2do libro

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Capitulo 12Las horas pasaron en silencio, mientras Stark, Savard o Grant montaban guardia ante la puerta principal. Al fin, Paula Stark entró en el salón, donde se encontraba Santana intentando leer a saltos una novela encuadernada en rústica que había encontrado en una pequeña estantería de la guarida.–Señorita López, ¿podría coger el teléfono de la mesa que tiene al lado, por favor?Santana dudó un momento, observando el aparato con una mezcla de aprensión y asombro. Una cosa tan simple: establecer contacto con el mundo exterior. Emocionante y, en cierto modo, terrorífico porque no sabía si estaría preparada para las noticias. Pero tuvo que cogerlo.–¿Sí?Durante unos segundos sólo oyó extrañas interferencias, y luego una versión metálica de la única voz que deseaba escuchar.–Lo siento. No he podido escurrirme antes y me encuentro con una línea ocupada. Sólo puedo hablar un minuto. ¿Te encuentras bien?–De maravilla. –De repente, a Santana no le importaba dónde estuviese o cuánto tiempo tuviera que quedarse allí. Aquello era lo único que necesitaba–. ¿Estás herida?–No.La respuesta fue demasiado rápida e, incluso con las interferencias, Santana percibió un matiz en la voz de Britt que siempre utilizaba cuando hablaba oficialmente y quería evitar una pregunta. Si no la hubiese consolado tanto oírla, se habría cabreado. Ya tendría tiempo para eso más tarde.–¿Britt? ¿Qué sucede? ¿Dónde...?–Lo siento. Ahora no puedo hablar, pero llegaré ahí lo antes posible.–Ten cuidado.Luego, sólo hubo silencio en la línea. No obstante, por primera vez desde la explosión que había conmocionado su mundo, Santana consiguió respirar a fondo sin sentir una dura bola de dolor en el pecho. Britt estaba a salvo... a salvo... y había encontrado el momento para llamar en medio de lo que debía de ser un pandemónium. Al colgar el auricular, miró hacia la puerta, donde estaba Stark mirando por la ventana. Eran casi las diez de la noche.–¿Qué hacen Sam y Britt allí?–No me han informado de eso. –Stark abandonó la ventana, contenta de que los dos nuevos agentes del FBI que habían llegado una hora antes se encontrasen fuera. Agradecía la vigilancia adicional, porque Savard, Grant y ella estaban cansadas y tensas. A pesar de los turnos rotatorios, no podían cubrir de forma adecuada el interior y el exterior. E, incluso con los chicos del FBI, seguían siendo pocos, pero mejoraría la cosa cuando la comandante y el resto del equipo apareciesen. Santana la miró, esperando algo más que una contestación prefabricada. La respuesta de Stark había sido una falta de respuesta automática porque el Servicio Secreto no comentaba nada sobre el procedimiento, ni siquiera con los protegidos. Pero, cuando miró a Santana a la cara, captó un mal disimulado destello de su preocupación. Y luego recordó lo que Savard había dicho de la comandante y la primera hija. "Necesita la verdad."–Imagino que se han reunido con los técnicos en la escena del crimen y con la unidad de explosivos del Departamento de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego. Se puede perfilar a un terrorista por las características de la bomba que ha puesto. El primer ensayo es el más importante. La comandante no dejaría que lo hiciese otra persona.–¿El ensayo? –Santana tuvo la incómoda sensación de que sabía a qué se refería.Stark, por su parte, dudó. No se trataba de un cuadro bonito exactamente, y la conversación la estaba poniendo nerviosa.–El epicentro de la explosión era el vehículo de cabecera – explicó Renée Savard, que salía de la cocina con más café–. Dependiendo de la naturaleza del acelerante, la cantidad y la colocación precisa del artefacto en el coche, el radio de la explosión podría estar entre treinta centímetros y noventa metros. Cualquier cosa que se encuentre en ese área constituye una prueba potencial.–¿De esas cosas no se encargan especialistas? –preguntó Santana con la garganta seca. Suponía que cualquier cosa incluía también cuerpos humanos.Stark asintió.–Por supuesto. Todas las agencias, el Departamento de Alcohol y Tabaco, el FBI y con toda probabilidad el Departamento de Policía de Nueva York y la Policía del Estado estarán allí. Seguramente ahora se producirá una verdadera locura jurisdiccional.–Por decirlo suavemente –se burló Savard. Sabía que por eso no había tenido noticias de su propio comandante. Sin duda, Doyle estaría intentando dirigir las actividades so pretexto de que los intereses federales tenían prioridad.–Entonces, a Britt la necesitan allí, ¿no? –insistió Santana. No podía imaginar el horror de rebuscar entre los escombros de una explosión que había arrebatado la vida de alguien conocido. "Dios, ¿por qué Britt no puede dejar que otros hagan eso?"Stark la miró, incrédula.–No se puede marchar hasta que no quede nada que buscar, y más habiendo sido usted el blanco.Había tal certidumbre e inequívoco orgullo en el tono de la joven agente que Santana comprendió por qué a Britt le resultaba tan difícil renunciar a su posición en el equipo. Era claramente la líder.–Podrían tardar mucho tiempo en acabar, ¿verdad?Stark la miró con seriedad un momento, y luego sonrió.–Si ha dicho que vendrá, señorita López, puede contar con ello.Santana no dormía, sólo yacía quieta en la oscuridad. La suave llamada a la puerta la hizo saltar con el corazón acelerado y el pulso a reventar. Miró los dígitos rojos del reloj de la mesilla. Las tres y veinte de la mañana.–¿Sí?–Señorita López, soy...–Entre –se apresuró a decir, rebuscando en la cama el albornoz que alguien, amablemente, había puesto en el cuarto de baño. Se encontraba junto a la cama, ciñéndose el cinturón, cuando la puerta se abrió despacio, dejando pasar un leve rayo de luz del pasillo, y luego se cerró otra vez. No había encendido la lámpara de la mesilla, pero el resplandor de las luces de seguridad, hábilmente ocultas en los árboles próximos a su ventana, bastó para iluminar la inconfundible figura de Britt. –¿Britt? ¿Te encuentras bien?–Sólo cansada –respondió Britt con voz áspera.Apenas las separaban dos metros, ambas se habían inclinado un poco hacia delante, y el silencio reinaba entre ellas.–¿Cómo estás? –susurró Britt al fin–. Stark dijo que te encontrabas perfectamente, pero...–Bien. Estoy bien.Britt avanzó con paso vacilante, dudó, y siguió avanzando. Cuando habló, en su tono no había ni pizca de su habitual reserva, y preguntó tímidamente:–¿Te importaría mucho que... te tocara... sólo para asegurarme?En el corazón de Santana se calentó un músculo frío y asustado. Tembló ligeramente con la sensación de anticipación que apenas recordaba y que pertenecía a una época anterior a aquella en que había aprendido a asumir las decepciones de las promesas de una amante.–No, no me importaría en absoluto.Santana dio un paso para reunirse con ella, y los brazos de Britt la ciñeron con dulzura. Santana apenas se atrevía a respirar, pues temía despertar de repente y comprobar que se trataba de un sueño. Despertar y encontrarse otra vez sola en la oscuridad, esperando que una mujer la tocase, que las caricias de una amante la liberasen. Se mantuvo muy quieta, deseando que el momento no acabase nunca. Britt suspiró, contentándose con absorber el calor del cuerpo de Santana. Mientras la abrazaba, la energía de Santana penetró en el aturdimiento que se había apoderado de su mente y de su cuerpo durante la interminable noche. Le dolía... todo. Pero estar con Santana, sentir los latidos de su corazón, escuchar su tranquila respiración, apoyarse en su fuerza, acompañarla, limaba las aristas de su dolor. En un determinado momento, Santana acarició despacio la espalda de Britt, con cuidado, asegurándose de que aquella mujer era real. Cuando alzó los brazos para rodear los hombros de Britt, apretándose contra ella, Britt jadeó.–¡Estás herida!–No es nada. –Britt apoyó la mejilla en el pelo de Santana y cerró los ojos. "Dios, ¡qué maravilla estar junto a ella!"No se había dado cuenta de lo cansada que se sentía. Tenía mucho que hacer. Cuando al fin se había asegurado de que Santana estaba ilesa y a salvo en la casa segura, se enfrentó a la escena del crimen: acordonaron el parque en la zona inmediata a Sheep Meadow, una tarea imposible, y luego comenzó la recogida de pruebas y los interrogatorios. Tuvo que llamar a la hermana de Jeremy Finch en Omaha, sin nada que ofrecer más que su presencia en la línea mientras la mujer lloraba. Y, después, informar por una línea segura a Washington y reunirse con el viceconsejero de seguridad y con su propio director para confirmar que no había amenaza inminente contra Santana. Más tarde, tomaron las decisiones sobre adónde la llevarían, y cuándo y cómo sería el aislamiento. "El condenado de Doyle discutió conmigo cada paso."Cada minuto, durante las doce horas anteriores, se había preguntado si Santana estaría herida, aunque Stark había informado de que no existían daños, y le había preocupado que Santana pudiese seguir en peligro, o que estuviese asustada o sola. Doce horas separada de ella le habían parecido un año. Abrazó a Santana más fuerte y volvió a jadear ante la repentina punzada de dolor en el brazo. Le costaba trabajo cerrar los dedos de la mano derecha.–Cuéntame –susurró Santana–Sólo son unas quemaduras –murmuró Britt, que casi se dormía de pie. En aquel momento no le dolían tanto. Levantó la mano sana para acariciarle la cara a Santana–. ¿Seguro que estás bien?–Ahora sí. –En ese momento se dio cuenta de que Britt temblaba mucho. Y, por más que no quisiera que se fuese, Santana sabía que era esencial–. Britt, tienes que acostarte.–Déjame que me quede sólo un minuto –repuso Britt con voz monótona y las palabras forzadas y lentas–. Estaré bien si no me muevo durante un minuto. No me duele si no me muevo. Sólo me siento un poco cansada.–Lo sé –afirmó Santana, y se dirigió con Britt hacia la cama, caminando con pasos cautelosos. La preocupaba que Britt siguiese sin protestar. No era propio de ella. No se trataba sólo de fatiga–. ¿Britt?–¿Hum? –preguntó Britt, procurando recordar qué debía hacer a continuación–. Stark... el informe de Stark. Lo necesito.–¿Te han dado algo para el dolor?A Britt se le pusieron las piernas rígidas y se sentó. Cama. "¿Cómo he llegado hasta la cama?"–No. Les dije que no. Tengo que hablar... con... Sam.–¿Tienes dolor ahora? –preguntó Santana recostándola sobre las almohadas con el brazo bajo los hombros de Britt.–No demasiado –murmuró Britt. Sentía un extraño hormigueo en la mano derecha. Luego se dio cuenta de que Santana le ponía las piernas sobre el colchón y le quitaba los zapatos.–No debería estar aquí –observó Britt de pronto, como si acabase de comprender dónde estaba.–Estás a salvo por el momento –dijo Santana en tono amable, mirando las vendas de gasa blanca, manchadas con puntos oscuros, que envolvían la mano y el brazo de Britt. No las había visto antes. Tragó a pesar del nudo que tenía en la garganta y acarició con suavidad la mejilla de Britt–. No creo que estés en condiciones de romper ninguna regla esta noche.–Esto va definitivamente... contra... las normas –apuntó Britt medio dormida, y buscó la mano de Santana, aunque sólo consiguió rozar con sus dedos la palma de la joven.–Sí –susurró Santana, y se inclinó para besarla en la boca–. Ya lo sé, comandante.Luego, Santana tapó a la mujer dormida con las mantas y abandonó en silencio la habitación.


HonorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora