2do libro

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Capítulo 11
Lo siguiente que percibió Santana fue el salvaje balanceo del coche tomando las curvas a toda velocidad por la estrecha y retorcida carretera del parque. Apenas podía respirar porque tenía a Stark prácticamente encima en un intento de protegerla ante la eventualidad de que disparasen a las ventanillas. Santana se movió y empujó a Stark sin miramientos; luego se sentó y miró a las dos mujeres que la acompañaban.–¿Qué sucede? –preguntó en tono apremiante.Nadie le respondió. Stark y Savard, con caras serias y una mano en sus pequeños audífonos, escuchaban y respondían alternativamente a sus respectivos colegas. Stark cambiaba a toda velocidad las frecuencias de su transmisor y transmitía sin parar, en respuestas de una palabra. Santana supuso que debía de tratarse de una especie de código relacionado con su ruta de evacuación o de destino, porque no le encontró sentido.–¿Dónde está Britt? –exigió Santana, en voz más alta y fuerte, pues había recuperado el aliento–. Agente Stark... Paula... ¿está hablando con ella? ¿Se encuentra bien?Había algo en su tono que le llamó la atención a Savard. Escuchaba sólo con una parte de la mente y, cuando se dio cuenta del matiz de miedo en la voz de Santana, lo malinterpretó.–Señorita López... ¿está herida?–¿Que si estoy herida? –Santana la miró, casi sin poder contener la creciente furia y el pánico. Se trataba de una pesadilla demasiado familiar, una repetición tan horriblemente real que le daban ganas de agarrar a Savard y sacudirla. Todos se habían centrado en protegerla a ella, como si su vida fuese mucho más importante que la de los demás. Era una locura.Se esforzó por controlarse en medio de la desorientación que le producía que la llevaran a un destino desconocido mientras la amenaza del peligro la envolvía como un manto opresivo e invisible. Incluso peor que la irritante impotencia de carecer de control sobre su propia seguridad era el saber que Britt podía resultar herida, seriamente herida, y que ella no estaba allí. Otra vez. Santana reconoció que las dos mujeres se limitaban a hacer su trabajo, respiró a fondo y preguntó de nuevo:–¿Alguna noticia de Brittany? ¿Se encuentra bien?–No tengo información específica –respondió Stark con la voz tensa por el estrés, pero en tono amable. Dudó y, en contra de las reglas, añadió– Hay servicios médicos de urgencia en el lugar. No sé nada sobre el alcance de la explosión ni de los posibles afectados.Con el estómago encogido, luchando para espantar el asfixiante miedo, Santana sostuvo la mirada de Stark.–¿Puede decirme si está herida? Sólo eso.Stark negó con la cabeza e, inesperadamente, la asaltó una repentina oleada de náuseas, pero consiguió hablar:–No puedo, señorita López. No lo sé. –Luego sintió una punzada de dolor y ahogó un grito ante la brusca aparición de un dolor casi cegador en su cabeza–. Oh, caray...Por primera vez desde que se habían metido en el coche, Savard miró a Stark, sentada a su lado. Entonces, le dio un vuelco el corazón, lo cual, a la velocidad que le latía, era toda una hazaña. Aún así, logró decir sin alterarse:–Parece que está herida, agente.A través del resplandor de su propia ansiedad, también Santana se centró en Stark y vio que se limpiaba un chorro incesante de sangre que corría por su rostro. Tenía el pañuelo empapado. Sangraba abundantemente por un corte de siete centímetros abierto en su frente.–Está bien –afirmó Santana–. Necesita un médico. Dígale al que conduce esto que se dirija a un hospital.–No me pasa nada –replicó Stark, aunque en realidad tenía ciertos problemas de visión y el estómago revuelto. "Los baches del trayecto."En una situación así, el protocolo exigía no desviarse de la ruta prescrita de evacuación por ningún motivo, salvo que Egret estuviese gravemente herida. Además, Stark era la agente de mayor rango presente y tenía asuntos mucho más importantes que atender que un golpecillo en la cabeza. Se preguntó dónde estaría la comandante, pero apartó esa preocupación de su mente. Se concentró en el procedimiento, confirmó la posición con Grant y se la transmitió por radio a Sam.–Nos encontramos en camino del control alfa, siguiendo el programa. Avise, por favor.–Continúen hasta esa localización, procedimientos de bloqueo efectivos hasta que haya noticias –ordenó la voz de Sam–. Ahora, finaliza la transmisión.Hasta que se pudiese calcular el alcance del asalto, Stark sabía que el procedimiento básico de operaciones imponía el control de las transmisiones por radio. Significaba también que Ellen Grant, Renée Savard, una entidad desconocida en tal situación y ella misma tenían toda la responsabilidad de la seguridad de Egret hasta que la comandante o Sam, si la comandante no se encontraba disponible, se pusieran en contacto con ellas en una frecuencia preprogramada y enviaran un mensaje cifrado y predeterminado.–Se le ha roto la ropa –le indicó Savard a Santana, señalando un desgarrón en el ligero tejido manchado de sangre de la pernera del pantalón–. ¿Es grave?–No.–¿Tiene otras heridas?Santana asintió. Le escocía el muslo a causa de una raspadura que se había hecho al caer sobre la gravilla del camino, cuando Britt la derribó. Sin embargo, no le preocupaban sus dolores ni sus cardenales; sólo pensaba en Britt corriendo hacia el coche en llamas. Unos sesenta minutos después se detuvieron. Santana vislumbró de pasada, antes de que el coche doblase una esquina y parase delante de un pasadizo emparrado, una estructura colonial de mediano tamaño hábilmente ocultada a las casas vecinas por verjas y setos. Supuso que estarían en una de las prósperas ciudades dormitorio del norte de la ciudad, donde las casas tenían una pequeña parcela de tierra y gran intimidad, lo cual se pagaba a precios enormes.–Son sólo unos minutos –advirtió Stark cuando abrió la puerta y sacó el revólver del compartimento rápido de la riñonera–. Tenga la bondad de esperar en el coche, señorita López.–Déjeme comprobar el perímetro –se apresuró a decir Savard, deslizándose tras ella.–Lo tengo –repuso Stark con obstinación. Cuando vio a Renée Savard a su lado, gruñó de mala gana– Estupendo. Vaya por detrás y yo iré por delante–. Inclinándose hacia la ventanilla medio abierta del conductor, añadió– No apagues el motor, Ellen.Tardaron algo más de unos minutos, pero al fin Santana se encontró en el salón de una casa de exquisito buen gusto que daba la impresión de llevar meses o años desocupada, esperando a alguien que necesitase cobijo. No tenía ni idea de cuántos lugares parecidos habría por el país y, probablemente, también en otros países. Sabía que siempre que viajaban su padre, ella o, de igual forma, cualquiera de los miembros más cercanos de las familias del Presidente y del vicepresidente, se tomaban medidas para proporcionarles casas seguras, no sólo en caso de amenaza a su seguridad personal, sino también si se producía una emergencia nacional.Santana pensaba que tales precauciones eran reminiscencias innecesarias de los tiempos paranoicos de la Guerra Fría, cuando todo el mundo temía un inminente ataque nuclear. Pero, al ver las cómodas instalaciones, admitió de mala gana que en aquel caso tal vez la paranoia fuese una buena idea.–Hay un dormitorio con cuarto de baño a la izquierda del vestíbulo –informó Paula Stark mientras estudiaba el plano de la casa en su equipo manual–. Debería haber también ropa que le sirva.–Escuche... –empezó Snatana, a punto de quejarse de que la excluyesen cuando quería información, pero luego lo pensó mejor. Tenía frío, pero se trataba de una frialdad que no estaba segura de poder paliar a base de ponerse ropa encima. Y se daba cuenta de que sus protectoras no debían de saber mucho más que ella en aquel momento–. Gracias, agente Stark –dijo en voz baja–. Debería mirarse esa herida en algún momento. Vuelve a sangrar.–Sí, señora. Lo haré a la primera oportunidad.A Santana le pareció ver una ligera sonrisa en el rostro de Savard ante la seria respuesta, y se le ocurrió que había algo tierno en aquella sonrisa.–Estupendo –respondió, y fue en busca de algo que ponerse en lugar de su ropa rota y sucia.Cuando regresó del dormitorio con unos pantalones de chándal grises y una camiseta azul oscura de manga larga encontró a Ellen Grant en la cocina, haciendo café. Parecía un hecho tan mundano y corriente que Santana creyó que iba a echarse a reír ante lo absurdo de la situación. Y lo que era peor, temía que, si se reía, acabaría por llorar, y no sabía si podría parar. El aroma del café recién hecho resultaba increíblemente reconfortante, y a Santana le daba la impresión de que iba a necesitarlo. Dudó que pudiese dormir durante las horas siguientes. Mientras miraba cómo la agente disponía las tazas en la encimera, se preguntó cuándo se sentiría con fuerzas para no desmoronarse.–¿Puedo hacer algo?Grant le dedicó una mirada sorprendida, y luego una leve sonrisa.–No creo. Hay comida en el congelador, pizza y cosas así. Me temo que habrá que conformarse de momento. El café estará dentro de un segundo.Parecía casi surrealista, pensó Santana, encontrarse en una casa extraña, hablando con una mujer a la que había visto casi todos los días durante el último año y darse cuenta de que nunca habían hablado de nada. Los agentes del Servicio Secreto hacían su trabajo tan bien, manteniéndose siempre en la sombra, que la mayor parte del tiempo a Santana no se le ocurría pensar en sus vidas personales. Se fijó en la alianza que lucía Ellen Grant.–¿A su marido le molesta su trabajo? –preguntó Santana. En otras circunstancias jamás habría preguntado. Pero, en cierto modo, aquellas extraordinarias condiciones creaban una familiaridad que en otro caso no habría existido.Como si lo que Santana había preguntado fuese lo más natural del mundo, Grant respondió:–Si le molesta, nunca lo ha dicho. Es policía.–¿Le fastidia a usted lo que hace él?Grant le dedicó una sonrisa distante y sus ojos miraron hacia algo lejano.–Sí, a veces.–¿Qué dice?–Nunca le he hablado de eso. Es lo que él hace. "Son iguales. Obstinadamente responsables. No importa lo que cueste." Santana suspiró y se sirvió un café.–Alguien debería llevar a Stark a un hospital.–Una de nosotras se ocupará de eso en cuanto podamos salir. Mientras tanto, yo la cuidaré. Todos estamos preparados para afrontar emergencias médicas.–Lo sé –repuso Santana en tono irónico–. El equipo es completamente autosuficiente.–Hasta cierto punto, sí. –Grant ignoró el matiz de sarcasmo de la voz de Santana–. Estará usted perfectamente segura con nosotras.–No lo dudo –dijo Santana con sinceridad. No le preocupaba lo más mínimo su propia seguridad. Nunca le había preocupado–. Cuando sea posible, me gustaría hablar con mi padre. Estará intranquilo.Ante la mención del Presidente, Grant casi se puso firme.–Por supuesto. Informaré a Stark. Actúa como jefa hasta que vuelva la comandante.–¿Sabe dónde está Britt? –Como la agente no respondió, una rápida puñalada de miedo le atravesó el pecho–. ¿Qué pasa? ¿Tiene información al respecto?Grant parecía incómoda.–La agente Stark se encuentra al mando temporalmente, señorita López, y estoy segura de que le dará explicaciones en breve.Santana reconocía una pared de piedra cuando la tenía delante, así que renunció a seguir presionando. Oía los murmullos de Stark y Savard en la habitación contigua y supuso que debían de estar informando a los que había que informar de la situación. Habían pasado dos horas desde que salieran de Central Park, dos horas que parecían una eternidad, dos horas que eran como una pesadilla de la que no podía despertar. Fue a reunirse con ellas. No pensaba esperar mucho más para recibir información.–¿Cómo va su dolor de cabeza? –preguntó Savard en voz baja.Stark se inclinó sobre la barra de desayuno en el comedor, con un radio transmisor en una mano y un auricular de teléfono en la otra. Miró hacia el otro extremo de la habitación, donde estaba Savard sentada ante una mesita con su agenda digital en la mano izquierda.–¿Qué dolor de cabeza? –gruñó Stark, intentando mantener tres conversaciones a la vez.–El que finge que no tiene –respondió Savard sin levantar la vista, introduciendo información en su agenda.–Me da la impresión de que me van a saltar los ojos de la cara – reconoció Stark.–Ya me lo parecía –dijo Savard, tomando notas en su diario–. Va a tener que hacerse un tac.–Sí, claro. Tal vez el mes que viene. –Stark escuchó el informe de Sam sobre el nivel de investigación en Central Park mientras hacía juegos malabares con el equipo e intentaba garabatear notas.Le habían dado luz verde un minuto antes. Al menos su ubicación parecía segura y podían quedarse allí un tiempo. Se alegraba porque le daba la impresión de que acabaría vomitando si volvía a subir a un coche. Cerró la transmisión de radio, colgó el auricular al mismo tiempo y cruzó los brazos sobre el pecho, procurando ahuyentar otra oleada de náuseas.–¿Dónde está Doyle?Savard levantó la vista y se dio cuenta enseguida de que Stark tenía muy mal color.–No lo sé. No he sabido nada de él. Supongo que querrá que me quede con el equipo, por eso estoy intentando organizar mis notas de campo de hoy. Cuando tengamos las primeras estadísticas sobre las pruebas de la escena del crimen, podremos trabajar con algo. Tenemos que revisar el perfil psíquico preliminar de ese individuo lo antes posible. No creo que nadie esperase una bomba.–Eso es un eufemismo, agente Savard –refunfuñó Stark con expresión seria; bajo su tono enfadado había una nota hueca de dolor–. Al menos confío en que nadie la esperase. Porque, si alguien tenía idea de esto y no nos lo contó, tendrá que pagarlo con sangre. Hoy hemos perdido a un agente.Un fuerte resuello en la puerta hizo que ambas se volviesen rápidamente en esa dirección. Santana López se encontraba allí, blanca como una sábana, y durante un segundo Stark creyó que iba a desmayarse.–¿Se encuentra bien, señorita López? –preguntó Stark, preocupada de verdad.–¿Quién? –Santana apoyó una mano en el respaldo de una silla de comedor y esperó hasta que supo que podía hablar con voz firme–. Acaba de decir que han perdido a un agente. –Se escuchó a sí misma hablar con una voz inusitadamente tranquila que no podía ser suya, porque en realidad ella estaba gritando–. ¿Quién?Stark parecía incómoda y un tanto insegura.–Lo siento, esa información...–Jeremy Finch –se apresuró a intervenir Renée Savard. Sin hacer caso de la rápida mirada de sorpresa y curiosa ira de Stark, volvió la vista hacia Santana–. Conducía el coche de cabecera.–Mi coche –dijo Santana en voz baja. Reconoció la vertiginosa oleada de alivio que acompañó al sonido del nombre de Finch, pero no pudo sentirse culpable. Aquella vez no había sido Britt. "No ha sido Britt"–Lo siento.–No hay motivo para que lo sienta –declaró Stark en tono amable–. Usted no es responsable de lo que hace ese maníaco. No tiene nada que ver con usted.Santana negó con la cabeza y agradeció la amabilidad de Stark, aunque no pudo aceptarla.–Sí que tiene algo que ver conmigo. El agente Finch estaba asignado a mi equipo. Su trabajo consistía en protegerme.–Aún así, eso no significa que lo que le sucedió fuese culpa suya –insistió Stark.–Hace usted una distinción muy fina, agente Stark. –Santana esbozó una sonrisa triste.–Las distinciones finas marcan la diferencia –afirmó Savard en un tono firme pero compasivo.–Ojalá pudiera aceptarlo –dijo Santana casi para sí. Las miró a ambas y preguntó por última vez–: ¿Han hablando con la comandante Pierce?–Todavía no, señora –respondió Stark, y Santana la creyó.–Estaré en la otra habitación. ¿Tendrían la amabilidad de comunicarme algo cuando haya más información? –Se sentía más agotada emocionalmente que cansada físicamente. No podía hacer nada y tampoco soportaba más conversación. Supuso que habrían informado a su padre de que se encontraba a salvo y de que su director de seguridad, el director del Servicio Secreto, el FBI y todas las demás agencias del alfabeto encargadas de su protección harían lo que tenían que hacer. Era la única actriz de todo aquello que no tenía un verdadero papel que representar. Sabía que no podía considerarse una prisionera, pero en muchos aspectos se sentía como si lo fuese."No sé dónde estoy ni cuánto tiempo voy a estar. No me dejan llamar por teléfono. No me dicen nada de Britt. Podría estar... No. Se encuentra bien. Tiene que estar bien."–Por favor, avísenme cuando pueda llamar a mi padre. –Su tono sonó más brusco de lo que quería.–Sí, señora –respondió Stark, crispada. Cuando Santana las dejó, Stark miró a Savard con disgusto. –El procedimiento no contempla hablar de información clasificada con ella.Savard observó a Stark con gesto pensativo y eligió las palabras con cuidado. No conocía bien a la concisa agente morena y aún menos a los otros miembros del equipo del Servicio Secreto.–¿Puedo hablar con usted extraoficialmente?–No voy a informar de nada de lo que me diga, Savard. –Stark miró por encima del hombro y vio a Grant apostada en la entrada principal y a Santana acurrucada en el sofá, contemplando con gesto ausente el espacio. Estaban solas–. No soy yo la espía.Renée dejó pasar la pulla, pues comprendió que Stark no sólo estaba herida, sino que además había perdido a un colega.–Me refiero a que no quiero ofenderla hablando de su comandante.Como ya esperaba, los hombros de Stark se pusieron tensos y parecía dispuesta a pelear, a pesar de que también se la veía en inminente peligro de derrumbarse en cualquier momento. A Savard la asombraba que todos los agentes del Servicio Secreto que protegían a Egret estuviesen completamente entregados a su reservada y excepcional comandante. Admiraba y respetaba aquel sentimiento.–¿Qué pasa con la comandante? –preguntó Stark.–Santana López está enamorada de ella.Stark se quedó boquiabierta y tardó unos segundos en reponerse. Aún no había articulado una palabra cuando Savard continuó:–Y creo que el sentimiento es mutuo.Con la vista clavada en el suelo, Stark se quedó callada, intentando pensar, pero sus pensamientos daban vueltas en círculos. Pensó en los cinco días que Santana había pasado en el apartamento de Rachel Berry apenas dos meses antes. Mientras Santana estaba dentro, ella había pasado gran parte del tiempo sentada en un coche ante la entrada del edificio. Ella y todos los demás sabían que Santana López no había estado sola todo aquel tiempo. No hablaron del asunto, ni siquiera entre ellos, pero para sus adentros le había llamado la atención.Estaba sentada con una taza de café frío en la mano, contemplando las ventanas oscuras del siniestro edificio mientras se esforzaba por no pensar en qué sucedería arriba. Luchaba también para no recordar la noche en la que había terminado en la cama de Santana López como consecuencia de una torcida oleada de pura lujuria irreflexiva. Había tenido mucho miedo aquella noche, se había sentido frágil y tremendamente loca por ella... y Santana se había mostrado amable, incluso tierna. Se puso colorada en la oscuridad y confió en que Fielding no se diese cuenta; luego recordó que la ternura no era su principal prioridad en aquellos momentos en que ardía en deseos de sentir las manos de Santana sobre su piel a punto de estallar. Nunca había hecho nada semejante y esperaba no volver a hacerlo. No lo esperaba, ni siquiera se le había ocurrido, pues ella casi nunca pensaba en esas cosas. No; pensaba en renovar su certificado de armas de fuego o en su próximo turno o en lo que habría hecho si hubiese sido ella la que hubiera mirado hacia arriba y visto el reflejo del sol en el cañón de un rifle que apuntaba a la hija del Presidente. Sorbió los posos ácidos del blando vaso de papel y recordó lo que se sentía al ser acariciada como Santana López la había acariciado. No obstante, conseguía apartar el recuerdo de su mente la mayor parte del tiempo, y sólo de vez en cuando miraba a la hija del Presidente y recordaba sus besos. Entonces, le hervía la sangre y deseaba volver a sentir aquello de nuevo.Stark se dio cuenta de que su cabeza divagaba por caminos muy inoportunos e, ignorando su latente dolor de cabeza y los desconcertantes estremecimientos interiores, examinó los hechos. La comandante había estado en la ciudad aquellos cinco días; Stark la había visto de pasada en un bar con Santana López. Los tiempos encajaban. Aunque era más que eso, un acumulación de cosas que notaba, aunque no las hubiese visto conscientemente: cómo se miraban y caminaban juntas, sin tocarse pero compenetradas como si lo hicieran. Ninguna de las dos había sido clara, pero, viéndolo en conjunto, creía que Savard podía tener razón.–¿Cómo puede decir eso si sólo hace una semana que las conoce? –A Stark le molestaba que la agente del FBI hubiese visto algo que a ella se le había escapado.Savard sonrió.–Sé qué aspecto tienen las mujeres cuando están enamoradas.Stark se puso colorada e, inmediatamente, se maldijo por la reacción. La respuesta no era la que había esperado y se odió porque el corazón le latía de forma desaforada. "Estamos en medio de una situación de crisis, y yo soy la responsable de la seguridad de Egret hasta que Sam o la comandante lleguen, y aquí estoy, hablando de algo totalmente impropio con una agente del FBI que podría repetir cada palabra al huevón de su superior."Para empeorar las cosas, aquella agente le sugería pensamientos muy poco profesionales.–En fin –empezó, pero se calló cuando se dio cuenta de que Savard se reía–. ¿Qué? –preguntó en tono beligerante.–Le pido disculpas si la he molestado –dijo Savard con un tono cantarín.–No estoy molesta. –Stark se había puesto a la defensiva. Cuadró los hombros y cogió el teléfono–. Sólo ocupada, nada más.Savard se limitó a sonreír y volvió a su informe. No se había equivocado con Stark la primera vez que la había visto. Era una monada


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