3er libro

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Capítulo 28Lucinda Washburn alzó los ojos de la de papeles y miró a Santana sin pestañear.—¿Cuánta gente sabe esto?—Cinco agentes federales. —Santana estaba sentada frente a Lucinda en una cómoda butaca, vestida con los vaqueros y el ligero jersey de algodón que se había puesto para viajar.—¡Jesús! —murmuró Lucinda—. Es una pesadilla de seguridad.—No, no es cierto —repuso Santana—. Nadie dirá nada.—¿Confías en todos?Santana se rió ante la ironía al pensar en lo que habían pasado juntos.—Con mi vida.—Por lo que veo —Lucinda hojeó los papeles—, un senador de los Estados Unidos, con tres mandatos a la espalda, se ha dedicado a reunir datos sobre ciudadanos particulares y políticos, incluyendo al presidente de la nación, con la clara intención de organizar una estrategia de campaña e influir en los grupos de presión, votantes y funcionarios de los partidos, y está utilizando agentes y recursos federales. ¿Es eso lo que me estás diciendo?—A grandes rasgos. —Santana se encogió de hombros—. En realidad, no sé cuáles eran sus intenciones, pero las comunicaciones que interceptamos indican claramente que agentes del FBI efectuaron una vigilancia no autorizada y que esa información llegó a manos del senador Wallace y de al menos una persona del Departamento de Justicia.—¿Y quién te ha pasado el dato?—Alguien anónimo. —No pensaba revelar el papel de A. J. No sabía con certeza si su antigua amiga había tomado parte activa en la operación y, si lo había hecho, no tenía intención de torpedear su carrera—. Cuando se filtró a la prensa la foto en la que estoy con Britt, empezamos a indagar y esto es lo que averiguamos.—¡Qué suerte! —El tono irónico de Lucinda indicaba que se daba cuenta de que había más documentos de los que Santana le había enseñado—. Tal y como están las cosas, el empleo de escuchas telefónicas y de vigilancia electrónica en la investigación de ciudadanos particulares que no son sospechosos de nada viola varias leyes federales, por no hablar de las irregularidades de la campaña si Wallace intenta aprovecharse de algo de esto.—Por eso te lo he traído. —Santana miró sin pestañear a la jefa de gabinete—. Si no afecta a papá ahora, podría ser el año que viene. Y hay otros muchos nombres en ese expediente que están en el equipo de la reelección y son pilares fundamentales.—No acaba ahí la cosa. —Lucinda habló casi con asco mientras cogía una de las páginas y la apartaba del resto—. Aquí tenemos una lista de clientes de un servicio de acompañantes. Podría dar lugar a chantajes, lo cual va más allá de las simples irregularidades de campaña.—No sabemos que hayan chantajeado a nadie. Sería mejor decir coaccionado.—Una sutil distinción.—Lo sé, pero si ponemos... pones fin a esta situación ahora, no se llegará a ese punto.—Lo único bueno —observó Lucinda en tono irónico— es que no fueron muy selectivos a la hora de hacer la vigilancia: liberales y conservadores, demócratas y republicanos; no discriminaron a la hora de violar intimidades. Tenemos a un juez de distrito de Washington, dos congresistas y un miembro del gabinete de tu padre, con una buena mezcla de afiliaciones, lo cual me da capacidad de maniobra en los dos bandos del escenario político.Lucinda dejó a un lado los papeles y miró a Santana con interés.—Esto es grave, pero se puede manejar sin que se entere la prensa, y creo que es lo mejor.—Desde luego, yo no tengo el menor deseo de airear los trapos sucios de Washington en un programa televisivo de máxima audiencia.—Pero me lo has traído por alguna razón. —Alzó una mano cuando Santana iba a explicarse—. Oh, ya lo sé, estás preocupada por el futuro político de tu padre. Te creo. Yo también. ¿Qué más quieres?—Quiero que se cancele la investigación que Justicia está haciendo a mi jefa de seguridad. La cosa no debería haber llegado tan lejos, pero alguien está tocando teclas en el Tesoro o en el Departamento de Justicia, o en ambos, y sé que al menos una de esas personas está involucrada en esta operación ilícita.Los ojos de Lucinda se posaron en la de documentos.—El nombre de tu jefa figura en la lista de los clientes del servicio de compañía.—Ya lo sé. —Santana no parpadeó, aunque en su mente apareció la imagen de la hermosa rubia que había sido amante de Britt—. No tiene nada que ver con su profesionalidad ni tampoco con nuestra relación. La investigación del Departamento de Justicia fue instigada por alguien con un interés personal en Britt. Y quiero que termine.Lucinda se reclinó en su sillón y miró a un punto inconcreto, analizando opciones mentalmente.—En realidad —reflexionó en voz alta—, la mayoría de la gente cree que la moneda del Gobierno es el todopoderoso dólar, pero no es cierto. Son los favores. Hay un buen número de personas que me deben algo. No me importa utilizar a algunas para arreglar esto. Me ahorraré muchos líos más adelante si doy por zanjado esto ahora. —Esbozó una sonrisa felina—. Y que Wallace se entere de que yo sé lo que estaba haciendo, así el muy cabrón se lo pensará dos veces antes de desafiar a un presidente en ejercicio para la nominación.La ansiedad que agarrotaba el estómago de Santana desde que había llamado a Lucinda en el avión, camino de Washington, para pedirle una cita urgente a primera hora de la mañana, comenzó a ceder.—Habrá que hacerlo pronto para ayudar a Britt.—Oh, se hará —aseguró Lucinda—. Pero quiero algo a cambio.Santana entrecerró los ojos.—¿Qué?—Que ocultes tu relación con la agente Pierce, al menos hasta después de las nominaciones. Nada de declaraciones, de reconocimientos expresos ni de manifestaciones públicas de afecto.Santana cabeceó.—No. Tú misma lo has admitido: si no te hubiera traído esta información, seguramente te habrías visto en una dificilísima carrera para la nominación contra Wallace el año que viene. Creo que estamos en paz.—Deberías pensar en la política.—No en este momento. Aunque haré una cosa —concedió Santana—. Prometo que, si hago alguna declaración pública sobre mi vida personal, te avisaré con tiempo para que Aaron pueda manejar a los periodistas.—Parece como si estuvieras preparando algo. Me gustaría conocer los detalles ahora.—En realidad, prefiero hablar primero con mi padre.Santana se levantó y se dirigió a la puerta. Con la mano en el pomo, se volvió.—Gracias por la ayuda.—No tiene importancia —dijo Lucinda en tono irónico mientras la puerta se cerraba despacio tras la hija del presidente.Cuando Britt abrió la puerta de su apartamento, a Santana se le desbocó el corazón a causa de la preocupación. Su amante aún llevaba los mismos vaqueros y el polo que se había puesto para el viaje en avión.—Creí que tenías una cita en el Departamento de Justicia. —Santana entró y cogió a Britt por el brazo—. ¿Por qué no estás vestida? Son casi las nueve.—Por lo visto, esta mañana no tengo que ir a ninguna parte —respondió Britt.—Maldita sea, si te han suspendido, ya...—Todo lo contrario. —Britt sonrió y cabeceó—. La secretaria de Schuester me llamó poco después de las ocho para avisarme de que mi cita con él se había cancelado. Schuester le encomendó que me dijese que el asunto de Loverboy estaba cerrado.Santana abrazó a Britt por la cintura y lanzó un suspiro de alivio.—Gracias a Dios.—¿Qué has hecho exactamente?—Poca cosa —respondió Santana—. Lucinda y yo intercambiamos favores.—Gracias por eso... por todo.—Me encanta poder hacer algo por ti. —Santana acarició el pecho de Britt, adivinando las cicatrices. Cada vez que hacían el amor, las veía, las tocaba con los dedos y los labios. Recordaba el momento del disparo. Sacudió la cabeza para ahuyentar los recuerdos y se recreó en el sólido abrazo de su amante—. No tienes por qué agradecérmelo.—Pero te lo agradezco —susurró Britt y la besó.—Sí, claro —acertó a decir Santana, conteniendo el aliento—. Estoy segura de que Lucinda me lo recordará cuando necesite algo con urgencia.—Es muy rápida —comentó Britt con admiración—. No sé qué cuerdas habrá pulsado, pero no ha tardado mucho.—Seguramente, Lucinda Washburn tiene más poder que nadie en este país, después de mi padre. Si quiere que se haga algo, se hace.—Tienes algunos contactos de lo más interesantes. —La sonrisa de Britt se ensanchó—. Resulta muy útil tratarte.—¿Tú crees, comandante? —Santana deslizó las manos sobre la espalda de Britt—. ¿Impresionada?Britt hundió la nariz en el cuello de Santana y besó la delicada piel bajo el lóbulo de la oreja, que Britt sabía que era uno de los puntos débiles de su amante.—Ah, ah. Muy impresionada.Santana acercó los labios al oído de Britt y susurró con voz ronca:—Entonces, seguramente te emocionará saber que esta mañana tenemos una cita con el presidente de los Estados Unidos.Britt se puso rígida y se enderezó de repente.—¿Disculpa?—Tiene un día muy ocupado, así que nos han metido entre la reunión matutina con los asesores de la seguridad nacional y una entrevista con un representante de la República Popular China.—¡Dios, tengo que cambiarme de ropa!—Estás muy bien. Se trata de una visita familiar, Britt, no de una reunión oficial.—Tal vez —repuso Britt dirigiéndose al dormitorio—. Pero no voy a presentarme ante el presidente en vaqueros.—Tendrás que superar eso alguna vez. Espero que en el futuro lo veas mucho. Ya sabes, cumpleaños, fiestas... todo eso.—Tardaré un poco en acostumbrarme —gritó Britt por encima del hombro, y desapareció.Santana sonrió y la siguió. "Mejor que empieces ya, mi amor."El presidente Andrew López alzó la vista del informe que estaba leyendo cuando Santana y Britt entraron en el despacho oval. Dejó los papeles a un lado, les indicó la pequeña zona de recepción frente a su mesa y se reunió con ellas.—Sentaos, por favor. ¿Café?—No, señor —respondió Britt resueltamente.—Yo sí. —Santana fue al fondo de la habitación, donde había un pequeño juego de café y otras piezas junto una cafetera termo, sobre un aparador—. ¿Papá?Como el presidente hizo un gesto negativo con la cabeza, Santana se sirvió una taza y se sentó en el sofá al lado de Britt, frente a su padre, instalado en su sillón de orejas habitual.—Siento venirte con esto tan de repente. Gracias por recibirnos.—No pasa nada. ¿Algún problema?—No exactamente. —Santana apoyó la mano en la rodilla de Britt sin darse cuenta—. Hay algo que quiero decirte antes de que te enteres por otros.El presidente asintió y esperó.—He decidido hacer una declaración pública sobre mi relación con Britt.La expresión del presidente no se alteró mientras miraba a su hija y a la amante de ésta.—Muy bien.—A Lucinda no le va a hacer ninguna gracia. —Santana lo miró fijamente.—Lo soportará. —El presidente sonrió con cariño, pero su tono era apagado e inflexible—. ¿Puedo preguntar si hay algún motivo para que hayas elegido este momento? ¿Ha ocurrido algo?Santana se encogió de hombros. No tenía intención de contarle los últimos descubrimientos. Le correspondía a Lucinda hacerlo.—No quiero vivir preocupada, ocultando nuestra relación a la prensa. Tarde o temprano, se enterarán. Prefiero confesarlo abiertamente a que algún periodista lo presente de forma sensacionalista. —Miró a Britt—. Y las dos creemos que es mejor ahora en vez del año que viene, cuando estés en plena campaña para la reelección.—Te lo agradezco pero, como te he dicho, no me preocupa especialmente. Por otro lado, si quieres controlar la situación, te sugiero que tires la primera piedra.Britt asintió, pensando en lo mucho que Santana se parecía a su padre. Ninguno de los dos esperaba a que lo golpeasen primero.—Eso es lo que hemos decidido. —Santana tomó aliento y evitó mirar a Britt—. Hay una cosa. El problema de que Britt continúe siendo mi jefa de seguridad cuando se haga público que somos amantes.Britt intentó disimular su sorpresa. "Bueno, es su padre y su montaje."El presidente apartó la vista de Santana y se centró en Britt.—¿Su relación con mi hija afecta a su trabajo?—Sí, señor —afirmó Britt sosteniendo la mirada del presidente.—¿En qué sentido? —Arqueó las cejas, pero no mostró ninguna otra señal de sorpresa.—En condiciones normales, señor, el deber del Servicio Secreto es velar por la seguridad física de los protegidos. Pero algunas veces mis decisiones se ven afectadas porque me preocupa... la felicidad de Santana.Una leve sonrisa asomó a la comisura de los labios del presidente.—¿Y eso pone en peligro a Santana?Britt respiró a fondo y consideró el tema que la atormentaba desde el momento en que se dio cuenta de que se estaba enamorando de Santana López.—No lo creo, señor. A veces incumplo las reglas, pero, en lo tocante a su seguridad física, mis reacciones son instintivas.—Y yo preferiría que fuesen menos instintivas —comentó Santana—. Quiero que le ordenes dimitir, papá.—Sí, ya me he dado cuenta. —Santana casi nunca le había pedido nada, ni siquiera de niña. Recordó el miedo que había sentido el día que le informaron de que alguien había disparado contra su única hija. Había agradecido de todo corazón que una agente del Servicio Secreto recibiese la bala en su lugar. Pero también imaginaba cómo se debía de sentir su hija, al ver que alguien a quien amaba había estado a punto de morir por ella.El presidente preguntó con cautela:—Agente Pierce, si no estuviese encargada de la seguridad de mi hija, ¿reaccionaría de forma diferente en caso de que ella se encontrase en peligro?—De ninguna manera, señor —respondió Britt inmediatamente—. Aunque no se me destine oficialmente, seguiré vigilando el terreno con mil ojos en lo tocante a su seguridad. También es instintivo. Si alguien la amenaza, responderé tal y como se me ha entrenado.El presidente miró a Santana y comprendió que aquella respuesta no la complacía.—Me parece, Santana, que piensa actuar de la misma manera tanto si se encarga de tu seguridad como si no, así que mejor dejamos que siga con su trabajo. "Y yo me sentiré muchísimo más tranquilo."—De acuerdo, renuncio. No puedo discutir con los dos —repuso Santana mirando a su amante y a su padre—. Espero que esto no sea indicio de futuras alianzas porque, si los dos os compincháis contra mí de esa forma, me voy a cabrear de verdad.—Ni se me ocurriría —dijo el presidente, muy serio, y tanto Britt como Santana se rieron.Cuando el presidente se inclinó para dar un beso en la mejilla a Santana en la puerta del despacho oval, susurró:—Buena suerte.Mientras recorrían los pasillos de la Casa Blanca, Britt murmuró:—Ha sido una maniobra muy rastrera, señorita López, la de intentar que su padre me despidiese.Santana sonrió.—Era una posibilidad remota, pero supuse que si él te ordenaba dimitir, no te resistirías —dudó—: ¿Estás enfadada?—No. —Britt se rió—. Sé que tenías que intentarlo. ¿Serás capaz de soportarlo?—No me queda más remedio.Britt dijo, de pronto muy seria:—Porque si crees que no vas a poder, yo...—Mi padre tiene razón. Y tú también. Me rindo —declaró Santana con un ligero fastidio—. Vas a actuar de la misma forma, seas mi jefa de seguridad o no. Por lo menos, si estás al frente de mi equipo, de vez en cuando incluso podremos hacernos la ilusión de que tenemos una vida normal.Britt se relajó.—Eso suena muy bien.—Aún nos queda una cosa por hacer, y luego te sugiero que aproveches tu día libre.—¿Qué tiene pensado, señorita López?—Voy a llamar a Eric Mitchell y a concertar con él una entrevista exclusiva. Creo que sabrá abordarlo con estilo. ¿Estás preparada?—Cuando tú digas. —Britt cogió la mano de Santana y la apretó

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