3er libro

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Capítulo 10


Britt observaba a Santana en el silencio que las envolvía. Le preocupaba aquella tranquilidad. Habría sido más lógica la ira, incluso a gritos, dadas las circunstancias. Habría preferido que la acusase de complicidad, aunque fuese infundada, por permitir que se hiciese la foto, a aquella cortina de silencio que se interponía entre ellas. Intentó imaginar lo que se sentía al ver cómo se exhibían las experiencias más íntimas, no una vez, sino repetidamente. No lo consiguió, a pesar de que también estaba ella en la foto del periódico. Sabía que, aunque su rostro se hubiese visto con claridad y su nombre figurase en negrita debajo de la imagen, no habría sido lo mismo para ella que para Santana. A ella no la conocía todo el mundo ni su familia estaba sometida al escrutinio de quienes se proclamaban guardianes del bien y del mal y que obedecían en realidad a sus propios intereses políticos. No tenía culpa de nada pero, aunque la tuviese, su transgresión se olvidaría enseguida. No ocurría lo mismo con Santana López y con su padre. El presidente no era inmune al efecto de la opinión pública; todo lo contrario: el bien y el mal no interesaban a los poderosos grupos que constantemente se disputaban puestos e influencias en la arena política de Washington, y algo tan incendiario como la vida amorosa de la hija de Andrew López, sobre todo sus relaciones lésbicas, daría a sus oponentes armas para atacarlo.—Santana —dijo Britt con dulzura—, ¿puedo hacer algo?Santana se enderezó, apartándose de la ventanilla, de la noche y de sus alterados pensamientos. Cuando habló, su voz sonó más fuerte, con un asomo del antiguo temple.—Sí, puedes decirme si estás preparada para lo que se avecina.—¿Qué? —exclamó Britt, demasiado sorprendida por la pregunta para asimilarla. Cuando comprendió al fin lo que Santana le preguntaba, respondió acaloradamente— ¿Crees en serio que esto me importa?—Una cosa es hablar en abstracto sobre la posibilidad de ser objeto de exhibición. Y otra convertirse en el centro de un circo mediático en el que todo lo que se refiere a una se convierte en tema de conversación. Créeme, lo sé muy bien.—Dios mío. —Britt cabeceó con gesto incrédulo, esforzándose por reprimir una respuesta airada.Santana había hablado en tono tranquilo y firme y con rostro inexpresivo. Estaba como el día que Britt la conoció: fría, controlada, intocable. Britt se acordaba muy bien de la Santana enfadada y herida; en las últimas semanas la ira se había sofocado un poco y las heridas parecían menos dolorosas. Hasta aquel momento. "Dios, está aterrorizada." La ira de Britt se esfumó al darse cuenta de eso; no asociaba el miedo con la hija del presidente. Comprendió, quizá por primera vez, el precio de la fuerza de Santana, el aislamiento, las defensas impenetrables, la expectativa de la pérdida. Britt salvó la distancia que las separaba y se sentó junto a Santana. Buscó la mano de la joven en la penumbra y le susurró con vehemencia:—Voy a identificar al que está detrás de esto. Cuando lo haga, le daré una patada en el culo y lo mandaré, a él o a ella, al otro lado del mundo.—Entonces será demasiado tarde. El daño...—Te quiero —insistió Britt con convicción—. Nada ni nadie podrá cambiarlo.Santana apretó la mano de Britt y se apoyó en la reconfortante solidez del cuerpo de su amante.—No puedes imaginar la presión que sufriremos para dejar de vernos.Las palabras se clavaron en el pecho de Britt como un mazo. Ni siquiera los disparos le habían dolido tanto.—No, ni siquiera lo pienso, porque al pensarlo se convierte en real. Por favor.—Cuando te dispararon —dijo Santana como si le leyese los pensamientos—, me pareció que una parte de mí moría contigo. —Tenía la voz velada, como si hablase en sueños—. Estaba empezando a conocerte y, de pronto, casi te había perdido. Ahora no creo que pudiese sobrevi...—Escúchame, Santana. Te quiero. No me voy a marchar a ningún sitio. Te lo juro.Santana escudriñó los ojos oscuros y directos de Britt y vio sólo verdad.—Me da miedo necesitarte tanto.—No creas que eres la única. —Britt alzó la mano de Santana y besó los nudillos—. Yo también te necesito. Más de lo que imaginas.—Intentaré recordarlo. —Santana respiró a fondo por primera vez desde que salieron del aeropuerto—. ¿Y ahora qué hacemos, comandante?Britt se rió, pero había cierta tristeza en su risa.—Soy una agente del Servicio Secreto. ¿Crees que no puedo encontrar al hijo de puta que dio la foto a la agencia de noticias?—Ten cuidado, Britt —advirtió Santana—. No hace falta que una persona lleve una pistola para que sea peligrosa. En las manos adecuadas, una cámara resulta letal.—Un cobarde que elige esa forma solapada de atacarte no es una amenaza para mí. No te preocupes.—¿Por qué no me siento reconfortada?—Tendré cuidado. Pero es mi trabajo.—Supongo que debo aceptar la lógica de las cosas —admitió Santana, y suspiró de nuevo—. Me sorprende no haber sabido nada de la Casa Blanca. La jefa de gabinete debe de andar como loca por el ala oeste.—Creí que Lucinda Washburn era amiga personal de tu familia —comentó Britt, refiriéndose a quien la mayoría de la gente consideraba la mujer más poderosa de Washington. Como primera mujer jefa de gabinete, recibía las confidencias del presidente y era su principal asesora. Cuando Andrew López llegó a la presidencia, dejó bien claro que no tomaría ninguna decisión sin consultarla con ella. Y así lo hizo durante los primeros meses, cuando las crisis económicas internas y el resurgimiento de la violencia en el exterior habían colocado a su administración en el punto de mira—. Seguramente, se pondrá de tu parte.—Créeme —dijo Santana sin pizca de animosidad—. El objetivo primordial de Lucy desde el día en que mi padre juró su cargo ha sido que lo reelijan. Se conocen desde la universidad, y me parece que desde entonces ha estado trabajando para que mi padre llegase a donde se encuentra. Lo ha sacrificado casi todo para que ocupe un segundo mandato en la Casa Blanca.—Y piensas que eso incluye obligarte a... ¿qué? —preguntó Britt con frustración—. ¿Renunciar a nuestra relación?—Creo que Lucy considera que las relaciones son prescindibles cuando se interponen ante un objetivo superior.—¿Y tu padre? ¿Opina lo mismo?—No lo sé. —Santana miró por la ventanilla cuando salieron del túnel Lincoln y entraron en Manhattan, comprendiendo que faltaba muy poco para llegar a su casa—. Como nunca tuve una relación importante, no se dio el caso... Y no lo conozco lo suficiente como para hacer suposiciones.—No pudo disimular la preocupación—. Pero no creo que tardemos mucho en averiguarlo.Poco después, los vehículos de seguridad se detuvieron ante el edificio de apartamentos de Santana, y los ocupantes de los mismos efectuaron la rutina familiar y coreográfica de la llegada. Al verse en el pequeño pero adornado vestíbulo del elegante edificio, Santana dudó. El ascensor estaba a seis metros. Stark se dirigió a él y marcó la combinación de la cabina que llevaba directamente al ático de Santana. Santana dio la espalda al ascensor y a los agentes que esperaban para acompañarla, miró a Britt y le habló en voz muy baja para que los otros no la oyesen:—¿Hay posibilidad de que te quedes?Britt imaginó lo mucho que le había costado a Santana pedir aquello. Miró a los agentes; varios se quedarían en el centro de mando situado un piso por debajo del apartamento de Santana durante el resto del turno de noche.—Me gustaría. Lo sabes, ¿verdad? —preguntó Britt en un tenso susurro.—Lo siento. —La mirada de Santana se enturbió de pronto—. No debería habértelo pedido.—Santana...Santana se volvió bruscamente, cruzó el vestíbulo y entró en el ascensor. Stark la siguió, y las puertas se cerraron silenciosamente tras ellas. Britt miró a Davis y a los demás y escupió las palabras:—Me encontrarán en mi busca.—Entendido —repuso Felicia Davis con expresión neutral.La jefa de seguridad se alejó sin decir nada más, empujó las puertas de la calle y se perdió en la oscuridad. Britt dudó unos momentos en la acera. Eran las dos de la mañana. Miró el amplio oasis de árboles que rodeaban Gramercy Park hasta el edificio en el que vivía cuando estaba en Nueva York de servicio. No le atraía la perspectiva de pasar varias horas de insomnio en el bien equipado pero impersonal apartamento. Y menos la idea de arrojarse sobre su solitaria cama, tratando de olvidar la decepción que Santana no había podido disimular. Tras tomar una decisión, se dirigió a la esquina sureste de la plaza y llamó un taxi. Luego, indicó al taxista que fuese a una intersección del East Village. Había poco tráfico a aquellas horas de la madrugada en Manhattan, aunque siempre se notaba más actividad allí que en cualquier otra ciudad del país. Cuando pagó al taxista y salió del vehículo, la gente aún paseaba por las aceras, y de vez en cuando salía música por las puertas abiertas de las tabernas y de los restaurantes nocturnos. Caminó un poco y, apenas una hora después de dejar a Santana en su casa, Britt se encontraba en un pequeño bar de barrio. La camarera, una morena corpulenta de mirada dura, se acercó inmediatamente. Los músculos de los bien torneados hombros y brazos tensaban el tejido de la ceñida camiseta que llevaba sobre unos vaqueros desteñidos.—¿Qué desea?—Un Glenlivet doble. Hasta arriba.—Claro.Poco después, Britt bebía el añejo whisky escocés mientras intentaba dar sentido a las horas anteriores. "¿Horas? Diablos, los días anteriores." Giró el vaso sobre la barra, luchando con un rompecabezas al que le faltaban demasiadas piezas. Había empezado con la sesión informativa de Washington y con la extraña capitulación de William Shuester ante las intimidantes amenazas de Doyle de hacer una investigación, y había culminado con el indirecto ataque a Santana de aquella noche. Y además, estaba Kitty.—Kitty —suspiró Britt con aire cansado.A su lado, una voz preguntó amablemente:—¿Una novia?Britt dio un respingo y se sobresaltó, lo cual decía mucho sobre su confusión mental. O tal vez sobre su fatiga permanente. Volvió la vista hacia la pelirroja que se había sentado en el taburete contiguo sin que se diese cuenta. La mujer aparentaba veintipocos años, aunque podría ser una década mayor. En sus ojos verdes había una clara invitación, y los pechos enhiestos y llenos, resaltados por un top de cuello redondo que dejaba al descubierto gran parte del escote y no disimulaba las duras prominencias de los pezones, estaban llenos de promesas.—Tiene que ser toda una mujer para entristecerte tanto —comentó la pelirroja.—No. —Britt cabeceó—. Sólo pensaba en voz alta.—Si quieres olvidarte de algo o de alguien durante unas horas, puedo sugerirte varias formas de conseguirlo.—No, gracias. —Britt esbozó una leve sonrisa—. Lo que necesito es pensar, no olvidar.—No conviene pensar sola —insistió la mujer, acercándose y deslizando los dedos sobre la mano derecha de Britt.—No estoy sola —dijo Britt amablemente.La pelirroja la observó en silencio durante unos momentos y asintió.—En ese caso, te dejaré con lo que te ocupa esta noche.A continuación, se alejó, y Britt se dedicó a contemplar su bebida. El contacto de la mano de la desconocida le había recordado a Kitty. Hasta pocos días antes, había creído que ese capítulo de su vida estaba cerrado. "Kitty. ¿Forma parte de esto?" Tras colgar el teléfono, Britt cruzó la habitación, se quitó la bata y cogió lo primero que encontró. Estaba subiéndose la cremallera de los vaqueros cuando llamaron a la puerta. Se puso rápidamente una camiseta y fue a abrir.—Hola, Kitty.—Lo siento —se disculpó la mujer del pasillo—. Sé que no debería haber venido...—No, no pasa nada. —Britt extendió la mano, y Kitty la tomó. Era la primera vez que se tocaban en seis meses. Kitty se quedó muy quieta, y Britt le dijo amablemente— Entra.Kitty iba vestida como de costumbre, con un elegante traje de noche y tacones a juego, el cabello rubio recogido en un moño francés, el maquillaje perfecto y joyas caras. Dudó nada más entrar, y luego dejó el bolso sobre la mesa del pequeño vestíbulo—. Pareces cansada. Es tarde, ¿verdad? Dios, debería marcharme.—Ven al salón. ¿Puedo ofrecerte una copa?—Vino, si tienes.Poco después, Britt se sentó junto a Kitty en el sofá situado frente a las ventanas, en el que media hora antes había estado contemplando la noche y hablando con su amante. Se esforzó por apartar a Santana de su mente y entregó la copa de chardonnay a la mujer con la que había hecho el amor en innumerables ocasiones. Unas evidentes líneas de tensión rodeaban los ojos de Kitty.—¿Qué ocurre?—He oído cosas a... mis colegas... las últimas semanas. Alguien se ha dedicado a hacer preguntas.Britt frunció el entrecejo.—¿Alguien ha intentado obtener información de las... acompañantes?Kitty sonrió, pero había preocupación en su mirada.—Lo primero que debes tener en cuenta es que en esta agencia la confidencialidad es el servicio fundamental que proporcionamos. Todas pasamos por una estricta criba. Las comprobaciones de antecedentes son comparables a las del gobierno federal. Se identifica a las personas con las que nos relacionamos y se revisan currículos y expedientes, todo bien documentado. Nadie da información sobre los clientes. Es algo que no sucede jamás.—¿Pero ahora crees que alguien ha hablado?—No lo sé. —La preocupación enturbiaba los ojos de Kitty—. Lo único que sé es que una persona, o varias, han estado haciendo preguntas.—¿Y por qué me lo cuentas?—Porque han hecho preguntas sobre el presidente.—No es ninguna novedad. —Britt se encogió de hombros—. En Washington siempre ha habido rumores, desde que fue elegido, acerca de que utiliza un... servicio... para sus... necesidades sociales.—Ya lo sé —admitió Kitty—. Pero es la primera vez que abordan a una de nosotras. Fuera de nuestra organización, nadie tiene acceso a la verdadera identidad de las acompañantes, así que resulta casi imposible que nos vinculen individualmente a un organismo o a un cliente particular. Nuestros nombres se omiten con gran cuidado en todas las transacciones, incluso sobre el papel.A Britt no le pareció oportuno comentar que, si alguien con tiempo y recursos suficientes quería averiguar quién organizaba el servicio de acompañantes, quién lo utilizaba y los gustos y tendencias de los clientes, podría hacerlo. Nunca había pensado en esa posibilidad. Tal vez se había equivocado.—¿Ha hablado alguien contigo de forma concreta?—Aún no. Pero sé que a más de una le han hecho preguntas sobre el presidente.Britt se quedó callada, reflexionando acerca de la información.—Lo cual significa que alguien puede haber identificado tu organización y accedido a los archivos.—Cierto. En ese caso, podría haber averiguado mucho más que la identidad de las acompañantes. Tal vez haya conseguido la lista de clientes.—Ah, ya entiendo. —Britt se frotó la frente con una mano, procurando aliviar el punzante dolor de cabeza que casi le impedía pensar—. ¿Has venido a advertirme?—En parte, y por...—¿Qué?—Sé quién eres.—¿A qué te refieres? —preguntó Britt sin alterarse.—Tu cara ha salido en televisión.—Sí —admitió Britt con un suspiro—. Supongo que hace tiempo que lo sabes.Kitty apoyó la mano en el muslo de Britt con una familiaridad producto de innumerables noches compartidas.—No es asunto mío quién eres. Mi única responsabilidad consiste en satisfacer tus necesidades.El contacto de la mano de Kitty suscitó un recuerdo visceral tan automático como el hambre ante un olor familiar. Después de la muerte de Janet, durante meses Britt no quiso más que las escasas horas de sueño sin matices que le proporcionaba la satisfacción de las caricias de Kitty. En aquel momento, sus sentidos respondieron al recuerdo del calor del cuerpo de Kitty y al experimentado contacto de sus dedos. Las terminaciones nerviosas de Britt también reaccionaron y su respiración se aceleró. Pero procuró ignorar la dulce punzada de espontáneo deseo.—¿Han preguntado por mí concretamente?—No que yo sepa, pero tal vez haya cosas que ignoro.—No sé qué puedo hacer con esa información ni qué puedo hacer al respecto —comentó Britt.—No creo que haya nada que hacer, sobre todo si estamos tan comprometidas como parece. Pero no quiero que nadie sufra, y mucho menos el presidente. —Miró a Britt y le acarició la mejilla. Luego, acercó los labios a los de Britt y dijo— O tú.* * *Britt se sobresaltó, como si hubiera vuelto a sentir el calor de los dedos de Kitty. No quería ahondar en aquel recuerdo. Se frotó los ojos y apuró el resto del whisky. Al día siguiente vería a Kitty. Tal vez entonces recibiese alguna respuesta.Santana dio la vuelta en la cama y miró el reloj. Los brillantes números rojos marcaban la una y diez de la madrugada. Con un suspiro crispado, apartó la ligera sábana y puso los pies en el suelo. Caminó desnuda por el loft, a la luz de la luna, y se detuvo ante los amplios ventanales que daban al parque. Desde su aventajado mirador se veía el edificio de Britt y escudriñó las ventanas. El apartamento de su amante se hallaba a oscuras. Santana sabía que no debía despertarla; había reconocido los sutiles signos de dolor que Britt nunca mencionaba: la intensidad de las ojeras y la tensión casi imperceptible de los hombros cuando estaba sentada y cambiaba de postura. Lo que Britt necesitaba era dormir y curarse. Tras unos momentos debatiéndose entre la razón y el deseo, Santana regresó a la cama y se sentó al borde. Destellos de luz sobrenatural bailaban sobre el suelo de madera noble. Mucho tiempo atrás, se había adiestrado para no necesitar el consuelo del cuerpo de una mujer en la oscuridad. Nunca pasaba la noche con quien hacía el amor; nunca pretendía que otra voz mitigase su dolor o sus miedos. Dormía sola y aguantaba las incertidumbres, las decepciones y la soledad en silencio. Sin querer, le había entregado el corazón a Britt y no había contado con aquella necesidad tan profunda. A veces el hambre le dolía como una mano apretando su garganta y no sabía si correr o arremeter contra algo. Entonces oía la voz grave de Britt o vislumbraba su sonrisa, y el dolor, tan natural para ella que su misma ausencia resultaba notable, se desvanecía. Casi contra su voluntad, Santana cogió el teléfono. Poco después, tras no recibir contestación, dejó el auricular sobre el aparato. Luego se acostó, se puso de lado y cerró los ojos. Pasó mucho tiempo hasta que su respiración adquirió la cadencia firme y tranquila del sueño.

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