de la frente y de los brazos desnudos. Bajo la camiseta sin mangas y los shorts de gimnasia, su cuerpo parecía macizo y musculoso.—Lo siento —dijo mirando a Sam y a Britt—. Creí que no había nada para mí. Me ducharé rápidamente y...—Tranquila, Stark —repuso Britt quitándose la chaqueta. El aire acondicionado de la sala de ejercicios dejaba que desear y había humedad, como en todos los gimnasios—. No se trata de Egret.Stark, claramente desconcertada, permaneció en silencio mientras Britt se sentaba en un banco frente a ella y Sam hacía lo mismo. Con gesto pensativo, Britt se desplazó unos centímetros para dejar sitio a Sam y para tener espacio de maniobra. Un agente nunca permitía que se invadiese su perímetro personal.—Esta tarde debo ir a Washington —afirmó Britt—. Sam se encargará de la vigilancia.—De acuerdo. ¿Quiere que me ocupe del vuelo?—No. Iré en el puente aéreo. Espero estar de vuelta mañana, pero... pueden suceder cosas. —Hizo una pausa, y luego se apresuró a añadir—: Ha sucedido algo.Le entregó a Sam el sobre de papel .—Echen un vistazo a esto. Tengan cuidado. Seguramente no hay huellas, pero tal vez tengamos suerte.Stark miró el sobre por encima del hombro de Sam.—No hay sello de correos.—Ha llegado esta mañana por mensajero. Entregado en mano.A Sam se le aceleró la respiración, sin duda experimentando la misma incómoda sensación de haber pasado antes por aquello que había experimentado Britt al ver el sobre.—¿Se lo dieron a ella?—Sí.—¿Quién estaba abajo? —preguntó Stark en tono cortante.—Taylor. Lo pasó por el escáner y se lo entregó a Egret. No había razón para no hacerlo.Sam cogió la fotografía por una esquina y la puso encima del sobre. Los dos agentes la estudiaron unos momentos sin decir nada. Luego, Sam miró a su jefa.—¿Algún mensaje con la foto?—No.—¿Cuándo la hicieron? —inquirió Stark en tono cauteloso. El manual de entrenamiento no hablaba de situaciones como aquélla, y no estaba acostumbrada a interrogar a su comandante sobre nada, mucho menos sobre un asunto evidentemente personal.—Anoche sobre las tres.—¡Dios mío! —exclamó Sam—. ¿Cómo...?—Alguien debió de seguirme desde aquí hasta el centro, puesto que no estuve en casa.Ninguno de los dos se atrevió a preguntar cómo era posible que la hubieran seguido. Los agentes del Servicio Secreto no se preocupaban por su propia seguridad. Sólo eran rostros anónimos al margen de la atención pública, prácticamente idénticos e intercambiables. Y sustituibles.—Lo que me preocupa es que seguramente alguien nos siguió desde Teterboro hasta aquí. Lo cual significa que tenemos un problema con la seguridad de Egret.—¿Le parece que es una especie de objetivo? —Sam estaba calculando las posibilidades.—Dios, otra vez no —dijo Stark desalentada, sin darse cuenta de que hablaba en voz alta.—Tal vez no físicamente, pero habrá que verlo. —La expresión de Britt se ensombreció—. Debemos suponer que sí. Quizá se trate del mismo fotógrafo que hizo la instantánea en San Francisco.Stark la miró un instante, con el pensamiento reflejado en el rostro despejado y sincero.—En la playa...—Sí —admitió Britt.—Oh, vaya, lo siento, comandante —repuso Stark, apenada—. No aparté la vista de la playa, pero debió de pasarme inadvertido.—Se nos pasó a las dos, Stark. Olvídelo. —Britt trató de reprimir la furia que la dominaba cada vez que pensaba que alguien las había estado vigilando a Santana y a ella en un inocente momento de intimidad, cuando se sentían seguras. "Dios, así es como vive ella todo el tiempo. No me extraña que se enfade. ¿Cómo diablos lo soporta?"—¿Comandante? —preguntó Sam con aire dubitativo.Britt se encogió de forma imperceptible, centrando de nuevo la atención en los agentes.—Me gustaría saber quién tiene tanto interés.—¿Quiere que entregue esto al equipo forense?—Como les he dicho, tal vez haya suerte. A lo mejor el tipo pegó el sobre con saliva yconseguimos una muestra de ADN.—Tal vez sea una mujer —observó Stark.—Podría ser —admitió Britt, procurando no alterar el tono.Sam miró de nuevo la fotografía y dio la impresión de que le costaba hablar.—¿La... conoce?—No, no la conozco —respondió Britt con crispación—. Llame a Walker, del laboratorio de Nueva York, para que haga las pruebas. Es bueno.—Disculpe, comandante —dijo Stark—, pero no me parece buena idea. Con todos mis respetos, señora.Britt la miró.—Hable.—Bueno, esta fotografía es... reveladora.—Interesante elección de palabras —observó Britt en tono irónico, renegando de la exhibición de algo tan privado, incluso ante personas en las que confiaba. La joven agente se puso colorada, y Britt lamentó su breve pérdida de control—. Prosiga, Stark.—Creo que debemos encargarnos nosotros del asunto, si es posible.—¿Se fía de los forenses? —preguntó Sam—. Porque yo no le entregaría esto al laboratorio.—No, yo tampoco —respondió Stark con miedo, como si estuviese caminando por un sendero que amenazase con derrumbarse bajo sus pies—. Pero conozco a alguien en quien podemos confiar para que lo haga. Renée Savard.—Es del FBI —afirmó Sam—. ¿Desde cuándo confiamos en ellos?—Es amiga —insistió Stark, sosteniendo la mirada de Sam—. No nos traicionará. Y va a trabajar en un despacho en la oficina de operaciones de Nueva York.—¿No está en el hospital? —preguntó Britt, sorprendida.—Hasta hoy. Voy a recogerla dentro de unos minutos. —Por primera vez, parecía insegura—. Para llevarla a casa...—Entendido. —Britt reprimió una sonrisa—. Pero estará de baja durante un tiempo.Stark se rió con gesto despectivo.—Sí, claro, un día más o menos. Irá a trabajar en cuanto pueda.—¿Sam? —Britt se dirigió a su segundo al mando.Sam pensó en las conversaciones que en el pasado había mantenido con la agente del FBI. Siempre los había tratado como es debido y había estado a punto de dar la vida por Egret. Sin embargo, Sam desconfiaba instintivamente del FBI.—Sí, yo también opino que debemos mantenerlo entre nosotros. Y Savard casi es una de nosotros.—De acuerdo. —Britt se levantó—. Stark, ¿le importa si la acompaño al hospital de camino al aeropuerto?—Estaré lista dentro de cinco minutos —respondió la agente poniéndose en pie de un salto y dirigiéndose a la ducha.—Infórmeme de cualquier novedad sobre el particular, Sam.—No se preocupe, comandante —repuso Sam—. Todo estará en orden.—Por supuesto —dijo Britt en tono confiado. Pero cada vez le costaba más dejar a Santana, y eso cada vez tenía menos que ver con su misión como jefa de seguridad de la hija del presidente.

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