3er libro

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Capitulo 8A la siete y media de la mañana siguiente Britt, que se sentía fresca e inusitadamente alegre, entró en la cocina y se acercó a la cafetera. El café estaba caliente y recién hecho. Lo había preparado alguien del turno de noche. Britt se sirvió un poco y se dirigió a la terraza trasera. Previamente había llamado a Sam al hotel para repasar las actualizaciones diarias de Washington y la miríada de agencias de inteligencia que controlaban los acontecimientos externos e internos. En aquel momento, quería disfrutar del sol matutino y del cielo excepcionalmente claro. La niebla era habitual en las mañanas de San Francisco incluso en verano. Al oír cómo se deslizaba la puerta corredera, la mujer que estaba junto a la barandilla se volvió.—Buenos días —dijo Britt, gratamente sorprendida. No había oído movimiento en el piso de arriba y pensó que era la única que estaba despierta. Apoyó un hombro en el marco de la puerta, bebió un sorbo de café y dedicó unos momentos a contemplar el reflejo del sol sobre el rostro de su amante.Santana llevaba un desgastado jersey de los Yanquis que parecía más viejo que ella y unos pantalones de chándal holgados; aún así, era la mujer más hermosa que había conocido. El corazón de Britt, y muchos otros puntos, se aceleraron.—Buenos días. —Santana se apoyó en la barandilla con los brazos extendidos a ambos lados del cuerpo y las manos aferradas al barandal. Esbozó una leve sonrisa, mientras la expresión de Britt pasaba del placer al deseo.—Creí que estabas durmiendo —observó Britt desde la puerta. No confiaba en su capacidad de contención para acercarse a Santana, y menos en la terraza a plena luz del día. Pensaba que había saciado su hambre la noche anterior. Pero, al parecer, estaba equivocada.—No, hace un rato que me he levantado. —Santana no consideró oportuno comentar que había estado despierta casi toda la noche después de la marcha de Stark. No le había ayudado saber que Britt se encontraba al otro lado del pasillo. Al contrario, la había puesto nerviosa.—¿Te encuentras bien? —Britt frunció el entrecejo, dándose cuenta de que Santana se callaba algo.—Sí. —Santana le dedicó una sonrisa sincera que borró los vestigios de melancolía. El día era precioso, y Britt estaba allí, extraordinariamente sexy con sus vaqueros gastados y una camisa blanca desgastada en el cuello y los puños—. Perfectamente.—¿Te molesta la compañía?—La tuya no.Britt cruzó la terraza y contempló la densa vegetación de la parte de atrás de la casa, que descendía en cuesta hacia la calle, una cinta gris apenas visible que caía a pico más abajo.—Felicia está por ahí —comentó Santana al reparar en que Britt supervisaba el perímetro—. Es su turno.Britt escudriñó la zona inferior e hizo un leve gesto de asentimiento cuando divisó la lejana figura de la agente. Satisfecha, se dirigió a Santana:—¿Cómo estás?—Mejor que ayer por la mañana a estas horas —respondió Santana con la voz ronca—. Estoy contenta... de momento.—Y yo lo siento —repuso Britt riéndose—. Me quedé dormida...—No te disculpes. Primero, lo necesitabas. Segundo, haces que me sienta como un semental.—Vaya... Me pregunto cómo debo tomármelo. ¿Significa que yo no lo soy?Santana miró a Britt a los ojos, observando con alivio que habían desaparecido las ojeras y que el dolor, que Britt creía que no se notaba, también se había evaporado.—Oh, no, comandante. Tus credenciales de semental siguen intactas.—Me alegro de oírlo —dijo Britt con una sonrisa. Se apoyó en la barandilla y dio un sorbo al café, disfrutando de la perfecta vista de tarjeta postal—. ¿Sabes algo de mi díscola madre esta mañana?—Yo no contaría con ella... tan temprano. Al menos si he interpretado correctamente la situación con Giancarlo.—Creo que sí. —Una sonrisa afectuosa iluminó el rostro de Britt—. Si por la tarde no ha regresado, la llamaré antes de salir para el aeropuerto.—Sentiré irme de aquí —dijo Santana en voz baja.Britt movió la mano izquierda sobre la barandilla hasta cubrir la derecha de Santana. Sus hombros casi se tocaban, pero sólo alguien que estuviese con ellas en la terraza podría apreciar el cariñoso gesto. Los dedos de ambas se entrelazaron automáticamente, con los pulgares acariciando las palmas.—Sí, yo también. Al estar aquí contigo me he dado cuenta de lo hermoso que es este lugar. Tu compañía hace que el mundo parezca totalmente distinto.Santana se quedó momentáneamente sin habla, en una de esas ocasiones en que Britt la cogía por sorpresa, tal y como siempre había supuesto que se sentiría al estar enamorada. Aunque nunca había imaginado que llegaría a vivirlo.—No tenemos por qué perder este sentimiento, ¿verdad?Britt la miró de nuevo, maravillándose ante la diversidad de matices que flotaban en las profundidades de los ojos de su amante.—No. Debemos procurar no perderlo.—Britt, yo...La interrumpió el sonido del móvil que Britt llevaba en el cinturón. La agente torció el gesto y dijo:—Lo siento. —Cogió el móvil y lo abrió. Luego se apartó y respondió—: Pierce.A Santana le llamó la atención la rigidez casi imperceptible de los hombros de Britt. Generalmente, las frecuentes llamadas de un agente en un control o de una actualización de inteligencia que se transmitía a Britt formaban parte de la rutina diaria y, por tanto, apenas merecían su atención. Pero en aquel momento, Santana se dedicó a escuchar, aunque no quería hacerlo.—¿Desde dónde llamas?... ¿Estás segura?... ¿Cuándo?... ¿Te encuentras bi...?... No, por lo menos durante uno o dos días... Sí... Sí... Te buscaré... De acuerdo... Sí. Bien.—¿Problemas? —preguntó Santana cuando Britt concluyó la llamada. Estaba segura de que Britt había cronometrado la conversación.—No —respondió Britt automáticamente, con los ojos velados y tono distante, acercándose de nuevo a la barandilla. Al mirar a Santana, se dio cuenta de que no la creía. Suspiró y se pasó una mano por los cabellos—. No estoy segura. Tal vez.—¿Tiene relación con lo que ocurrió en Nueva York?Britt, distraída pensando en la llamada, respondió bruscamente:—No. Era algo personal. —Las palabras surgieron antes de que comprendiese cómo sonaban.Santana intentó borrar toda expresión del rostro mientras asimilaba las palabras. "Personal. Personal como en una llamada personal, como algo que no me importa. Como... ¿qué? ¿Una amante? ¿Por qué no? Nunca hemos hablado de mantener la exclusividad."—Oh —repuso Santana sin ganas—. Lo siento.Hizo ademán de alejarse, cogió su taza de café y el libro que se había llevado a la terraza, pero la mano de Britt sobre su brazo la detuvo.—Santana... No es lo que piensas.—No tienes idea de lo que pienso —dijo Santana con voz grave y controlada, demasiado controlada.Desvió los ojos, porque no quería que Britt notase el dolor que había en ellos. "¡Estúpida! ¡Por Dios, Santana, crece!"—De acuerdo —admitió Britt sin soltar el brazo de Santana—. Por si crees que era un... asunto romántico, nada de eso.Santana alzó la cabeza y estaba a punto de expresar una negativa vehemente cuando vio la cara de Britt. La airada respuesta murió en sus labios. La agente del Servicio Secreto Brittany Pierce, a la que el presidente de los Estados Unidos había condecorado dos veces por su valor, la miraba con incertidumbre y preocupación. Britt parecía extremadamente vulnerable e indefensa. Santana deseaba abrazarla y no soltarla nunca.—No tienes por qué explicarte. No me incumbe...—Sí que te incumbe. —Britt se acercó a Santana, olvidando dónde estaban o que alguien podía salir de la cocina, y dijo en tono urgente—: No hay nadie más. Nadie...Santana puso los dedos sobre los labios de Britt.—Calla. No pasa nada. —Dio un beso fugaz pero intenso a su jefa de seguridad y se apartó—. Voy a correr. Acompáñame.—De acuerdo. —Britt entró con ella en la casa, esperando que Santana la creyese, porque la mirada dolorida de aquellos ojos cafés le desgarraba el corazón.Después de correr, Santana se duchó, se vistió y dedicó unas horas a hacer compras en Union Square. Davis y Foster la acompañaron mientras Britt se reunía con Sam para repasar los detalles del vuelo y verificar los informes del piloto sobre el viaje de esa noche. Ni Britt ni Santana habían vuelto a hablar de la llamada matutina, y Santana no tenía intención de hacerlo. Britt había dicho que no era una amante y, aunque lo fuese, no tenían un pacto de monogamia, ni siquiera de compromiso. Santana aún no había decidido si quería tratar aquellos asuntos. El mero hecho de pensar en exclusividad la ponía nerviosa. Se había enamorado con tanta fuerza y rapidez que tenía que acostumbrarse a ello antes de mirar al futuro. Por la tarde volvió a leer en la terraza, dormitando de vez en cuando en una tumbona. Marcea regresó a tiempo de hacer una comida tardía, a la que también se apuntó Britt, para satisfacción de Santana. Era distinto tener a Britt al lado, compartiendo los momentos, a que estuviera a cierta distancia en un acto social, con toda la atención centrada en la gente. Las tres hablaron de arte, de viejos amigos de Marcea a los que Britt conocía desde la niñez, y de los planes de Santana para un nuevo proyecto. Una conversación fluida y ligera como las que compartirían amigas o amantes. Santana tuvo que esforzarse de nuevo para tomar las cosas con calma, porque durante aquellas horas le había parecido que Britt y ella eran una pareja más y la sensación le gustaba. A pesar de los recelos que la asaltaban, su relación seguía resultando estimulante. Cuando estuvieron listas para dirigirse al aeropuerto, Santana consiguió librarse de los desasosegantes efectos producidos por la misteriosa llamada de Britt. El turborreactor Gulfstream II tenía dieciséis asientos y capacidad para que el equipo se acomodase en los vuelos transcontinentales. Como de costumbre, tras registrar el avión, los agentes del Servicio Secreto subieron a bordo los últimos y ocuparon los asientos delanteros, dejando cierta intimidad a Santana, que se había instalado en una pequeña zona separada de la parte de atrás. Santana alzó los ojos del libro que estaba leyendo cuando la última pasajera subió y avanzó por el pasillo, deteniéndose de vez en cuando para comentar algo con un agente. Le encantaba ver cómo se acercaba la atractiva mujer rubia; lo bien que le sentaba el traje, hasta el punto de que parecía corriente, cuando Santana sabía que era hecho a medida; la intensa concentración del rostro de Britt mientras los ojos azueles de ésta registraban cada milímetro del avión; y, sobre todo, le fascinó el asomo de sonrisa que suavizó esa concentración cuando las miradas de ambas se encontraron. La jefa de seguridad se sentó al lado de Santana cuando el avión empezó a rodar por la pista del pequeño aeropuerto situado en las afueras de San Francisco. Los asientos de la lujosa aeronave eran espaciosos, pero los muslos de las dos mujeres se tocaron y sus hombros se rozaron ligeramente.—¿Es bueno el libro? —preguntó Britt mientras se abrochaba el cinturón.—Hum. —Santana asintió y marcó con un dedo la página para no perderse—. Divertido, sexy y con un buen argumento.—Parece una combinación infalible.Santana acarició con los dedos la mano de la agente, que descansaba sobre el muslo.—Sí, lo es.—Sé buena —murmuró Britt, reprimiendo una sonrisa—. Estoy trabajando.—¿De verdad? —Santana arqueó una ceja y, a continuación, se rió—. De acuerdo, te concedo un aplazamiento, pero sólo durante el resto del vuelo. Luego, pienso provocarte todo lo que me apetezca.—Lo estoy deseando.Santana echó el asiento hacia atrás y puso la mano sobre el brazo de Britt, fuera de la vista de los agentes sentados delante.—¿Algún plan urgente para el resto de la semana? —preguntó Britt—. Desde que llegamos aquí no hemos hecho ningún repaso de itinerarios, y quiero que todo el mundo vuelva a las tareas rutinarias. Es lo mejor después de lo que ocurrió.—Nada especial. Como voy a viajar pronto, prefiero pintar. Espero hacer una exposición este otoño y, de momento, no tengo lienzos suficientes. —Santana suspiró— Siempre existe la posibilidad de que desde el ala oeste me digan que debo hacer algo. Hace días que no sé nada, y eso no es buena señal.—Por la mañana tendré un informe completo —le recordó Britt—. Después, podemos repasar el itinerario de la semana.—Estupendo.—Y... he de ausentarme uno o dos días —dijo Britt en voz baja.Santana se puso rígida, retirando la mano del brazo de Britt.—¿Oh?—Si todo está en orden, pensaba marcharme mañana por la noche. Sam se ocupará del equipo.—Seguro que lo hará muy bien. —Santana abrió el libro de nuevo.Britt no respondió. No tenía ninguna explicación que ofrecer y sabía que las medias verdades sólo empeorarían las cosas. Durante el resto del vuelo permanecieron calladas: Santana leyendo y Britt dormitando. A pesar del silencio, estaban muy juntas; los cuerpos se tocaban, la conexión no se había roto del todo.

HonorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora