3er libro

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Capítulo 17


Cuando las puertas del ascensor se abrieron en el piso de Britt, Santana se encontró cara a cara con una agente del Servicio Secreto de aspecto atribulado. Britt vestía unos vaqueros gastados, una sencilla camisa de algodón y mocasines sin calcetines. Ni siquiera llevaba la pistola y, aparte de que parecía a punto de perder los nervios (cosa muy rara), había un velo de desesperación en sus ojos, lo cual sí era extraordinario.—¿Adónde vas? —preguntó Santana bruscamente, sosteniendo las puertas con un brazo mientras sonaba el timbre de la cabina.—A buscarte.—¿Qué te hace pensar que no voy directamente a la Casa Blanca? —Santana salió del ascensor. Las puertas se cerraron y el timbre se calló. Britt y Santana quedaron frente a frente en medio del repentino silencio del vestíbulo.—Sabía que no ibas allí.Santana apoyó un hombro en la pared y estudió el rostro de Britt. El dolor de imaginar a Britt en los brazos de la atractiva rubia era lo único que le impedía acercarse a ella y borrar a base de caricias el sufrimiento que ensombrecía sus rasgos.—¿Adónde creíste que iría?Britt se encogió de hombros.—A un club, seguramente. —Habló en tono grave e inexpresivo.—¿Y a acostarme con otra?Britt se encogió como si le doliese.—Santana, por favor...—Calla. —Santana cogió a Britt de la mano y la condujo a la puerta del apartamento—. No podemos seguir con esto aquí fuera.Britt introdujo la llave en la cerradura sin decir nada, incapaz de disimular el débil temblor de sus manos. Se había asustado mucho cuando Santana desapareció por la escalera de incendios sin darle tiempo a explicar lo que parecía una cita con otra mujer. Le aterrorizaba que Santana se precipitase en medio de la noche, guiada por el dolor, la furia y la traición, y se hundiese en el consuelo de los brazos de una desconocida. Lo había hecho antes, y desde la primera vez había sido horrible, antes de que la amase. En aquel momento, la mataría. Britt abrió la puerta, y entraron. La habitación estaba iluminada por el claro de luna y un rayo de luz que surgía de una puerta entrecerrada al otro lado del apartamento. Un leve rastro de perfume impregnaba el ambiente.—Es muy guapa, ¿verdad? —dijo Santana inesperadamente, deteniéndose en la entrada del amplio salón.—Santana...—Nos encontramos abajo.Britt la miró, sin saber qué decir, con el corazón desbocado al percibir el matiz de dolor bajo el tono cuidadosamente controlado de Santana.—¿La amas?—No —exclamó Britt con voz ronca, esforzándose para no tocar a Santana. El timbre duro de las palabras de Santana, como acero rayando la piedra, le hizo ver que debía mantener las distancias—. Deja que te expli...—Sin embargo, te acostaste con ella, ¿no?—Sí. Pero...—¿Esta noche?—¡No! Hace mucho tiempo de eso. ¿Quieres...?—¿Hizo que te corrie...?—¡Por Dios, Santana, cállate!—Me vuelvo loca de pensarlo —susurró Santana casi para sí, con voz rota. Estaba temblando, aunque no se daba cuenta.Fue la angustia de la voz de Santana, más que la fría indignación, lo que quebró la resolución de Britt. Cogió a la joven por la cintura y la apretó contra su pecho. Con el rostro enterrado en los cabellos de Santana, murmuró:—Lo sé. Dios, lo sé.Santana abrazó a Britt por los hombros, y su mejilla, empapada por las lágrimas que no había podido contener, mojó la piel de su amante.—No llores, por favor —suplicó Britt, desesperada por consolarla—. No es lo que crees. Te lo juro por Dios.—No digas nada más —pidió Santana hundiendo los dedos en los brazos de Britt—. Sólo... no me hagas daño.—No lo haré —aseguró Britt fervientemente—. Te lo prometo, no lo haré.Britt cogió a Santana de la mano y la condujo al dormitorio. Al llegar junto a la cama, besó tiernamente los ojos de Santana, las comisuras de la boca y la suave piel del cuello. Acarició ligeramente la mandíbula de la joven, descendió por los hombros y siguió más abajo, hasta que sus dedos se posaron en la prominencia de los senos y en los pezones. Santana se mordió el labio inferior y ahogó un gritito. Parpadeando, con los ojos velados, apoyó las manos en los hombros de Britt mientras su amante la desnudaba lentamente. Britt bajó la cremallera de los vaqueros de Santana y deslizó las manos bajo la camiseta, acariciando el estómago plano; los músculos de Santana se estremecieron y, durante un momento, Britt temió olvidarse de sí misma. Le quitó la camiseta a Santana por la cabeza y la dejó caer al suelo. Luego, se arrodilló, mientras las manos de Santana se deslizaban sobre sus hombros y enlazaban sus cabellos. Metió los dedos en la cinturilla de los vaqueros de Santana y se los bajó sobre las caderas hasta que ésta se descalzó y se libró de los pantalones. Santana permaneció desnuda, expuesta y vulnerable, y Britt apoyó la mejilla en el hueco que formaba la base de su abdomen. Rodeó con los brazos las caderas de la joven y, con los ojos cerrados, percibió el fluir de la sangre por las arterias y las venas bajo la delicada piel de la unión del cuerpo con los muslos, mientras su propio corazón se aceleraba para acompasarse al de su amante. Acarició con una mano la suave piel del interior de la pierna de Santana, la movió hacia arriba y le separó los muslos con suavidad, deslizando un dedo sobre los pliegues hinchados y rodeando las vibrantes protuberancias hasta que Santana cayó en sus brazos entre gemidos. Por último, aplicó la boca al clítoris de Santana, duro y lleno de deseo.—Britt —susurró Santana con el cuello arqueado, los músculos de la mandíbula tensos y los muslos temblando.Britt separó los labios y comenzó a lamerla suavemente.—Oh —suspiró Santana agarrando los cabellos de Britt—. No. Así no. Me voy a correr ya.Britt registró la urgencia de la voz de Santana y, contra todo instinto, apartó la boca. Se levantó, la abrazó y susurró al oído de su amante:—Te amo endiabladamente.—Desnúdate —rogó Santana—. Quiero sentirte... entera.Britt se apartó, mientras Santana se tendía en la cama con el cuerpo abierto, sugerente. Britt, sin apartar los ojos de su amante, se quitó los vaqueros, la camisa y los mocasines. Luego se tendió, encajando una pierna entre los muslos de Santana y rozándola con los pechos al tiempo que se apoyaba en los codos y enmarcaba la cabeza de la joven entre las manos. Se meció lentamente entre las piernas de su amante, sintiendo la prominencia de su clítoris contra el muslo, la húmeda pátina del deseo sobre su piel. Los rostros de ambas estaban muy próximos, pero no besó a Santana, sino que observó cómo la tensión se apoderaba de su cara en medio de la creciente tormenta. Britt miró a Santana a los ojos, cautivándola, y habló con gran intensidad:—Cuando estoy contigo me olvido de todas las mujeres que he tocado. Cuando estoy contigo me olvido de todas la mujeres que me tocaron. Estar contigo me hace vivir.El cuerpo de Santana se tensó ante el poder de la voz de Britt y la presión de su piel y, como si la hubiesen acariciado en un punto esencial, las palabras la atravesaron y borraron toda una vida de pérdidas. Se arqueó bajo el peso de Britt y un grito salió de sus labios. Rendida, abrazando a su amante con fuerza, se corrió.—¡Dios, qué hermosa eres! —exclamó Britt mientras Santana se estremecía debajo de ella. Cuando Santana se calmó, Britt se derrumbó en la cama y abrazó a la joven, la besó en los cabellos y en la frente. —Te amo.Santana hundió el rostro en el hueco entre el cuello y los hombros de Britt y aspiró el conocido aroma, deseando caer rendida ante ella, sumergirse en ella, perderse dentro de ella. Después de un momento que pareció prolongarse indefinidamente, murmuró:—Te deseé desde el instante en que entraste en mi apartamento por primera vez, con todas tus normas y reglamentos, condenadamente intocable.—No tan intocable —confesó Britt con aire perezoso, recordando la primera vez que vio a Santana, recién salida de la ducha con un albornoz suelto, irradiando sexo y peligro—. Estaba excitada cuando te dejé.—Estupendo —dijo Santana con dulce satisfacción—. Al principio, te quería porque deseaba controlarte y que no fuera a la inversa.Britt soltó una risita.—¿Has olvidado mi enorme magnetismo?—Ah, eso. Sí, eso también. —Santana dibujó los labios de Britt con los dedos—. Pero enseguida te quise porque, cada vez que te veía, me volvías loca.—Me destrozas —susurró Britt, apretando contra sí a la mujer que tenía en brazos.—Y ahora —concluyó Santana, temblando—, te quiero porque me aterroriza la idea de estar sin ti.—No tengo palabras para expresar lo que significas para mí —repuso Britt con la voz dominada por los sentimientos—. No creo que puedas entenderlo, salvo cuando los días se conviertan en semanas, las semanas en meses y los meses en años... y yo siga aquí, amándote.Santana acarició el hombro y el pecho de Britt, demorándose en los senos antes de posar la mano sobre el abdomen. Britt se tensó, conteniendo el aliento.—Cuando te toco me siento como si fuera Dios —dijo Santana en voz baja.—Lo sé.—Pensar que alguien más...—No lo pienses. No ocurrirá.Santana, revitalizada por el contacto de la piel de Britt, se movió en la cama y se colocó a horcajadas sobre las caderas de su amante. Apoyó las manos junto a los hombros de Britt, con los pechos a escasos milímetros del rostro de la agente y los ojos llenos de decisión.—Soy así con lo que considero mío. No me gusta compartir.—A mí tampoco.—Genial —afirmó Santana, y luego se apoderó de la boca de Britt con un beso fuerte y posesivo.El beso se prolongó mucho tiempo. Fue más que un beso, una afirmación de posesión y pertenencia. Britt se abrió a las profundidades del deseo de Santana, dejándole que tomase lo que quería, dándole de buena gana todo lo que necesitaba, cediendo a una rendición que para ella era libertad. Cuando Santana descendió y puso las manos entre los muslos de Britt, ésta arqueó la espalda y levantó las caderas, ofreciendo todo lo que tenía. Santana la penetró de forma rápida, enérgica y profunda, y una llama ardió en los ojos de Britt, mientras cerraba los puños entre convulsiones. El poder del impulso de Santana caló en sus huesos y se le aceleró la sangre. Con los muslos temblando y la respiración entrecortada, se corrió en silencio, ahogando el grito que quería brotar de su garganta, suspendido durante una eternidad entre el cielo y la tierra. Britt, empapada en sudor y estremecida, jadeaba. Santana se recostó junto a ella, pronunciando su nombre entre gemidos. Se quedaron dormidas en un lugar situado entre el amor y el deseo.

HonorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora