3er libro

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Capítulo 24


—Buenos días —saludó Rachel, sorprendida al ver entrar a Britt en la cocina poco después de las siete de la mañana—. No esperaba verla tan temprano. En realidad, pensé que dormiría una semana entera.—Me ha despertado el olor del café. —Britt sonrió e indicó con un gesto de cabeza la cafetera que estaba sobre la encimera.—Ah —exclamó Rachel con una sonrisa, acercando la taza a los labios. Llevaba el camisón burdeos, pero sin nada debajo. El pronunciado escote dejaba al descubierto una amplia extensión de piel cremosa entre los llenos pechos, y la reluciente seda perfilaba de forma seductora la curva de la cadera y el muslo.Cuando Britt reparó en lo que tenía delante, desvió la vista.—¿Le importa si le llevo un poco a Santana?—En absoluto. En realidad, se lo agradezco.—¿Oh? —Britt arqueó una ceja.Rachel sonrió con cariño.—No hay quien la aguante por las mañanas antes del café, ¿o no lo había notado?—No puedo decir que sí —respondió Britt, acercándose a la encimera y cogiendo dos tazas de un estante acristalado situado sobre el fregadero.—Muy diplomática, comandante —observó Rachel con la voz convertida en un profundo ronroneo—. Se podría interpretar como que nunca la ha visto a primera hora de la mañana o que nunca la ha encontrado de mal humor en esos momentos.Britt se volvió, apoyó la cadera en la encimera y miró a Rachel con seriedad.—La he visto a primera hora de la mañana, pero no a menudo.—Tengo la impresión de que eso va a cambiar.—Ojalá.Britt sirvió el café mientras Rachel la observaba.—Gracias por el café —dijo cuando acabó—, y por habernos alojado esta noche.—Santana es mi mejor amiga y la quiero.Britt se preguntó si las dos cosas estaban relacionadas o si se trataba de hechos independientes. Nunca le había preguntado a Santana si Rachel y ella habían sido amantes y nunca se lo preguntaría. No importaba, pues no afectaba a lo que había entre Santana y ella en aquel momento.—Lo sé y me alegro. Necesita amigas como usted.—Al parecer, la necesita a usted sobre todas las cosas, comandante —subrayó Rachel.—Llámame Britt. Y, por si te alivia, yo también la quiero.Rachel esbozó una sonrisa sensual. Su voz se tornó grave cuando comentó:—Santana es muy afortunada.—No, la afortunada soy yo.—¿Funcionarán las cosas en medio del revuelo de la prensa? —preguntó Rachel de pronto.Britt estaba acostumbrada a disimular sus reacciones, pero la pregunta le sorprendió.—¿Lo sabes?—Más o menos. Santana me habló de la fotografía del periódico y de que espera más publicidad.—Dudo que nuestra relación pueda seguir manteniéndose en secreto.—Ojalá yo fuera tan valiente... ¿Estás preparada para eso?—De sobra.Rachel hizo un gesto de admiración con la taza de café.—Como dije antes, Santana es muy afortunada.En ese momento, Santana entró en la cocina vestida tan solo con una larga camiseta que le llegaba a la mitad del muslo. Miró a su amante, y luego a su mejor amiga.—¿Quién es la afortunada? ¿Dónde está el café?—Aquí lo tienes. —Britt le ofreció la taza, riéndose.Santana frunció el entrecejo al reparar en que Britt estaba descalza y vestida con ropa suya que guardaba en casa de Rachel para casos de urgencia: unos vaqueros ceñidos y gastados que no se le cerraban en la cintura y una camisa a la que le faltaban botones en lugares peligrosos, sobre todo teniendo en cuenta la proximidad de Rachel. Santana se acercó a Britt, cogió la taza de café y abrazó a su amante por la cintura.—¿De qué estabais hablando... o no debo preguntar?Britt besó a Santana en la sien y murmuró:—De las fotografías de los periódicos.—Ah, eso. —Santana torció el gesto—. ¿Y qué más?—No te preocupes, cariño —dijo Rachel en tono superficial—. Cuando se hayan divertido una semana con vosotras, se dedicarán a otra cosa. Dentro de seis meses, a nadie le importará.—Dentro de seis meses mi padre estará en plena campaña para la reelección. Le importará a alguien.—Tu padre sabrá afrontarlo —aseguró Britt.—Eso espero —repuso Santana, casi para sí.Al mediodía, Britt, ataviada con un traje de dos piezas en tonos carbón y una camisa de lino, llegó a casa de Santana para la sesión informativa prevista. La acompañaban Stark, Savard, Sam y Felicia.—Hola —saludó Santana, haciéndose a un lado para dejarles pasar. Durante un momento, al ver a Britt con su ropa de trabajo, se acordó del aspecto de su amante esa misma mañana, despeinada y medio dormida, y deseó besarla porque sí.—Hola —murmuró Britt, rozando con los dedos al pasar el brazo desnudo de Santana.—Hay café en la cocina si a alguien le apetece —ofreció Santana—. Serviros.Tras fortalecerse con cafeína, se sentaron formando un holgado círculo en torno a la mesita de la zona de estar, a la derecha de la puerta. Britt ocupó un sillón junto a Santana, quedando Sam a la izquierda. Felicia se acomodó en una de las tumbonas, y Stark y Savard se instalaron en un pequeño confidente al otro lado de la mesa.—Esta mañana he realizado las investigaciones preliminares sobre nuestro equipo —informó Britt—. Como suponía, el proceso no ha arrojado resultados. Sin embargo, he descubierto algo interesante.A su lado Sam se puso rígido y a Stark se le desorbitaron los ojos con la sorpresa o tal vez con el susto. Savard la miró sin pestañear. La única persona que parecía totalmente relajada era Felicia Davis.—Por lo visto, Fielding fue nombrado enlace del FBI en Washington hace tres años. Trabajaba con el agente especial Patrick Doyle.—Dios mío —exclamó Stark—. Nunca comentó que conocía a Doyle.—Cierto, pero eso no significa nada —se apresuró a añadir Sam—: No tienen por qué ser viejos amigos. Teniendo en cuenta lo gilipollas que es Doyle, seguramente John quería quitarle importancia a cualquier relación que pudiesen haber tenido.Stark recordó de mala gana:—Estuvo con nosotros en San Francisco. Y libró la noche en que la señorita Lóp... Santana y la comandante fueron fotografiadas en la playa. Pudo haberle dicho a alguien dónde encontrarlas.—Sí, es posible —admitió Sam a regañadientes—, pero caben muchas explicaciones para esa fotografía. El FBI tiene agentes allí y seguramente hacen fotos de todo el mundo sin preguntar siquiera si se lo ordena un agente especial de Washington.—En este punto —intervino Britt antes de que Sam y Stark acabaran discutiendo—, me parece que se trata sólo de una relación circunstancial. Tal vez sólo hayan tenido contacto sobre el papel y Fielding nunca haya trabajado con Doyle en persona. Pero hay que insistir. Tal y como están las cosas, no podemos descartar ninguna posible relación. —Sabía que a sus agentes no les gustaba que se investigase a uno de los suyos y lo comprendía. Le habría molestado que reaccionasen de otra forma. Pero había que hacerlo—. ¿Savard? ¿Puede encargarse usted?—Sí, señora.—Bien. ¿Y ustedes dos... algún progreso en lo de la comprobación de mis antecedentes? —Britt miró a Stark y a Savard.Savard se aclaró la garganta.—Hasta el momento, comandante, está usted limpia. Hemos investigado a los miembros de su familia y la lista de... relaciones íntimas que nos proporcionó. —Tuvo el mérito de no ponerse colorada ni desviar la vista—. Aparte de su relación con el servicio de acompañantes de Washington, no vemos nada que pudiera dar lugar a un chantaje o una coerción en el futuro.—De momento, lo interpretaremos como un callejón sin salida —afirmó Britt con aplomo—. Si aparece algo que me señale a mí, seguiremos investigando.—Sí, señora.Britt se dirigió a su director de comunicaciones.—¿Sam?El agente torció el gesto con evidente frustración.—Esperaba encontrar más cosas. Rastreé la fotografía del Post en la que aparecen Santana y usted a través de los archivos de fuentes de Associated Press y encontré el nombre de un periodista independiente, Eric Mitchell, de Chicago.—¿El nombre le dice algo a alguien? —preguntó Britt, dirigiéndose a todos los presentes. Los agentes cabecearon, y Britt asintió—. Continúe, Sam.—Ojalá pudiera. —Se pasó una mano sobre los cabellos rubios y resopló—. Hablé con él hace una hora y es inamovible. No creo que revele la fuente ni aunque el presidente López en persona hable con él en la agencia de noticias. Lo único que admitió fue que recibió la información por un correo electrónico anónimo.—Estoy en ello, comandante —dijo Davis, muy tranquila—. No es muy difícil entrar en el sistema informático de los periódicos.Britt arqueó una ceja, pero no hizo comentarios.—¿Cree que serviría de algo abordarlo personalmente, Sam?Sam negó con la cabeza.—Comandante, esta misma tarde cogería un avión si pensase que podría sacar algo en limpio. No va a decirnos nada.—De acuerdo —dijo Britt con un suspiro—. ¿Hay algo en sus antecedentes?—Poca cosa, pero aún no he mirado a fondo. Averigüé su nombre poco antes de la reunión.—Siga profundizando. Tiene que haber una razón para que la fuente contactase con él en concreto. Encuéntrela.—Entendido.Por último, Britt miró a Felicia, que era su mejor esperanza.—¿Algún progreso?Felicia Davis cruzó las elegantes pantorrillas y se inclinó hacia delante con las manos sobre el regazo. Constituía una sorprendente combinación de compostura e intensidad.—Acabo de empezar, pero puedo decir una cosa: hay un concentrado intercambio de correos electrónicos y archivos adjuntos entre un número limitado de direcciones de la Agencia y algunos despachos del Capitolio. En condiciones normales, no me parecería raro ese tráfico, pero todos esos mensajes están encriptados y los archivos fuente son restringidos.—¿Correos electrónicos? —intervino Stark—. ¿Quién sería tan estúpido como para documentar una operación encubierta por correo electrónico?—Te sorprenderías —respondió Felicia—. Los responsables de la seguridad de nuestro país no tienen ni pajolera idea de tecnología. La mayoría creen que basta con las encriptaciones.—Acordaos —señaló Santana— de que Nixon grabó cientos de horas de actividades ilegales realizadas en el despacho oval. Bastó para meter en la cárcel a varios asesores fundamentales y acabó costándole la presidencia. Hay algo en el aire de Washington que hace que algunos políticos se crean invencibles.—¿Detalles, Davis? —Los ojos de Britt centelleaban. "Eso es lo que necesitamos."—Aún no. Tardaré un poco en rastrear el origen, pero acabaré diciéndole no sólo quién sino también qué.—Estupendo. Mientras está en ello —indicó Britt—, a ver si puede vincular alguna de esas direcciones de correo electrónico con alguien del Departamento de Justicia o del Tesoro.—Eso significa registrar una cantidad enorme de transmisiones, comandante —advirtió Felicia—. Hoy en día casi todos los asuntos internos y externos de los organismos se realizan electrónicamente.—Ya lo sé. Pero necesitamos averiguar quién está coordinando la operación —dijo Britt, cada vez más frustrada—. Los mensajes tienen que conducir allí. —Se levantó y los demás la imitaron—. Estaré en el centro de mando todo el día. Si alguien encuentra algo, que me avise inmediatamente. Necesito que todos estén disponibles para presentarse aquí en el momento en que salte algo.Todos asintieron entre murmullos mientras recogían sus papeles y se preparaban para marcharse. Santana cerró la puerta tras el grupito de ayudantes, y luego se volvió hacia Britt.—¿Qué te parece?—Creo que Davis tiene algo a la vista. —Britt se apoyó en el respaldo del sofá con los brazos cruzados sobre el pecho—. Tiene que haber un vínculo con el Capitolio porque no creo que la Agencia haga esto sola, ni aunque funcionase como en la época de Hoover. —Se frotó el rostro enérgicamente con las manos y suspiró.—¿Qué ocurre?—Shuester me ha llamado tres veces desde las ocho.A Santana se le agarrotó el pecho.—¿Qué quería?—No lo sé —respondió Britt con voz tensa—. No se lo pregunté.—¿Qué crees que quiere?—Comunicarme mi suspensión.Santana se dirigió al teléfono.—Voy a llamar a Lucinda.—No, Santana. Ésta no es tu guerra.—¿Disculpa? —La hija del presidente se detuvo en seco y miró atónita a Britt.—Se trata de algo interno, un asunto entre Shuester, yo y quienquiera que lo esté presionando. —Britt extendió las manos—. Ven aquí.Tras unos segundos de duda, Santana atravesó la habitación. Colocó las caderas entre los muslos separados de Britt, abrazándola por los hombros y acariciándole el cuello.—No me excluyas.—No lo haré —prometió Britt, rodeando la cintura de Santana con los brazos—. Pero esperemos un poco antes de recurrir a la artillería pesada.Santana se rió.—A Lucinda le encantaría saber que la llamas así.—Hablando de la imponente jefa de gabinete —continuó Britt—, ¿has decidido hacer una declaración a la prensa para explicar lo nuestro?—Creo que en este momento, si me lo preguntan, lo admitiré. De hecho, estoy pensando que a lo mejor ni siquiera espero a que me lo pregunten.—Si haces una declaración —murmuró Britt besando a Santana en la frente—, te verás catapultada al primer plano. Todos los entrevistadores del país te perseguirán.—Se llevarán una decepción.—Y todos los fanáticos de derechas te convertirán en el emblema de la corrupción moral.—Lo sé. —De hecho, Santana ya lo había pensado—. Seremos un tema candente durante una temporada.—No veo que tengamos muchas opciones.Santana miró a Britt a los ojos, buscando signos de preocupación.—¿Seguro que te parece bien lo que hago? Al principio la furia va a recaer sobre ti. No faltará quien insinúe que te aprovechaste de tu posición o que tu profesionalidad se halla en entredicho.—Puedo afrontarlo. —Britt rozó con el pulgar la comisura de la boca de Santana, sonriendo cuando la joven volvió la cabeza rápidamente y la besó—. Te amo.Aquellas palabras siempre le llegaban a Santana al alma. Suspiró con ternura, se acercó aún más a Britt y la besó en el cuello; y luego, posó la mejilla en el hombro de su amante.—Doy fe de que tu profesionalidad no ha disminuido en lo más mínimo.—Es bueno saberlo —murmuró Britt.Santana cerró los ojos, respiró el olor de su amante y sintió los latidos de su corazón contra la palma de su propia mano. Dominada por una paz inexplicable, susurró:—Yo también te amo, comandante.

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